‘The Exorcist’: Season 1 (2016) review

La nueva serie de Fox es una secuela no directa del clásico de William Friekin que sabe de antemano que no debe seguir sus pasos pero que no renuncia a crear un terror más atmosférico de lo que acostumbra la ficción televisiva. 
/10

Cualquier reacción de ira de los fans de un clásico como El exorcista (The Exorcist, 1973), cuando se enteran de que está viviendo un remake o reboot televisivo estaría suficientemente justificada si tenemos en cuenta los lamentables resultados de engendros como Damien (2016). Pero en esta ocasión, las intenciones de los creadores van algo más allá y, aunque no debemos esperar un producto del peso metafísico y profundidad del original, afortunadamente hay algo más que un uso de la marca para sacar provecho de la taquilla de una franquicia establecida. Y eso se nota en el cuidado de este piloto en presentar una colección de personajes y atmósferas antes de crear un festival de puré de guisante.

El primer tramo tiene más que ver con un drama, y dirige sus esfuerzos en crear un ambiente triste, con una familia disfuncional cuya cabeza de familia es un inmensa Geena Davis, que consigue que queramos acompañarles durante el que se antoja, un viaje muy difícil. La adaptación por el escritor y productor ejecutivo Jeremy Slater, ha creado un punto de partida eficaz que se sitúa entre Chicago y México. En su excepcional arranque, el exorcista principal camina recordando a la imagen icónica del póster original, en un ominoso plano en ángulo cenital a un edificio de apartamentos en decadencia en una colina de México, con azules y negros profundos contrastando con la iluminación ocre de la ventana del poseso. Un ejemplo del tipo de terror, tranquilo pero palpable, por el que se inclina la serie.

Pese a que, dentro del circuito especializado del terror, las críticas se centran en que no hay escenas de impacto, o que estas se reducen a los últimos cinco minutos, esto es, sin lugar a dudas, el factor más esperanzador de la temporada, junto con su duración limitada a sólo cinco episodios. Su preocupación por el conflicto y las interpretaciones marcan la diferencia con lo que podría haber sido una imitación del estilo James Wan para televisión. La mayor parte de la trama caerá en el padre Tomás Ortega (Alfonso Herrera), un cura latino con el clásico problema de fe y su ignorancia sobre el mundo de los exorcistas, por lo que se espera un punto de partida de cine de iniciación bastante agradable, aunque recuerda bastante, demasiado, a la infravalorada El Rito (The Rite, 2011).

La mayor piedra en el camino de la serie es que el conflicto planteado es el mismo que el de la película y el de tantas otras ficciones. El padre Keane tiene un trauma como el de Merrin y no deja de ser el típico trasfondo de buddy movie, algo parodiable, en el que un policía no puede volver a disparar porque mató a un niño. Aplicado a la mitología del ritual romano, hay decenas de versiones del problema, pero en realidad, todas las películas de exorcismos y posesiones son como partidos de fútbol, sabes las reglas y siempre sabes lo que va a pasar, pero lo importante es vivir los noventa minutos.

Algún guiño aislado a la original (el momento google), es el único detalle que rescata de lo sucedido en aquella, pero deja claro que es una historia diferente, aunque no deja pasar la oportunidad de ponernos los pelos de punta en sus últimos segundos cuando suena la melodía de Mike Oldfield. En definitiva, un esperanzador y entretenido arranque, que ofrece alguna metáforas sobre los temores paternales y logrados momentos de posesión y suspenso, agradable y superior que muchos estrenos de género con más nombre y popularidad como American Horror Story: Roanoke (2016).