Una de las series de terror más contundentes del 2018 fue la adaptación de «The Terror» de Dan Simmons, variación fantástica de la historia real de una expedición al Ártico perdida en el siglo XIX, que conoció tal éxito en AMC, que la cadena decidió convertir el nombre de la serie en una marca bajo la que desarrollar una antología sobre hechos históricos en los que se cuela el horror y lo fantástico. La nueva temporada recoge un oscuro capítulo de la historia de Estados Unidos.

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Sin estar basada en ninguna novela previa, The Terror: Infamy trata sobre la comunidad japonesa que vivía en Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. Uno de los episodios más tristemente olvidados de la historia estadounidense, que siempre queda enmascarada por el relato heróico y trágico del bombardeo de Pearl Harbor. Poco se ha filmado, sin embargo, sobre los campos de concentración en los que unos 120.000 americanos con antepasados nipones fueron recluidos durante el conflicto. Para su showrunner, Alexander Woo, «simplemente queríamos contar la historia de lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque parezca obvio, no buscábamos representar a los inmigrantes en jaulas de la Norteamérica actual, pero el público es sofisticado. No se necesita mucho para conectar la línea entre lo que sucedió hace 75 años y la difícil situación actual» aclara a la página Vox.com. La serie recupera este momento histórico, no demasiado conocido por el gran público, basándose en documentación histórica y el relato de George Takei, que participa en la serie como actor y consultor, ya que, desde los cinco hasta los ocho años, el que fuera una de las caras más conocidas de Star Trek, estuvo en uno de estos campos. Para Woo, era una oportunidad de dar voz a mucha gente, ya que, «para muchos, esta es la historia de sus familias. Comencé en el teatro, hablando de lo que significa ser estadounidense desde una perspectiva asiático-estadounidense, y nunca tuve la oportunidad de hacerlo en televisión. Es una historia de la historia de los japoneses estadounidenses, pero también para cualquier persona cuya vida haya sido tocada o moldeada por la experiencia de los inmigrantes, que francamente, es casi cualquier persona en los Estados Unidos».

Mientras en la anterior temporada el terror estaba presente en cada momento, en forma de amenaza, potenciada por las hostiles condiciones climáticas, en esta predomina el drama, el racismo y la amenaza institucional, con algo menos de intensidad en el terror propiamente dicho, de hecho, sus némesis sobrenaturales tienen un desarrollo con intención de explorar el miedo desde otro ángulo. «Por lo general, en una película de dos horas, el monstruo es un monstruo. Sadako sale del televisor y eso es todo. No tienes más tiempo para tratar de entender quién es ella. En una serie puedes ofrecer al público una mirada desde la piel del monstruo, así como a los personajes que son perseguidos por él. Creo que añade una nueva dimensión sobre el ser temido y vilipendiado poder estar en su lugar por un período de tiempo».

 

Cuentos de la luna pálida

Chester Nakayama (Derek Mio), un inmigrante de segunda generación, fotógrafo y estudiante universitario, sueña con una vida más allá de Terminal Island (Los Angeles), una en la que él y su novia mexicoamericana, Luz (Cristina Rodlo) puedan salir adelante sin violar una ley que prohíbe las relaciones interraciales. Pero en medio de sus planes tiene lugar el ataque japonés a la base de Pearl Harbor, conocido como día de la infamia, que da título a esta segunda temporada. Tras el ataque, los japoneses que viven en suelo americano empiezan a ser vistos como el enemigo o posibles espías, comenzando a ser metidos en campos de concentración por la orden ejecutiva 9066 firmada por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, el 19 de febrero de 1942, que autorizaba el internamiento de americanos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, ya fueran ciudadanos estadounidenses o provenientes de otros lugares. Pronto, una presencia sobrenatural empieza a atormentar a algunos habitantes del campo de concentración.  

En el aspecto del terror, pese a que no pesa tanto como podría, o debería, aparecen algunas figuras del folclore japonés como los yureis —espectros que regresan para resolver asuntos que  quedaron pendientes— y bakemono, seres cambiaformas que asumen una transformación temporal, con una aproximación al horror afín al kaidan clásico, algo que puede despistar a los que esperen un festival de fantasmas tipo Hideo Nakata o James Wan. «Considero Infamy dentro el subconjunto de películas de terror hechas en Japón que descienden de las tradicionales historias de fantasmas japonesas, basadas en el folclore, pero a menudo encantadoras, poéticas e inquietantes. Elementos que han descendido de El más allá, la antología de Masaki Kobayashi, que cuenta historias que están en alguna parte del pasado. Hay una pequeña fábula escondida en el centro, pero también hay secretos realmente inquietantes y espeluznantes que se irán haciendo más tangibles».

Los primeros episodios de The Terror: Infamy  se toman su tiempo en desarrollar el planteamiento de toda la temporada, para abrazar sus elementos de género en sucesivos capítulos. Su idea de partida es buena y la producción está muy cuidada, con interesantes escenas al inicio, como un funeral perturbado por fuerzas extrañas o los ciudadanos japoneses entrando en el campo de concentración. Pero su falta de ímpetu la hace bastante tediosa y si a esto sumamos que el personaje principal no es atractivo para el espectador, resultado algo forzado, antipático incluso, y su conflicto paternal no llega a importarnos demasiado, tenemos que la segunda entrega de la serie es, en su desarrollo, bastante morosa y dependiente de su solvencia formal o sus valores de producción, más que de su poder de administrar la tensión, su creación de suspense, misterio o terror. Hay un interés indudable en lo que cuenta, y merece ser contado, pero se echa en falta la base literaria tan sólida de la anterior. Las metáforas del mal y lo que resulta ser el elemento fantástico no están armonizadas con mucha elegancia, por no decir que resultan algo forzadas. Los elementos de horror tienen un tratamiento casual, sin mucho impacto y de un clasicismo traducido en una narrativa funcional con pocas sorpresas. En consecuencia, la segunda temporada exige bastante al espectador pero acaba por no devolverle demasiado, no está a la altura de su premisa y no es capaz de enganchar pese a su lujoso envoltorio.