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A Cure for Wellness (2017) review

Gore Verbinski afronta una tarea titánica de resurrección del cine gótico europeo de los sesenta a través de referentes literarios, desde Poe a Lovecraft , para esculpir una exuberante epopeya de terror alucinógeno de factura preciosista. Con la perversidad de Polanski y la obsesión visual por el detalle de Stanley Kubrick, La Cura del Bienestar es, probablemente, uno de los escasos y genuinos futuros clásicos del cine de terror de la presente década.
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Nota: 95

Probablemente les resulte exagerada las afirmaciones con las que el titular crea una alabanza a la nueva película de terror de Gore Verbinski. Puede que muchos de los que acudáis a verla salgáis decepcionados por las altas expectativas que os hemos creado. Puede que os resulte incluso mala. “Una mala versión de serie b de Shutter Island (2010)” como rezan algunas de sus críticas. Es cierto que muchas veces las grandes obras maestras surgen por casualidad y no de forma tan milimétricamente diseñadas para serlo como esta gran producción. El indie, los bajos presupuestos, siempre nos dan alegrías y normalmente son la cuna de los grandes game changers del género. Pero ¿qué pasa con los grandes clásicos que se producían con lujo y grandes nombres en la silla de director?

La cura del bienestar puede tomarse como un gran homenaje al género, especialmente al creado en los sesenta y setenta, pero también es una gran apuesta, casi suicida, de un director ecléctico pero con una capacidad visual fuera del alcance de muchos de sus compañeros de generación. Gore es un director que piensa a lo grande y por eso su nueva película dura unos 146 minutos. Para algunos, ahí radica su debilidad. Incluso se afirma que se puede contar lo mismo con media hora menos. Por supuesto. Y también podría contarse con hasta una hora entera de recortes. Pero, ¿es en realidad la historia, el misterio de la película, el objetivo de la obra? Cuando cada plano, cada encuadre está pensado, embellecido y cuidado hasta el más mínimo detalle, el concepto de macguffin está llevado al extremo y lo presenciaríamos otra hora sin cansarnos.

La pesadilla de un hombre tratando de llevarse a otro de un sanatorio en Suiza se convierte en una colección de set pieces, un paseo por un laberinto cada vez más axfisiante, un túnel del terror por capítulos, que adquiere un sentido conjunto a través de su estética, su actitud y sus pequeños detalles. Las miradas de las enfermeras, las sospechas, el estado alucinatorio, la paranoia febril… todo tiene sentido en un maremágnum de referencias al cine de terror gótico y a otros grandes clásicos del terror de los setenta. Pero el tejido conectivo de este conglomerado es, esencialmente, su simbolismo, que además de pistas especulares sobre los temas de la película, recoge temas comunes de la obra de Verbinski como el agua, los ojos de animales, los círculos y la paleta de colores azulada/verdosa.

La cura del bienestar, es ante todo, una obra de su autor. Pero sí, pueden encontrarse en ella un puñado de referentes y homenajes tan grande que en los próximos días haremos un especial en honor a su estreno. Al igual que Crimson Peak (2015), el ejercicio estilístico y de recuperación de pioneras, envuelto en un gran presupuesto y suntuosa producción, no convierten la película en un producto de retales, sino que busca elevar, exhumar y participar en un tipo de cine de terror que no tenemos oportunidad de ver a menudo. Partiendo de bases literarias como La montaña mágica de Thomas Mann, el guion de Verbinski bucea en maldiciones familiares de la obra de Poe, rescatando su El sistema del doctor tarr y del profesor fether (1845) o los extraños cultos y la imaginería anfibia de H.P. Lovecraft, para crear un lienzo en blanco para desarrollar una intrincada odisea de onirismo y pasajes siniestros que cita desde el Polanski de El quimérico Inquilino (Le Locataire, 1976) y La Semilla del Diablo (Rosemary’s Baby, 1968) al John Frankenheimer de Seconds (1966).

El aspecto visual se ajusta a un nada habitual 1:66, un frame muy típico de Kubrick, para concebir un estilo visual único, en el que la cámara recoge los sucesos desde una altura atípica que da una sensación constante de extrañeza y abstracción. Cada minuto descubre una nueva pista, cada escena es más depravada y malrrollera que la anterior. Cuando el protagonista, un antipático joven hombre de negocios, descubre lo que pasa, el espectador ha tenido tiempo de desenmarañar el puzzle propuesto, pero su previsibilidad no es baladí, y se recrea en los símbolos las pistas y visiones, para hacer más sólida su sintaxis sensorial y desembocar en suntuoso clímax, en donde su artillería de clasicismo se desata y podemos degustar sus influencias visuales del  Corman más elegante, Ricardo Fredda, Margheriti y otros héroes del gótico italiano menos revisitado.

Por supuesto, no es una película perfecta. Quizá pasajes como el interludio en el pueblo no están a la altura del resto,  pero todas las escenas, cada uno de los recovecos de su narración tienen un efecto de espiral decadente y su elongación del tempo narrativo hasta el extremo la convierten en un viaje en el que dan ganas de embarcar una y otra vez, con todos y cada uno de sus minutos, y descubrir su estructura de capas de cebolla que esconde una sátira gigante sobre las curas milagrosas y nuestra capacidad para creer en ellas. De los métodos détox a la alimentación sin gluten, todos los atajos en los que se apoya la sociedad son retratados en la figura de un sanador milagroso. El estilo de trabajo en el sistema capitalista frente al estilo de vida soñado (y vendido como paraíso) crea una yuxtaposición negra sobre la incapacidad del ser humano para apreciar lo que tiene en frente de sus ojos y, por extensión, la búsqueda de soluciones rápidas para tratar de salir de vidas miserables provocadas por trabajos de horarios de oficina eternos. La enfermedad somos nosotros.

Una película-experiencia para degustar sin prisas, con una copa de vino amargo en la mano, para dejarse sorprender con su atmósfera malsana, su catálogo de retorcidas imágenes de textura atemporal y perderse en un universo de perfidia inédito estos días. El hecho de que una gran productora esté detrás de esto es prácticamente un milagro. Cuando se escuchan quejas sobre la falta de originalidad y de voces transgresivas bajo el paraguas de multinacionales son de las personas que no van a ver obras como esta al cine. Un destino maldito, con toda seguridad, para ella este año, probablemente, como clásicos de culto como Viaje alucinante al fondo de la mente (Altered States, 1980) será olvidada durante años hasta que se revindique dentro de un par de décadas. Hazte un favor y ve a verla en una pantalla grande.

Curiosidades sobre la película

Dentro de poco tendremos algunas curiosidades

Trailer

Fotogramas

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