The Haunting of Bly Manor (2020) review

Mike Flanagan continúa su particular taxonomía del fantasma literario para Netflix con una continuación independiente a The Haunting of Hill House que consigue sobrevivir a las expectativas, pese a no llegar a la excelencia de aquella. Una colección de historias de terror de Henry James unidas por un mismo hilo conductor que se postula, con un clasicismo rotundo y un cierre redondo, como la mejor serie de terror del año hasta el momento.
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Asentado ya el polvorín del estreno de The Haunting of Hill House (2018) en Netflix, con el alboroto que se crea en redes cuando una serie se convierte en lo mejor de la semana, del mes o del año, puede afrontarse, ya con la digestión hecha y alguna que otra revisión, que no ha vuelto a haber ninguna de terror tan redonda en estos largos 24 meses. Ahora, toma el testigo una segunda temporada, una que nadie había pedido, una que nadie necesita cuando una historia se cierra con todos los recodos bien limados. Por ello, Mike Flanagan parece consciente de no querer empañar un trabajo en el que cada episodio llevaba su firma, donde dirigía todos y cada uno de sus diez capítulos.

Así, Netflix ha aparecido con la solución mágica al bautizarla The Haunting y después añadir el nombre de una casa encantada, para resolver con la fórmula de la serie de temporadas antológicas el problema de la continuidad. Cada nueva entrega cubriría una obra clásica de la literatura de terror, centrada en los fantasmas y otras variedades espectrales. Si con la primera tan solo tomaba los conceptos principales de la novela homónima de Shirley Jackson, de la casa con vida propia a los recovecos psicológicos de personajes influenciados por ella, en esta el protagonista es Henry James y su The Turn of the Screw (1898), objeto de infinidad de adaptaciones, variaciones e inspiraciones de todo tipo.

Era Stephen King, con el que Flanagan tiene una simbiosis especial, quien aseguraba en su ensayo sobre el terror Danse Macabre (1981) que las de Jackson y James eran “las dos únicas grandes novelas de lo sobrenatural en los últimos cien años“. Lo primero que implica esta elección es un cambio de tono palpable desde el primer momento. The Haunting of Bly Manor se aleja de la familiaridad j-horror que James Wan y el propio Flanagan convirtieron en norma en el terror comercial americano de los 2010. El tono es más cercano al de una producción actual de la BBC, con un clasicismo que ya no se limita a la claridad narrativa típica del director, sino que se adhiere a un tono más retro y atemporal, apagado y propio del melodrama cinematográfico más universal.

La trama de esta nueva entrega parece que sigue más de cerca, en un principio, la novela en la que se basa, no tiene ninguna conexión argumental con la anterior y sigue un camino diferente, en cuanto a su forma de contar la historia. Pese a que tiene un comienzo canónico y común a casi todas las versiones de la novela, Bly Manor también se separa bastante de la obra original, como ya lo hacía Hill House, pero en esta ocasión, el desvío sirve como una forma de estructurar el plan real de la serie: conectar a través de las historias de los diferentes personajes una colección de adaptaciones de varios cuentos cortos de James, que quedan embebidos en la línea general de Otra vuelta de tuerca, y sirven como trasfondo y cuerpo de conflicto de los protagonistas. La forma en la que se entremezclan también se toma libertades y en alguna ocasión, el relato en cuestión se queda como concepto sobre el que escribir, tomando el corazón de cada uno y adaptándolo al rol de cada pieza del tablero.

Los títulos de los episodios son una pista, claro, y en algunos momentos son solo un pequeño homenaje, en otros una visión bastante ajustada a lo que propone el texto. El conjunto hace que toda la temporada se empape de los temas de James, tomándose como unas reglas de lo tenebroso y lo romántico según su obra, en ocasiones no necesariamente piezas de terror, sino incluso algunas de sus miradas a lo sobrenatural desde una perspectiva más amplia. La operación se salda con un tapiz completo de la obra de horror del autor, algo completamente inédito hasta la fecha en el cine o la televisión, donde tan solo se había adaptado The Jolly Corner (1975) hasta el momento, en un olvidado episodio televisivo con escenas de terror muy destacables, fuera de la eterna espiral de variaciones de The Turn of the Screw.

Pero la pregunta que todos los fans quieren saber es ¿realmente está la nueva temporada a la altura de The Haunting of Hill House? La solución corta es no, pero la contundencia del monosílabo no hace justicia a la complejidad que exige la respuesta. Para empezar, Mike Flanagan solo dirige y escribe el primer episodio —aunque el plan maestro de la temporada y la historia general sigue siendo exclusivamente suya—, y eso deja huella en la realización, el planteamiento visual y la puesta en escena. Pero lo cierto es que a pesar de todo, por una parte, tiene todos sus códigos de autoría y se nota su lienzo en cada una de los matices de la serie, desde los diálogos al diseño de los fantasmas y el tipo de terror que despliega; por otra, la disparidad de manos dentro de la temporada contribuye a la necesaria diferencia con la anterior y, lo que es más importante, a crear una variación caleidoscópica de tonos y sensibilidades en los diferentes episodios, ayudando a que cada miniadaptación tenga cierta personalidad y el experimento se beneficie de una mayor entidad.

The Haunting of Bly Manor mejora cuanto más asegura las alambradas para mantener esa distancia con la temporada anterior, pero la independencia es difícil y hay algunas decisiones “corporativas” que juegan en su contra. Es probable que Netflix, o lo propios creadores, decidieran que debía de haber algunos puntos en común con la anterior para consolidar una sensación de producto unitario que justifique colocar las dos series en la misma carpeta del catálogo de la plataforma, y el hecho de que Hill House convirtiera a sus actores en estrellas, condena a esta, por la dictadura de los likes, a tener muchas caras en común, algo que, ni molesta ni está mal llevado, pero no es del todo necesario. Lo que sí que es una mala decisión, y probablemente el punto más decepcionante, es el reciclaje del tema principal de la anterior temporada. Aunque The Newton Brothers parecen haber hecho alguna variación, la presencia de su composición lleva la cabeza irremediablemente a la familia Crane, y desvirtúa un poco la personalidad de aquella sin que esta se aproveche especialmente de su nuevo uso, más bien actuando como forma negativa, ayudando a pensar de nuevo en su predecesora, que posee una magia irrepetible con la que nadie querría sentirse comparado.

Hay, sin embargo, algunas buenas decisiones con respecto a la anterior temporada, como el hecho de no querer repetir un momento como el episodio 6 o el 5, algo que, si bien a priori puede decepcionar a quien espere “el capítulo del despliegue técnico” o un gran giro que vuelva el cerebelo del revés, muestra una voluntad realista e inteligente de no tratar de forzar el más difícil todavía para caer fuera de la red en medio del salto mortal. Se agradece esa honestidad creativa y la buena caligrafía más modesta, sí, pero de nuevo llegando al punto B sin salirse de los renglones, volviendo a ofrecer una historia sorprendentemente sólida, bien atada en todos los flancos y con otro tipo de sorpresas, quizá no tan espectaculares, pero que dejan una recta final más potente, más oscura y bien conectada con el hilo conductor de la novela original, dejando la sensación de haber presenciado, de nuevo, algo especial y que necesitará una nueva visita para descifrar claves y señales colocadas de forma silenciosa.

Hay un juego constante con la realidad y el sueño, el recuerdo y el presente, que hace que los flashbacks y las apariciones se entremezclen, y conforme nos adentramos en la temporada se cree un estado de duermevela común que hacen pensar en la mansión Bly como un lugar de ensoñación, un vórtice onírico en donde la realidad se difumina. Hay un juego con la casa de muñecas de Flora, que va contando algo en segundo plano, sacudidas de montaje que desorientan a los personajes al mismo tiempo que al espectador y eventos que parecen no tener relación que cobran sentido cuando recibimos nueva información. De cualquier manera, volver a ella con los giros ya asimilados se convertirá en otra experiencia diferente, confirmando que, quizá no alcance los niveles de excelencia de la anterior, pero ha logrado de nuevo sorprender y crear un artefacto atemporal digno de volver a él en el futuro.

En cuanto al terror, la exploración constante de la figura del fantasma que va acometiendo Flanagan en sus nuevos trabajos hace que se vayan incorporando algunos hallazgos de sus obras anteriores, dejando aquí ya rastro de lo que adelantaba Doctor Sleep (2019), despojando a veces a los espectros ya de cualquier señal aterradora, tendiendo hacia un ser trágico, cada vez más autoconsciente y melancólico, conectando más con la concepción de James de los mismos. Pero, como decía Steve, hay muchos tipos de fantasma, y representan muchas cosas, por ello, también hay suficientes momentos macabros y aterradores, con algunas apariciones tremendamente perturbadoras, que siguen el imaginario del autor, que puede comprobarse en muchos pósters de su filmografía y en la misma escena de créditos de la serie. No es un tobogán de sustos, sino más bien un viaje a través de la perdición del romance gótico, con fuertes atmósferas siniestras o de agonía sobrenatural, y personajes condenados que generan entre horror y tristeza.

Tenemos un Quint que parece más un Heathcliff modelado por Emily Brontë, personajes encantados por sus propios demonios, amistades hermosas, amores imposibles y estados emocionales arrebatados de una portada de novela de bolsillo con mujeres en vestidos de tul, huyendo entre la niebla de una mansión victoriana. Hay también muñecas creepy, estampas macabras y miedo existencial, pero la propuesta muestra una madurez en el género que tiende a modelar su aura según el estado emocional de los personajes, consiguiendo un equilibrio entre las emociones fuertes y el sincretismo con la historia. Bly Manor homenajea a otras adaptaciones de James, con especial reverencia a The Innocents (1961), de la que toma prestada la canción O Willow Waly, bautizando a la protagonista con el apellido del director. Pero, alejándose de los temas perversos de aquella, en la historia hay temas y elementos que rescatan la sensibilidad del cine de terror italiano más romántico y tenebroso, como Danza Macabra (1964) y otros filmes de terror de época de Antonio Margheriti y, en general, una tendencia a la visión británica del terror sobrenatural. No es extraño ver al director Matthew Holness, director de Possum (2019) y erudito del horror literario, en un pequeño papel, que se une a otros pequeños guiños cinéfilos como el póster de The Monster Squad (1987), o el cameo más tróspido, el mismísimo Greg Sestero de The Room (2003).

The Haunting of Bly Manor no sobrecarga con episodios de relleno, incluso cuenta con uno menos que la anterior, y va diseminado las semillas de su historia global sin prisa, deteniéndose en las realidades de personajes que guardan el turno en una ronda que les presta especial atención a cada uno en su momento, un poco como pasaba en Hill House. Puede que a muchos, sus ocasionales concesiones a la cursilería recargada, les haga dar un paso atrás, pero lo cierto es que esta nueva miniserie es otro éxito para la televisión de terror. Es imprescindible para amantes de Henry James, o la literatura gótica, abiertos al halo romántico y emocional intenso y puro, sin coartadas cínicas o disculpas edgy, y los espectadores de género casuales encontrarán una historia redonda, donde cada pieza tenía una razón de ser y cuyo final es tan conmovedor y agridulce como el de la anterior.

Mike Flanagan sigue avanzando, paso a paso, como uno de los nombres más importantes del género actual, pero cada vez se propone como un autor con un mundo propio y las ideas más claras, en una madurez que busca explorar el origen de los fantasmas, su significado como expresión de nuestro miedo a la muerte, a modo de un misticismo psicológico con poso de tristeza, que nos habla finalmente de convivir con el dolor y la ausencia. Otro éxito que compra el permiso para cerrar una trilogía en la que The Legend of Hell House de Richard Matheson haría un buen trío.