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The Strain (temporada 4) review

La cuarta temporada de la serie de vampiros de Guillermo del Toro ha dado la coda modesta pero llena de acción y monstruos que la serie de terror más competente y poco valorada de los últimos años merecía. Su tono vacilante entre la oscuridad de cómic book y el drama tontorrón siempre se ha saldado con eficiencia de Serie B, y el final es una agradable confirmación de sus intenciones.

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Quizá los primeros episodios de esta última temporada de The Strain empezaron un poco a contrapelo, algo inseguros en su presentación de todo un cambio de situación en la ubicación de los personajes, de la posición de los strigoi frente a los humanos, de la noche constante en el que se ha convertido la tierra. Algunas elipsis sobre lo que había pasado en el salto de temporada no acababan de estar bien armonizadas pero el nuevo escenario no podía ser más atractivo.

Granjas con humanos para dotar de sangre a los vampiros, el maestro moviendo sus ejércitos con libertad y los habitantes de las ciudades subyugados. Un montón de cambios que establecen un tablero diferente pero que, en el fondo se percibe más o menos igual que en las anteriores, por la manera en la que se ha establecido el desarrollo de los capítulos y el presupuesto, principalmente. Pese a ello, sí ha habido una creciente sensación de cine de guerrillas, con nuestros héroes estableciéndose como una resistencia pura y dura, lo que le da a la serie, en conjunto un aire más parecido a V (1984-85) que a The Walking Dead (2010-). LA diferencia con aquella, aparte de que cambiamos a reptilianos por vampiros, tiene más que ver en la sensación de que no hay muchos episodios autoconclusivos. The Strain siempre o casi siempre ha avanzado hacia adelante. Esta última temporada, concretamente, tiene una cantidad de paralelismos estimables con el Apocalipsis (The Stand, 1994) y el estilo general tiene bastante deuda con el de Stephen King.

Sin embargo los humanos en despensa, las facciones rebeldes, los vampiros traidores que se convierten en ayuda y las escaramuzas casi terroristas ponen a las dos series en un mismo plano cercano a grandes sagas de ciencia ficción que no pierden el tiempo en rascar más en el hueso para sacar el tuétano de cada línea argumental como hacen otras de su misma naturaleza. Si miramos atrás en la serie completa, se puede ver perfectamente en dónde ha sufrido su mayor tropiezo. La adaptación de tres tomos hecha en cuatro temporadas. Efectivamente, entre la segunda y la tercera temporada podrían sacarse algunos episodios  y dejar un segundo acto más fluido, pero, qué demonios, quien se haya aburrido con alguno de sus episodios está en su derecho pero no tiene motivos.

Nunca han faltado la acción, el gore, los efectos especiales y la producción decente. Ajustado exactamente  los que debe ser una serie B televisiva. Las actuaciones no brillan, el guion no es alta literatura, pero siempre cumplen. Es una ficción geek, que camina entre lo ligero y el puntito cinematográfico. Nunca nos han racaneado con los exteriores, con los extras, con el CGI efectivo. Y han conseguido una segunda mitad de temporada trepidante, en la que las diferentes líneas argumentales han tocado a su fin, en la que han sido valientes y tratado a los personajes navegando por los límites de sus estereotipos. Eprain y  Zach son el opuesto al prototipo de padre e hijo en la ficción americana actual. Hay que aplaudir la manera en la que se ha resuelto la que, por otra parte, era la trama más predecible. Uno de los puntos más flojos del desarrollo es que esa subtrama de Zach y el maestro podría haberse empezado algo más tarde en el transcurso de la serie. Habría tenido más impacto, aunque el trasfondo oscuro y malsano que ha ido arrastrando también le da más puntos a la serie.

Puede que la conclusión de la misión de Setrakian hubiera sido más efectiva y épica de haber sido colocada en el último episodio, pero lo cierto es que los últimos cuatro capítulos son un clímax en toda regla, puede que una de las mejores y más satisfactorias rectas finales de una serie que se recuerdan. Pero ahora, toca despedirse de The Strain, una ficción que nunca ha flaqueado yéndose por las ramas y que siempre ha escarbado  en una mitología rica, desarrollada para presentar una historia completa, un arco que abarca distintos siglos. El poco eco en el paisaje cultural no puede hacer borrón en su honestidad.  Comenzó y terminó con un tributo al espíritu humano y al amor, y lo ha logrado sin cursilerías, con convicción y una dedicación casi artesana al género que se echará en falta en la televisión.

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