Vuelve Ash Williams, el héroe de la trilogía del cine de terror y humor más conocida y alabada mundialmente. Esta vez reaparece en formato televisivo y con intenciones de quedarse. Se acaba de estrenar la primera temporada y mientras unos aplauden encantados, hay críticas que la reducen a un mero vehículo para la nostalgia y fan service. ¿Hay vida más allá de la trilogía de Posesión infernal?
En estos tiempos de explosión en la oferta de ficción televisiva la diversidad es obligatoria y parece que ningún nicho de entretenimiento pasado, presente o futuro puede quedar sin su correspondiente serie semanal. Por suerte o por desgracia, la burbuja está permitiendo la existencia a proyectos que de otra forma no tendrían salida, generando ruido en algunos casos y oportunidades increíbles en otros. Los fans de Posesión infernal (Evil Dead, 1981) llevaban 30 años rezando por una cuarta entrega de las aventuras de Ash, un personaje-icono del cine de terror que convirtió a Bruce Cambell en el «muso» más reconocible (y más desaprovechado) de la serie B. Y esta era la oportunidad.
¿Ha aprovechado Sam Raimi el momento de oro o sólo es una maniobra sin alma para generar dinero con la marca Evil Dead como hizo con el remake de ésta? La serie está en sus fases iniciales, pero todo parece dirigirse en la dirección correcta. Tiene la suficiente energía y respeto por la coherencia interna de la saga y, al tiempo, utiliza la experiencia televisiva de Raimi como productor (Xena, Hércules) para crear un producto con suficiente entorno vital propio como para que cualquier espectador ajeno a la trilogía primigenia lo pueda comprar. En otras palabras, da exactamente lo que quiere a los fans que estaban esperándola y sienta unas bases muy interesantes para captar adeptos en las filas del nuevo consumidor de fantástico televisivo.
Parece que hay un nuevo movimiento crítico de la ficción cinematográfica que deplora la nostalgia. Tanto que parece que cualquier remake, continuación o insistencia en un mismo canon o universo es automáticamente algo falto de originalidad. Ash vs Evil Dead ha sido acusada de servir única y exclusivamente para complacer a los fans. Puede ser que haya algo de eso. Puede que los fans del terror televisivo estuvieran hartos de tanto drama y tanta gravedad en sus series de terror. Puede que quisieran, por fin, algo de sangre sin coartadas postapocalípticas, sin discursos trascendencentes de tragedia griega.
Ash vs the Evil Dead, en principio, cuenta con la complicidad de los seguidores con respecto a su protagonista. Ash Williams, un héroe de pacotilla, una caricatura que en las anteriores películas era un personaje sin aristas, un Bugs bunny de carne y hueso que podía ser imbécil y socarrón y al minuto siguiente soltar una frase lapidaria, recargar la recortada y matar al demonio mientras besa a la chica. Pero, ¿Qué atractivo puede encontrar el neófito en este fanfarrón de cincuenta y muchos? Un personaje que mantiene su carisma incluso siendo un cutre, un cobarde y un galán. Por supuesto, la serie sigue aquella estela y la retroalimenta con la imagen-personaje que el propio Bruce Cambell se ha ido forjando en sus propias películas (El Ash de la serie es más el Cambell de la autoparódica My name is Bruce (2007) que el de la saga Evil Dead). Una suerte de Bob Hope moderno con una motosierra en vez de mano derecha.
Una de las características de la trilogía que esta serie-continuación mantiene son las tramas casi inexistentes. El espíritu es la diversión y la acción. Hay una progresión justita para poder poner a los protagonistas en el área de combate y desarrollar las dinámicas de las fuerzas del mal. Suficiente. De hecho, la duración de los episodios apenas llega a los 30 minutos, lo que ayuda a que el ritmo sea ágil y el movimiento no se estanque en diálogos interminables. Lo último que hace falta para seguir la serie es tener idea de lo que ha ocurrido en las películas. No hay que ser un genio para entender el funcionamiento del Necronomicón: Libro de conjuros. Invocación de demonios. Gente poseida. Mutilaciones. Fácil, ¿verdad?
Todo es tan prototípico que los secundarios pueden parecer caricaturas. Está claro que, por lo pronto, son apoyos para que el personaje principal pueda contar sus chistes malos. Y es que el humor de Raimi no se caracteriza por la sutilidad. Pertenece a la escuela del absurdo y del humor físico, de cine mudo y Tex Avery. Es infantil, macarra y un poquito sarcástico. Pero en un microcosmos cultural de listillos, donde la postironía se ha convertido en lastra del humor sin excusas, la chabacanería y los one liners de Ash constituyen un entretenimiento de consumo ligero y crujiente, donde la exigencia al espectador se reduce al disfrute.
La lucha contra los demonios kandarianos acaba de empezar y el inicio ha sido explosivo, una declaración de intenciones en donde el gore es grotesco e irreal y la actitud la misma que los viejos clásicos de rock que suenan mientras las motosierras hablan. Deep Purple, The Stooges, Amboy Bukes… sonido vintage, fuera de lugar, como la iluminación, dirección de arte y la constante neblina de los ochenta al que pertenece la franquicia. Todo parece un ejercicio de nostalgia, y lo es. Pero no se puede acusar a Chuck Berry de seguir tocando las mismas canciones cuando el ha creado el rock and roll. Evil dead fue el primer splatterstick (mezcla de gore y humor) y dado que después de 30 años el terror televisivo parece diseñado para sermonearnos ¿Quién mejor para volver a divertirnos con monstruos, criaturas y frases memorables antes de cada disparo que el rey que nunca fue destronado?