The Haunting of Hill House (2018) review

La nueva adaptación de The Haunting of Hill House en forma de miniserie de Netflix aparca el material original para centrarse en el núcleo de sus temas. Obsesión, trauma y dolor somatizados en forma de miedo, Mike Flanagan mira tanto a Shirley Jackson como a Stephen King para ofrecer un sobresaliente drama de melancolía gótica plagado de múltiples secuencias de horror memorable.
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En su ensayo sobre el terror en la cultura, Danse Macabre (1981), Stephen King afirmaba que The Haunting of Hill House (1959) de Shirley Jackson era, junto a The Turn of the Screw (1898) la mayor obra de la literatura de terror de esos últimos cien años. Su análisis del texto y del filme que lo adaptaba se centraba en la capacidad de Jackson para describir la casa encantada como personaje y en la capacidad que tiene para influir en la psique de los personajes que la habitan. No por casualidad, se considera que The Shining (1977) es una actualización en toda regla de todos los supuestos de aquella, y resulta, como poco, paradójico que ahora el encargado de filmar Dr. Sleep (2019), la secuela de la adaptación de Stanley Kubrick, se haya encargado de una tercera plasmación en imágenes de Hill House, ahora, eso sí, en forma de miniserie de 10 capítulos.

No debe de extrañarle a nadie que vaya a afrontar el visionado de la faraónica recreación de Mike Flanagan que la serie tenga tantos elementos de la obra de Jackson como del escritor de Maine. Hasta cierto punto, parece que es su interpretación de The Shining, como si quisiera entrenar o dar cierto empaque previo a su próxima película. Dentro de ese mismo perímetro
se atreve a citar obras que a su vez remitían a la de Kubrick, como Session 9 (2001), que este caso ofrece el punto de partida de los restauradores de un edificio condenado. Aquí están también los temas del recuerdo, del trauma y el embrujo del pasado sobre un personaje que recuerda los hechos terroríficos de la niñez en un lugar encantado, por lo que no sorprendería que el Danny Torrance que se nos presente en su próxima película tenga mucho que ver con los Nell, Theo y Luke de esta adaptación, que se limita prácticamente a recoger los nombres y algunas características de los personajes de la novela para reinventar por completo la obra original y alejarse todo lo posible de sus versiones previas.


Según el director de Ouija: origins of evil (2016), intentar rehacer The Haunting (1963) de Robert Wise era una mala idea porque cree que es perfecta, además, la imposición de hacer una miniserie le obligó a replantear una historia que no da para más de dos horas en un relato familiar épico, con la casa, y toda una familia como protagonistas. Flanagan es mucho más flexible con la vertiente ambigua del verdadero encantamiento de la casa y permite que los fantasmas de antiguos inquilinos y proyecciones traumáticas de los personajes tomen forma y podamos visualizarlos de forma más tangible, aunque siempre juega con el factor alucinógeno que el poder de la casa ejerce sobre los habitantes. Pero lo que deja claro es que hay dos historias paralelas, que marcan las mayores diferencias con la novela. Por una parte el embrujo de la casa sobre sus habitantes, por otra, las consecuencias de lo que pasó allí sobre un grupo de personajes, una familia que trata de olvidar el trauma de la muerte de su madre en la casa, que acarrea un gran misterio, un secreto terrible que debe de permanecer encerrado tras los muros de la diabólica construcción.Por tanto, no hay una investigación dentro de la mansión (que podría haber sido demasiado reminiscente a los nuevos programas de cazadores de fantasmas actuales) sino un historia de secuelas, recuerdos alterados y, como en la novela, con raíces en el realismo psicológico, aunque esta vez más adaptado a la represión de la memoria, de la capacidad de moverse hacia adelante, que las pulsiones sexuales de una sola protagonista. Esto es así, de tal manera que, hasta cierto punto, se puede trazar una línea directa entre esta nueva recreación e IT (1986) de Stephen King, dado que lo que tenemos es a un grupo de personajes maduros recordando su pasado tenebroso en una casa (en vez de un pueblo) y con idéntico desarrollo de la presentación de personajes. Cada capítulo de The Haunting of Hill House se dedica a uno de ellos y sirve como presentación de su estado actual y como flashback de sus visiones de pesadilla cuando estuvo en la casa. Una estructura que, además, concluye con un hecho particular que hacen de la primera mitad de la serie casi una adaptación no confesa.

Pero quitando, de nuevo, parecidos con las obras de King, los elementos de la novela se han esparcido en trocitos y resucitan de diferentes formas, tanto en momentos o imágenes concretas (ahorcados, escalera de caracol, ruidos de pared a pared) a temática general como el carácter de predestinación, la relación entre la protagonista y la casa, trasladado aquí a diferentes personajes, la intención de la casa de no dejar marchar a sus ocupantes y la visión de estos como alimento psíquico para mantener su poder, por lo que el miedo a lo sobrenatural también se infiltra en el subconsciente de todos los personajes y se trasforma al pavor ante las inseguridades y el contacto con la realidad, los pasajes oscuros de la vida de cada uno que tratan de evitar y olvidar.La separación en dos épocas dota a la maldición de Hill House un ángulo trágico en el que Flanagan se siente más a gusto. La idea de que una vez se penetra el lugar terrible no se puede volver a la vida anterior sin ser tocado por el mal se lleva a la práctica como un ejercicio en diez episodios en el que el drama familiar y los factores emocionales son tan importantes como el terror. La crítica más torpe asociará la presencia de una familia en la casa como un intento de hacer pasar el punto de partida como una versión larga de The Conjuring (2013) cuando es uno de los factores más rotundos del cine de Flanagan, que propone así una especie de guía a través de su filmografía, con numerosos puntos en común con Oculus (2013), Somnia (2015) y Ouija: origins of Evil (2016). Quizá el pecado más grande para los fundamentalistas de la novela es que el director ha tomado el material que le ha parecido y lo ha hecho suyo. Pero si el prejuicio es tan miope, no dejará descubrir una de las series de terror más extraordinarias de la historia de la televisión. De tal forma que apenas parece un producto televisivo.

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The Haunting of Hill House es de esas adaptaciones que se pueden colocar a la altura de los clásicos originales. The Thing (1982) de John Carpenter, The Fly (1986) de David Cronenberg o Dawn of the Dead (2004) de Zack Snyder son ejemplos que hacen el corte y la nueva serie de Flanagan debería estar entre ese club. El director lleva su elegancia con la cámara de lo sobrio a lo virtuoso sin que nos demos cuenta en episodios como el sexto, compuesto por cuatro planos secuencia que tienen verdadero sentido más allá de mostrar habilidades, dotando de lo que se cuenta de un nivel especular entre pasado y presente y en la integración de las apariciones. Aunque es, probablemente, el más llamativo, no impide el brillo de otros, como el capítulo de Luke, que ve a un boogeyman infernal en una escena de terror que mira de tú a tú a cualquiera estrenada en cines este año, incluyendo Hereditary (2018), todo con un estilo silencioso, parsimonioso y sin sustos baratos. El más espeluznante, sin embargo, es el dedicado a Nell. Un tremendo juego de espejos de pasado, presente, predestinación y fantasmas que encierra un sentido circular en las visiones que acaban resultando algo demoledor. Quizá el mejor episodio de la serie junto a su gran conclusión, que cierra todas las líneas de pasado y presente de forma más que satisfactoria. Jorge Loser