Un análisis de ‘La monja’ a través de sus homenajes y referentes.


La llegada de La monja (The Nun, 2018) a las pantallas no ha sido acogido
con todo el calor de la crítica que podría esperarse en un producto de la
factoría James Wan, pero en realidad, si uno no espera un caso sobrenatural
serio y con el tono solemne esperable en otras de sus entregas, puede
encontrarse con un producto disfrutable que trata de recuperar toda una
tendencia de terrores europeos y monásticos bajo el formato de una aventura
gótica plagada de referentes. Exploramos las películas a las que Corin Hardy ha
recurrido para elaborar la película de terror más desvergonzada del año.

No todo en el cine de miedo quiere  ser Hereditary. Nos gusta el
terror cerebral, el que se atreve a tocar temas mucho más íntimos y
existenciales, el que no tiene miedo de aprovechar su condición de género para
establecer alegorías, sátira, derivar por los extraños pantanos de la condición
humana, el drama familiar, los delirios de locura, la pretensión filosófica de
cualquiera que se haya preguntado qué hay ahí fuera, y haya sentido miedo. Hay
terror indie, terror hecho por autores, terror hecho por directores que no se
dedican con militancia al arte de asustarnos. Y tenemos la suerte de que cada
vez más artistas se animan a utilizar la senda de la oscuridad para explayarse
en sus discursos. El tapiz está quedando variado, rico y multicolor. Como todo
buen paisaje hay árboles de flores delicadas y aromas sofisticados y montañas
toscas que solo se guían por un matiz para impresionarnos. Cuanto más grande,
mejor.


Las personas adoramos ver cosas más grandes que nosotros, la
cantidad como elemento modelador de la conciencia hasta llegar a lo sublime.
Por ello, quizá no nos planteamos que películas como La monja tratan de apelar a nuestra necesidad más básica. La cantidad,
el amontonado de elementos que nos deben gustar para alcanzar la satisfacción.
La monja es la montaña del paisaje. Trata de llamar la atención por su obviedad
transparente. No engaña. Es una hamburguesa preparada con la carne más sabrosa
y llena de grasa, el queso que más se funde y está coronada por pan hecho de
donuts. No tiene ningún tipo de medida ni sutilidad, es un plato sin
acompañamiento. Su fórmula es fácil. Durante 96 minutos trata de aglutinar la
mayor cantidad de set pieces de
terror, el mayor número de sustos de sonido también, pero siempre acompañados
de dosis de imágenes góticas, decorados llenos de cruces, de apariciones que a
cualquier fan del terror le gustarían dibujadas en la portada de una revista de
tebeos o arte de terror.

Cadáveres reanimados, alucinaciones, pesadillas, seres
monstruosos, poseídos y monjas de todas clases. Con caras huecas, con sacos
llenos de sangre en la cabeza, ahorcadas, de ojos blancos, de ojos negros, en forma
de espectro… no hay límite. En realidad el título se le queda muy corto por la
razón de que Valak, el demonio que toma la forma de la monja es solo el maestro
en la sombra de todas las apariciones y sueños que conforman la película, por
lo que si algo bueno tiene La monja es que no es un slasher con la susodicha encargándose de
la gente del convento, sino que aparece en contadas ocasiones, dejando que sus
esbirros malignos acaten sus engaños. Todo es un constante desarrollo de
imaginería sacada de cine de terror clásico con un nuevo aspecto gracias a la
nitidez de su fotografía azulada y húmeda. Es más importante el dónde que el
qué.


Conviene afrontar su visionado sin prejuicios ni esperar que
la historia sea un vibrante misterio elaborado a partir de apariciones
infernales. La trama, el intento de argumento del guion es tan fino que se
pierde en el conglomerado de escenas sin conexión entre ellas. La pantomima del
misterio no es más que un mcguffin, el interés real es componer un museo de los
horrores por el mero hecho de hacerlo, algo que sin duda decepciona, puesto que
había unos buenos mimbres para componer un filme con cierta entidad, pero en su
lugar tenemos un desvarío sin límites, personajes que no siguen ninguna lógica,
acciones estúpidas y decisiones que no aguantan dos por qués. La buena noticia
es que no le hace falta. El espectáculo que propone Hardy tiene más que ver con
un auténtico caserón del terror de parque de atracciones, con una escape room siniestra llena de ataúdes,
momias y señores con sotana y maquillaje que tratan de asustarte. Puede ser un
signo de decadencia de la franquicia haber descuidado así los guiones, pero el
desbarajuste es tan histérico que crea su propia narrativa de sueño febril. En
cada nuevo despertar los personajes se percatan de que lo que acaba de ocurrir
no es lo que acaba de ocurrir. Un todo vale en el que acaban completamente
perdidos, sin saber dónde era el principio, cuándo llega el final o por qué no
se han marchado corriendo.

Muchas de las situaciones empiezan a tornarse ridículas,
pero cuando uno cree que La monja se
toma en serio a sí misma, empieza un despiporre de posesas, aventura de humor
infantiloide y algunos gags que no se toman en serio ni las reliquias con las
que están trabajando. En uno de los momentos más delirantes, cuando un
personaje descubre que tienen un poco de la sangre de cristo, dice “holy shit!”
a lo que el padre responde “The Holiest” mirando con delectación el artefacto.
Es en ese momento en el que queda más claro que la concepción total tiene mucho
más cachondeo del esperado y la operación se mueve hacia el producto
decididamente trash, y perfectamente
disfrutable, por mucho que un presupuesto holgado y un gran aparato de
propaganda detrás debiera suponer un nivel de autoexigencia que fuera más allá.
Pero esto es lo que hay, y de cualquier otra manera igual teníamos algo mucho
más solemne y académico, pero no mucho mejor, por lo que saber perdonar ciertos
clichés puede abrir la puerta a una experiencia plagada de todo lo que nos
atrae en el género del terror.


Es por ello que quizá merece la pena repasar mucha de la
imaginería que utiliza, rescata, reformula y homenajea Corin Hardy. Es un mal
signo cuando el trabajo de un autor se basa en recuperar el de los demás, pero
en el contexto de La monja, el
reparcheo de terrores europeos, olvidados, vilipendiados o poco reivindicados
se postula casi como un ejercicio pedagógico del propio subgénero de las monjas
diabólicas. ¿Cuándo fue la última vez que nos encontramos con un grupo de ellas
en pantalla grande? ¿Desde The Convent (2000) de Mike Méndez? Por
ello, repasamos las piezas fundamentales del collage en el mural que ha
remasterizado el director de The Hallow (2015) para que la capa
de chapa y pintura pueda atraer a más gente a la galería de horrores ocultos
entre las baldas del videoclub.

The Conjuring 2 (2016)


Para que vamos a engañarnos.
Toda la segunda parte de las aventuras de los Warren trataba, en el
fondo, del demonio Valak. Por tanto, esta precuela es la segunda vez que la
vemos en acción. El estampado de imágenes con la figura siniestra de aquí y
allá fue creado por James Wan, logrando un villano icónico que este origins trata de replicar sin innovar
demasiado. Tienes a Valak reflejado detrás de una Farmiga, al fondo de un pasillo, con dientes, con ojos brillantes
y deshaciéndose, pero además, adopta un aspecto de la película de Wan que
muchos no parecieron abrazar en su momento. Su final a modo de espectáculo y
lucha de fuerzas en el aire, con la monja mandando a la gente volando contra la
pared con solo un movimiento. Hay kilotones de ese espectáculo casi wuxia, que proviene de las películas de El
Exorcista
, mayormente. Incluso hay algo del juego de esconder las letras
VALAK a lo largo de la película, como se hacía en la casa de los Warren. En
esta ocasión, es la matrícula de un camión la que oculta esa información.

L’altro Inferno
(1980)


Es difícil eludir un título como “El otro infierno” de Bruno
Mattei cuando tiene, de primeras, el mismo planteamiento. Un cura visita un
convento en el que ha habido una muerte extraña de una monja y además están
sucediendo sucesos inexplicables. Pronto se desvelan los distintos poltergeist
religiosos ocultos por aquí y allá: estigmas, monjas posesas, locura,
catacumbas con ritos infernales, cadáveres… Algunos de los puntos en contacto
directo de este catálogo de perversiones católicas son los sudarios manchados
de sangre, o que en vez de cruces colgando del techo hay muñecos colgados, pero
también tenemos monjas sin cara, y una resurrección dentro de los ataúdes que
no es sino una reformulación de gran presupuesto. Pero si en algo coincide con
el espíritu de su director y el guionista Claudio Fragrasso es su espíritu
anárquico, sin ningún decoro a la hora de hilvanar las situaciones con más
valores de producción y espectáculo monstruoso. Y además, el póster español
tenía una monja con una serpiente, dos referentes unidos entre sí en los poderes
de Valak.

The name of the Rose (1986)


Citado como referencia directa del director, hay algo del
tono lúgubre de esta historia detectivesca medieval. El emplazamiento frío,
pedregoso y con parte de la naturaleza tratando de reconquistar el edificio son
similares tanto en exteriores como en interior. Los cadáveres encontrados de
forma grotesca también son rodados con delectación escabrosa, y la presencia
del demonio, aunque aquí es una superstición, se consigue hacer patente en la
atmósfera. No hay que olvidar que la pareja de protagonistas son un fraile
detective y su aprendiz, lo que vuelve a hacer acto de presencia en esta en
forma de monja novicia que es elegida para investigar gracias a sus talentos de
clarividencia.

Madre Juana de los
Ángeles (1967)


Basada en el caso real del convento de Loundon, este
precedente polaco a The Devils
(1971) de Ken Russell también comienza con un sacerdote católico que quiere
exorcizar a las monjas del convento de dicha zona, supuestamente poseídas por
distintos demonios, y encabezadas por su superiora, conocida como Madre Juana
de los ángeles. Con más conexiones con el drama, esta influente película tenía
algunas estampas para el recuerdo, como las monjas posesas tiradas en el suelo,
imitado tanto en Dark Waters (1993) como
en alguna de las imágenes de La Monja.

Black Narcissus
(1947)


Otra referencia clave en la mayoría del género de conventos
malditos y nunsploitations. Corin
Hardy afirma haberse inspirado bastante en ella, y aunque no tienen mucho que
ver en lo puramente fantástico, sí que dibuja un convento como un lugar salido
de un cuento de hadas. Lleno de brumas, en lo alto de una montaña, se puede
respirar su atmósfera opresiva y es escenario de una escena final de “posesión”
a recordar. El plano que más se le parece, por supuesto, es el las monjas en lo
alto del campanario, replicado tal cual en la escena del suicidio inicial.

La Chiesa (1989)


Partiendo de que el propio póster de la película toma
prestada la catedral en plano cenital del afiche italiano para dar la sensación
ominosa de lugar maldito, La chiesa es
un reflejo recurrente en la película de Corin Hardy.  Cada vez más referenciada y reconocida, esta
especie de secuela libre de Demons (1984) propone una catedral
como vórtice del mal y lugar que autoperpetúa rituales profanos y blasfemos en
honor de satanás. Con una progresiva enajenación alucinógena, Michele Soavi
desparramaba efectos diabólicos por doquier, estableciendo una atmósfera
maléfica irrepetible en la que las escenas surrealistas se suceden sin más hilo
que la belleza. Sin embargo, el verdadero punto en común con esta es su prólogo, con templarios y una lucha sangrienta encima del sello que permite mantener
controladas las puertas del infierno y los demonios, claro. Ese mismo flashback también recuerda a los  fragmentos que Ossorio dedicaba a los orígenes de sus muertos sin ojos.


The crucifixion
(2017)


Esta reciente oferta de terror religioso europea del año
pasado no fue muy bien recibida a pesar de que en su desarrollo alberga algunas
imágenes de impacto bastante intensas. Hay que mentarla puesto que en La monja,
el emplazamiento del convento en Rumanía y el hecho de que haya una extraña
muerte de una monja no es otro que el caso real de una monja que murió mientras
se le realizaba un exorcismo. Además de ese detalle, hay iconografía que
coincide, como esa habitación llena de cruces suspendidas, en vez de estar
clavadas en la pared.

Lucio Fulci


La obra de Fulci no es extraña en el universo Conjuring. Ya
en la segunda parte había una escena de espiritismo clavada en atmósfera y
timing a Paura nella città dei morti viventi (1980) pero además de basar
a Valak en el clérigo malvado de aquella, en su película como protagonista la
cinta del director italiano se convierte en inspiración recurrente.


Desde la
monja ahorcada, como el cura maléfico de aquella, a la escena del entierro
prematuro, con la misma secuencia de intentar llegar al ataúd con pico y pala y
la herramienta rozando la cara del encerrado.


Goza del mismo sinsentido de pura
conectividad entre escenas de impacto, también nos recuerda a L’aldilà (1981) con sus ciegos y
videntes de ojos lavados a los que aquí se recurre en momentos de trance médium.

Tales from the Crypt:
Demon Knight (1995)


Uno de los detalles más pulp de La monja es el uso de una
reliquia con la sangre de Jesucristo como único arma posible para mandar a
Valak de nuevo al infierno. Esta arma fantástica y delirante ya aparecía casi
de la misma guisa en la primera de las tres películas que se desarrollaron tras
el éxito de Tales from the Crypt en
televisión. En aquella, la sangre de cristo servía para sellar puertas e
impedir a los demonios que cruzaran por ellas.

Drácula de Hammer y
de Coppola


Si algo caracteriza a La monja es su voluntad por tratar de
ser lo más clásica posible dentro de las coordenadas que le permite su
condición de espectáculo de sustos de volumen y saltos. Su punto de partida es
todo un homenaje a las películas de Drácula de Terence Fisher, con su castillo
apartado del pueblo, sus aldeanos temerosos, sus advertencias y su viaje en
carromato para llegar al castillo.


A niveles puramente estéticos, sin embargo, parece querer
acercarse a la versión del mito vampírico realizada por Coppola en 1992. En
particular, una de sus escenas más fascinante es el recorrido de la monja hasta
un espejo a través de la pared y en forma de sombra, una reformulación directa
del homenaje expresionista a Nosferatu de la cinta de los 90.

The Exorcist III (1990)


Toda la saga de El exorcista es una referencia constante
en el universo Conjuring, pero en
esta es casi un canon. No solo el sacerdote protagonista lleva un sombrero
similar sino que tiene un pequeño trauma por el niño que no consiguió salvar,
algo que tiene su raíz en la segunda parte de la saga, pero que el guionista
parece haber fotocopiado de la serie basada en la película, en la que el
protagonista carga en sus espaldas con la culpa de la muerte de un niño al que
no pudo ayudar.


Pero si tira de alguna de la saga es de la tercera parte. No
solo el uso de crucifijos que se invierten,  exorcistas volando por los aires, o iglesias anegadas por vientos misteriosos en el interior, también la estatua sagrada decapitada,
con el mismo zoom hacia ella o el susto del pasillo del hospital, recreado aquí
sin mucha ambición por darle alguna vuelta
de tuerca.

Dark Waters (1993)


Una de las películas de conventos malditos más interesantes
y hermosas que se hicieron en Italia en los 90, probablemente una de las
últimas grandes de su género gótico. Elementos comunes que hemos visto en otros
conventos, un asesinato, la visita externa y los rituales, son aquí un pequeño
aperitivo para su trama lovecraftiana. Regada con iconografía católica de todo
tipo, sorprende que también una monja decida suicidarse cayéndose para evitar
un mal mayor, las catacumbas pedregosas y húmedas, las galerías de roca llenas
de iluminación telúrica y otra ración de monjas en el suelo en forma de cruz.


La madre superiora, que recibe a los protagonistas en ambas películas es
también una anciana creepy, aunque en
el caso de La monja tenga también
algo de parecido con los atuendos de las vampiresas de las películas de hombres
lobo de Naschy.

Serpent and the
Rainbow (1988)


Alucinaciones, droga y enterramientos en vida. El vudú puede
ser terrorífico y Wes Craven exprimió todas las posibilidades fantásticas que
le brindó la representación gráfica de los viajes del protagonista. Uno de los
más recordados es como el cadáver de una prometida escupía una grotesca
serpiente para atacar. En la película de Corin Hardy, Valak tiene esa capacidad
y la ejemplifica tanto en la propio demonio como en el caso del recuerdo del
niño.

Desecration (1999)


En esta pequeña producción independiente, el director Dante
Tomaselli trataba de recuperar para el cine de terror aquellas producciones más
oníricas, extrañas y descendientes de la escuela italiana. Monjas
sobrenaturales y diabólicas con poderes de levitación y presentadas en pequeños
clips de videoarte amateur pero de efecto gótico inmediato. Una de las
obsesiones de Tomaselli son las pinturas católicas corruptas, y entre ellas,
imágenes cambiantes de monjas que recuerdan al cuadro de The Conjuring 2, de dónde sale Valak.

Horror Hotel (1960)


Si el afluente gótico de la Hammer es la base para concebir la
suntuosidad gótica de los castillos, los poblados malditos y las estampas de
iluminación colorista, esta pequeña película británica, que también contaba con
Christopher Lee era una recreación brumosa de un pueblo fantasma con un
montón de parajes góticos. Uno de esos escenarios era un cementerio de cruces
lleno de niebla y claroscuros, en cierto momento un personaje agarraba una de
las cruces, un momento recreado en La
monja
por el campesino temeroso.

A Nightmare on Elm
Street saga

Recordar
que la madre de Freddy krueger era una monja de un hospital mental violada por
todos los reclusos no es el punto a valorar en este momento. A pesar de ser una
figura benévola, la madre de Freddy se aparece por la saga a modo de espectro
que alecciona y contiene a su hijo, y en algunos momentos la iconografía gótica
que la acompaña es tan intensa que podría entrar en el catálogo de
inspiraciones para decorar el convento, pero lo que llama la atención en la
película de Corin Hardy es que la monja diabólica, que apenas ataca
personalmente, ha desarrollado un tejido de sueños y pesadillas, alucinaciones
de las que no es fácil escapar, y a veces los personajes no consiguen salir
hasta no despertar, un modus operandi idéntico al de Freddy, lo que se acompaña
por una lógica similar, pero sin la necesidad de ser un slasher

Jorge Loser