Según el Apocalipsis según San Juan, el anticristo habría de nacer el 25 de diciembre de 1995, en Madrid. Como ya han pasado 20 años, celebramos que satán es un millenial, probablemente un joven hipster que acabará condenando al mundo con alguna start-up. Hace también dos décadas de la película navideña más endemoniada y lo rememoramos cenando otra vez conejo en nochebuena, disparando a los tres reyes magos y escuchando jevi metal. De Carabanchel.
Publicado por primera vez en Gonzoo
Parece mentira. Han pasado 20 años desde que en los 90, la industria del cine, la música y la editorial permeabilizaran su tolerancia a lo underground, que siempre había estado allí y por culpa de la laca, el neón y el dance nunca se le había dado cancha. Lo independiente, lo indie, lo alternativo. Las casetes y maquetas. Los fanzines y las fotocopias. Las películas en 16mm, los cortos en súper 8. Todo se convirtió en algo accesible, extendido. Los grupos de rock urbano, de punk o powerpop formados por chavales ahora llenaban salas y había un tejido conectivo favorecido por los 40, las productoras, las tiendas Tipo y el Discoplay.
Hoy, nos hemos acostumbrado a tener todo, a verlo todo, al instante. Intercambiar material en forma de archivos al peso. A veces incluso casi no importa lo que haya tras la extensión mp3 o mp4. Lo ‘mainstream’ ha masticado, fagocitado y cagado todo lo que significaba lo ‘independiente’. Las barreras se han roto para bien o para mal. Hace 20 años, al menos en España, hubo una película que sería símbolo, consecuencia, palanca y efecto de un cambio en el consumo de cultura. En la forma de entender de la sociedad los géneros y una forma de hacer cine que desafiaba las normas de lo que se podía presenciar o no en pantalla. Nadie había visto a atracadores vestir de etiqueta y discutir sobre Madonna, Nadie había visto a un cura, un ocultista y un jevi buscar al diablo en Madrid.
No estábamos acostumbrados a ver que algo sobrenatural tuviera cabida en plaza de castilla. En España, cada uno de nosotros, nos creemos muy listos y a riesgo de no parecerlo, no dejamos que la imaginación permita que se materialice un cine con fantasía o terror en la puerta de al lado de casa. En Nueva York, que está muy lejos y parece de mentira, seguro que pueden suceder tales cosas. Siempre buscamos la paja en el ojo ajeno y la falta de verosimilitud nos hincha el pecho para soltar “que mala es esta película”, autoreafirmando así nuestra inteligencia superior. Alex de la Iglesia, conocedor de esta fatigosa manía, logró que creyéramos en todo eso. Muy brillantemente, conectó el costumbrismo Azconiano con el legado satánico de Friedkin utilizando el humor y la ambigüedad constante. Consiguió que nos lo tragásemos.
Ahora se prepara un documental del impacto que tuvo su estreno. ‘Herederos de la bestia’ se llama. Y suponemos que en él aparecerá todo el que hace cine de género en nuestro país, que ha logrado, en los peores tiempos de nuestro cine, lograr una marca internacional. Y es que Balagueró y Plaza aún estaban con fanzines de cine chungo y Santiago Segura con cortos gore. Que muchos de los que han conseguido una carrera cinematográfica en este país lo han hecho gracias al éxito de esta película es incontestable. Pero El día de la bestia fue más allá.
Su banda sonora fue tan popular que elevó al grupo Def Con Dos a los altares. Ratificó a Pleasure Fuckers, Extremoduro o Sociedad Alcohólica y consiguió que las nuevas generaciones redescubrieran a parálisis permanente, Eskorbuto o Siniestro total. Se tomaba lo satánico a broma, pero era la película anti navideña perfecta. Se convirtió en un auténtico fenómeno contracultural con chavales con camisetas del icónico póster por doquier, fanzines dedicados a la figura de Santiago Segura, copias del corto Mirindas asesinas en catálogos de VHS piratas regrabados de vídeo a vídeo. Música hardcore, cine gore, heavy metal, Tarantino, ropa negra, greñas, tatuajes y todo lo demás. Todo eso molaba.
Por supuesto no todo fue un efecto de los méritos de El día de la bestia. Pero alguien tenía que abrir la piñata. Todos los elementos del cine de Alex de La Iglesia estaban en pleno en su segunda película. Quizá lo que más impactó a los espectadores fue el uso de elementos emblemáticos de Madrid. Ver en la pantalla como los personajes interactuaban con el cartel de Schweppes o las torres Kio también era un grito de autoafirmación. Lo nuestro también vale. No sólo tenemos comedias de enredo, dramas y guerra civil. El thriller también funciona en la Gran vía. Posteriormente se convertiría en un sello del director, pero la brecha estaba abierta para todos los demás. Si se ha aprovechado bien o no durante estos veinte años no es materia ya de este artículo. Aunque nos sigue costando dar la mano a algo que no tenga chistes de vascos.