Alita: Battle Angel (2019) review: romance body horror en el videoclub de los 90


Robert Rodríguez presenta su película más cara sin renunciar a su firma
de autor de serie B desplegando un catálogo de acción y violencia cyberpunk con
espíritu de cine de barrio, filosofía distópica de videoclub y detalles de
historia de amor gótica y oscura entre creaciones de un mad doctor. Un delirio
único cuyo principal problema es su condición de capítulo piloto.

Nota: 70

En los primeros noventa escuchabas Roxette y Guns’N’ Roses,
flipabas con los efectos especiales de Terminator 2: el juicio final (1991)
e intercambiabas VHS con anime, ovas y películas procedentes de Japón que
conseguían plasmar todos esos mundos imaginarios y distópicos que era tan difícil
de ver en las películas rodadas de verdad. También empezaba la fiebre por
Tarantino, y por un joven director texano que hizo una pequeña película llamada
El
Mariachi
(1992), con la que ayudó a poner el cine de acción patas
arriba. Es muy probable, que en esa época tanto Rodríguez como el director del
gran blockbuster de aquella era,
James Cameron, fliparan tanto con el manga y anime Gunnm (1993) que la idea
de hacerla haya rondado durante 26 largos años por sus cabezas.

Sí, el director de Titanic (1997) anduvo detrás del
proyecto de adaptarla en infinidad de ocasiones y al final lo ha conseguido a
través de un proxy con el que hizo buenas migas en la etapa de la explosión del
sistema 3D que desarrolló con Avatar (2009). Por supuesto, esta
adaptación tiene cargadas las baterías con los manierismos del rey del mundo,
desde la grandilocuencia técnica a la cursilería en la plasmación de la
historia de amor, pero Alita: Battle Angel (2019) es una
película de Robert Rodríguez, para lo bueno, lo menos bueno y lo regular. En
términos generales, no deja de ser una de sus obras de vocación juguetona,
llena de acción, personajes juveniles y violencia como forma de lenguaje. Por
supuesto, la escala del mundo que presenta es mastodóntica y los efectos
especiales no son los típicos que se hace el tío Robert en su portátil del
rancho Troublemaker, pero su tradicional espíritu de serie B consigue romper la
barrera del gran presupuesto e infectar toda la obra.


La tradicional afición del director por la figura femenina
como arma, literalmente, es llevada al extremo con el personaje de Alita, toda
ella una máquina atada a un cerebro. Si en Spy Kids 3D (2003) la niña
protagonista tenía una armadura específica, en Planet Terror (2007) Rose
McGowan una pierna-ametralladora y en Machete Kills (2014) Sofía Vergara
un par de tetas fusil, aquí Rodríguez nos presenta a Nyssiana, una Eiza
González biónica, con brazos metálicos como puntiagudas y afiladas patas de
Mantis Religiosa que no aparecía en el anime. En general, Rodríguez maneja los
robots como un niño con los regalos del día de reyes, con un entusiasmo
incombustible que asegura la dosis de guantazos metálicos y la acumulación bajo
lógica del mucho, más y más grande. Y es que ante todo, Alita: Battle Angel es
un film juvenil, desarrollado con la consciencia de cómic en movimiento y
lógica de culebrón que, en realidad no se diferencia nada de lo que ofrecía el
material original, llevando la fidelidad como bandera, para lo bueno y para lo
malo.

El principal problema de Alita es que adapta solo
una parte de la historia y, como tal, se percibe como un piloto de lo que una
serie tiene por ofrecer, dejando el clímax algo huérfano de una gran
confrontación bélica en dónde podamos apreciar las habilidades guerreras de la
máquina de guerra que se supone que es. Los problemas narrativos del material
de origen son resueltos hasta cierto punto, dejando la impresión de que incluso
en sus dos horas y media, aún quedaban huecos por completar en la historia. No
obstante, hay subtramas de villanos desdibujadas, personajes como el de
Jennifer Connelly que no acaban de tener la importancia que deberían y hay una
excesiva atención al deporte en patines que se intercala en la trama,
convirtiéndose más en una especie de remake de Rollerball (1975)
hipertecnológico y copado de FX, aunque, eso sí, uno mejor que el que se hizo
oficialmente en 2002.


Dicho esto, el conjunto es una épica cyberpunk llena de
apuntes de serie B y cierta falta de pretensiones que la llevan a terrenos de
cine de acción más propio de los 90. Imbuido en el espíritu de los directos a videoclub
de aquella etapa, Rodríguez hace algún guiño directo a los Terminators de
Cameron—ese diseño de los oráculos de cazadores asesinos—, pero demuestra que
su trasfondo tiene más de Albert Pyum, de la saga Cyborg (1989), con esa
Angelina Jolie androide de la segunda parte, o las cintas de la Full Moon
centradas en robots destructores.  La
conexión Rodríguez-Miller de Sin City (2005) también se hace
palpable en la infinidad de referencias visuales al Robocop 2 (1990) que
escribió el autor de cómics. Desde a descripción del crimen y los bajos fondos,
esas caras enganchadas a cuerpos metálicos, el inciso del argumento que parte
al robot protagonista a la mitad, el aspecto del mostrenco final y los apuntes
neocárnicos, con esos cerebros y ojos suspendidos en suero.

Rodríguez es consciente de las posibilidades body horror de una historia de máquinas
que emulan humanos y fuerza al límite la calificación PG-13 para mostrar
mutilaciones e híbridos sin necesidad de sangre pero sí con caras de híbrido
partidas por la mitad o momentos propios de cine de terror hiperbólico de los
90 heredero de Brian Yuzna. De hecho, toda su historia central, que narra el
renacimiento de Alita y su historia de amor con un joven latino tiene un poso
de narración gótica que refleja el universo mad
doctor
de Frankenstein y sus criaturas de una forma malsana. El hecho de
que Alita, una creación sin sexo, tenga más que amor verdadero, una auténtica
obsesión es demencial y llega a extremos de grand guignol cuando le ofrece, literalmente,
su corazón a su amado. La historia evoluciona con ecos incluso de Return
of the Living Dead III
(1990) y su versión corrupta del amor trágico,
algo que la aleja bastante de la comparación con Titanic que viene
recibiendo.


Alita: Battle Angel es una cinta plegada a la exhibición de
tecnología de Cameron —cierta escena submarina parece un campo de pruebas para
secuelas de Avatar (2009)— pero mantiene la esencia de cine de programa doble
de Rodríguez, mostrando su habilidad para manejar grandes presupuestos y
escenas de acción memorables, pero también sus limitaciones con la estrategia
narrativa. Un proyecto tan fascinante como extraño, con recovecos de cinefilia
de herencia Cannon que dejan claro que, aunque propongan grandes avances en el
panorama técnico, el tándem Rodríguez/Cameron siguen viviendo en su cabeza
dentro de los 90, la década prodigiosa para ambos.

Jorge Loser