Mandy (2018) review: una melancólica y violenta catarsis de horror lisérgico


Por fin se estrena ‘Mandy’, en la que Nicolas Cage abandona la senda de
los estrenos directos a vídeo que puebla la fase crepuscular de su carrera y
protagoniza una pequeña gran película de explotación y venganza, un delirio
psicotrópico de colores, sangre y muchos excesos, tanto visuales como de guion que
se construye sobre una concepción de cine sensorial, una experiencia única que
se convertirá en cinta de culto
.

Nota: 90

El director de Mandy,
Panos Cosmatos, hijo de George Pan Cosmatos, director de la mítica Rambo:
First Blood part II
(1985), la secuela que elevó a otra estrella de lo
grandguiñolesco como Silvester Stallone, era conocido por su extraña epopeya de
video-arte de ciencia ficción y terror retro Beyond the Black Rainbow
(2010). Ahora, hace honor a su apellido recuperando la trama y sensaciones de
testosterona macarra enfrentadas a un culto satánico presentes en Cobra
(1986), en la que Stallone soltaba frases hiperbólicas cargadas de sarcasmo de
la misma manera que lo hace en esta un Nicolas Cage con idénticas gafas de pera
y espejo. Y, efectivamente, su nueva obra tiene la misma vocación exploitation
que muchas de las películas de aquella época, pero reconvertida en obra de
arte.

kinopoisk.ru

Es decir, la venganza no deja de ser una excusa cinéfaga,
tal y como concibió Tarantino en Kill Bill (2004), y aunque la estructura
de esos filmes se sigue al dedillo, la trama es solo el macguffin para ir ornamentando
su viaje surrealista e hiperviolento con una guarnición en la que caben la
Empire (con ese anuncio del Cheddar goblin), Dario Argento, los duelos de
sierras mecánicas de Texas Chainsaw Massacre 2 (1986),
los cenobitas de Hellraiser (1987), los paisajes infernales en la tierra de Sorcerer
(1977), el onirismo enfermizo de Phantasma (1979), el mesías
extraterrestre de God Told Me To (1976) o los fragmentos animados de Ralph Bakshi,
muy bien integrados en su atmósfera de años 80 alternativos, una cara de la
década alejada a la idealización Amblin que suele contagiar todos los revivals como Super 8 (2010) o Stranger
Things
(2016-). Pero lejos de ser una suma de referencias, su todo
tiene un sentido, un estilo totalmente reconocible y de personalidad
arrolladora que nos indica que estamos ante un autor de horror imprescindible
en los próximos años.


Mientras tanto, en esta, su segunda obra, Cosmatos ha exorcizado
su dolor por la pérdida de su madre en forma de carta de amor al personaje de
Mandy, una mujer con un pasado lleno de dolor, que apenas necesita unas líneas
para darnos una visión completa de una persona especial, serena y mágica. La
relación con su marido esconde mucho más de lo que se nos deja ver y por ello,
su pérdida resulta desoladora, dura pero también hermosa. En la película, el
actor desarrolla a su personaje carcomido por el odio tras la muerte de su
compañera inspirándose en el sufrimiento que padecen algunos personajes de
Charlton Heston como los de Ben-Hur (1959) o The Omega Man (1971) de Boris Sagal.


Si bien es cierto que el dolor es una parte importante de la
catarsis de Cage en la película, también tienen mucha importancia las drogas.
Toda Mandy es casi un relato de
mimesis con la experiencia alucinógena del ácido, la expresión artística en
movimiento de un sueño sin fin, en el que la lógica de la realidad no aplica.
Colores púrpuras, sublimación de texturas, tonalidades difuminadas por humo y
niebla que aparece porque existe en esa realidad paralela. Porque existe y no
tiene una explicación más allá de la representación pictórica de una realidad idealizada
por el patrón del cine y la música de los años en los que sucede, 1983 después de cristo, como indican sus
intertítulos. Y la referencia a Cristo no es una mera etiqueta estética, sino
que acompaña el tema de fondo de la película, una exploración del poder de
alienación de los cultos, las figuras ridículas a la par que peligrosas de los
gurús, y la capacidad de la mente humana para ser contagiado por el virus
religioso. Algo que se materializa en la imagen de una iglesia en llamas, casi
un manifiesto final consciente e impío.


Algo más accesible que su primera obra, Mandy es un filme
que requiere cierto gusto adquirido y, definitivamente no lo pone fácil al
espectador dependiente de estructuras. Pero más que una cinta de imaginería y
guiños hueca por dentro, como algunas opiniones perezosas han dicho de ella, está
llena de memorias profundamente personales de Cosmatos, somatización
iconoclasta de tristeza, ideas y nostalgia que van más allá del homenaje vacío.
Una catarsis insondable, una indescriptible experiencia de pura épica de horror
fantasmagórico, con Barker y Jorodowski en plena orgía de sangre, LSD y Heavy
Metal que acaba en una explosión de exceso con Cage en éxtasis lisérgico y gore.

Jorge Loser