Se agradecen series de terror antológicas que tengan la duración limitada, estructurada a unos cuantos episodios. Aunque American Horror Story ha demostrado que la regla no siempre significa que al final todo salga bien. El caso de Slasher podría ser algo más esperanzador dado que cada temporada sólo lleva ocho episodios, lo cual es un punto de ventaja en cuanto a que cada temporada se podría ver como una especie de película larga. Si bien la primera temporada no convenció del todo, sí se hacía más o menos entretenida puesto que el misterio que describía, en un mismo pueblo y con una sola protagonista, se hacía bastante más fácil de seguir que el de su segunda temporada.
No es que tenga una estructura compleja o que sea un argumento tremendamente elaborado, sencillamente, the guilty party quiere contar algo de una forma original y acaba creando duplicidades que entregan al despiste y finalmente al desinterés. La trama surge de un grupo de monitores de campamento que cometen un asesinato, o eso parece, y se reúnen cinco años después para volver al lugar del crimen, con la típica pelea de si deben confesar su asesinato o no. Digamos que parte del concepto Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Do Last Summer, 1997) llevado a extremos en los que la culpa de los protagonistas es obvia, o al menos hay algo desde el principio que te impide conectar con ellos.
Por una parte, el hecho de que todos los personajes caigan mal responde a una misantropía presente en todos los episodios, lo cual hace que sus sádicas muertes sean mejor recibidas, con lo que ofrece una experiencia áspera, de seres odiosos recibiendo su merecido, que le da un sabor propio a la serie digna de aplauso, pero por otra parte, no dejan de ser las personas que nos deben llevar a través de un viaje, y al final, la falta de empatía también deja huella en la frialdad narrativa. Todo pasa, ocurre, pero no nos crea un interés especial, ni por adivinar quién es el asesino ni por lo que les pase a ese grupo de gente odiable.
Para acabar de arreglarlo, la historia se va narrando personaje a personaje, con una estructura clara de punto de vista del presente y del momento del pasado en el que tuvo lugar el asesinato, para acabar casi siempre con la muerte de ese personaje. Otro ingrediente que hace que el desarrollo se haga bola, convirtiéndose cada episodio casi en una espera por el momento sangriento de rigor. No ayuda esa vuelta atrás y adelante que trata de desarrollar razones reales por las que sucedió lo que sucedió, dando en última instancia las pistas para saber quién se está vengando de ellos.
Una idea que puede ir bien para una película pero que, para una serie, se hace incluso demasiado espesa en ocasiones con solo ocho capítulos. No ayuda que la mayoría se hayan estirado innecesariamente hasta los 50 minutos. Como mucho habría dado para la mitad, pero ese es el mal endémico de las series actuales, mucha paja y poca carne. El asesino no tiene un aspecto demasiado icónico, se parece al de la película Cold Prey (Fritt Vilt, 2006) con la que comparte el ambiente nevado, también común con la rara joyita Curtains (1983). Y en el aspecto positivo, al menos los asesinatos son suficientemente grotescos, explícitos y sangrientos para hacer honor al título de la serie. Además, salvo algún momento muy particular, la sangre es real, y se han tratado de hacer de forma tradicional. Si eres fan del slasher puede que aún te queden películas por repasar mejores que esto, pero, aunque esté muy muy lejos de ser la ficción definitiva del subgénero, es una alternativa más sucia al casto terror millenial de la serie Scream.