Llevamos matando el género zombie casi una década y, sin embargo, tras unos años de ausencia en la gran pantalla, su rendimiento rompió récords en la televisión por cable gracias a The Walking Dead. Si bien su presencia en el cine occidental ha resultado mermada tras la sucesiva repetición de la fórmula, las propuestas de oriente aplican la fórmula del éxito en blockbusters como Tren a Busan. Al mismo tiempo, cada año, los festivales como Sitges dejan una cosecha periódica de pequeños proyectos hechos con presupuestos ajustados pero con tanta tendencia a la solemnidad que se puede hablar casi de un nuevo subgénero dentro del subgénero. Dramas reflexivos e intimistas como Los hambrientos o Cargo consolidan una tendencia en la que La noche devoró al mundo encaja de maravilla. «Para mi primera película, supe que quería reducir todos los factores de error al mínimo, poder controlar lo que iba a hacer con lo básico: un actor, un decorado y pocos diálogos», comenta su director Dominique Rocher a «Le cinephile anonyme».
Por supuesto, esa estrategia de director novel es la más común en la historia del cine zombie, con el condicionante extremo de que solo hay un personaje, encerrado en un piso de París, rodeado de muertos vivientes. Una propuesta minimalista que da pie a un tratamiento más filosófico a partir del abono del fantástico. «Quería hacer la conexión entre el cine de autor y el cine de fantasía. La novela me pareció increíble, y además evoca temas que me hablaron en ese momento de mi vida, como la soledad y el rechazo del otro» continúa Rocher. La idea de un hombre solo en medio de un apocalipsis lleno de humanos convertidos en monstruos no es, ni mucho menos, novedosa. Es más, el origen de la idea aparece en la seminal novela Soy Leyenda de Richard Matheson, adaptada hasta tres veces al cine, todas con la idea principal de un último superviviente en la tierra asediado por no muertos.
Consciente de su legado, el director afirma que «no quise detenerme en el fenómeno zombie y las expectativas que pueden acompañarlo. Sabía que era casi más una desventaja que un beneficio. Podríamos habernos culpado por navegar en una moda, así que nuestro argumento para usarlo tenía que ser fuerte». Puede que este conocimiento hace que, extrañamente, la película tenga un magnetismo insólito en un terreno tan trillado que no admite casi variaciones. Su particularidad es focalizar el problema como desencadenante, pero que pronto pasa a ser algo secundario, lo que la diferencia de «otras películas que muestran al héroe descubriendo la invasión zombie de una manera impactante. Si nos sucediera hoy, nos sorprenderíamos rápidamente, pero lo esperamos. Se ha consumido tanto culturalmente, que nuestra mente está preparada para aceptar muchas cosas».
La noche devora al mundo es un ejemplo de la tendencia reciente de cine zombie minimalista con hombres encerrados en pisos, mínimas localizaciones, amenaza exterior y noventa minutos de supervivencia en el mismo emplazamiento que se puede seguir desde Rammbock (2010), con un hombre que, como Sam, va a ver a su exnovia justo en el momento que explota una pandemia zombie, viéndose obligado a parapetarse allí. En Here Alone (2016), tras una misteriosa epidemia, una joven lucha por sobrevivir por si misma en el implacable medio rural lleno de peligros humanos y zombies. En In un giorno la fine (2017), un hombre encerrado en el ascensor de su edificio de oficinas trata de aprovechar su posición estratégica para sobrevivir toda una jornada llena de peligros. Zoo (2018) tiene a una pareja en plena crisis se queda encerrada en su piso en plena explosión de una pandemia zombie debe tratar de salvar su matrimonio para sobrevivir. El último ejemplo es la película coreana de Netflix #Alone (2020) que tiene la particularidad de ser un remake de la homónima americana del mismo título que apareció después, ambas dentro de la circunstancia de la cuarentena real de la pandemia covid-19.
El último batería vivo
Sam (Anders Danielsen Lie) regresa al apartamento de su expareja (Golshifteh Farahani), que está en plena fiesta y alguien lo golpea accidentalmente en la nariz. Ligeramente noqueado, entra a una habitación, sentándose en un sillón para reponerse. Tras perder el conocimiento, despierta con el piso lleno de sangre y todo lo que lo rodea le muestra que se encuentra completamente solo en un edificio de París cuyas calles aledañas están invadidas por zombies. Tras aceptar su terrible nueva realidad, Sam comienza a analizar, piso por piso, el lugar en el que se encuentra atrapado. En su exploración, irá encontrando objetos que le permitirán extender su tiempo de vida, mientras el tiempo hace que se plantee qué valor tiene la misma dentro de esa nueva situación.
«Mi primer deseo era hacer una película francesa. Me pregunté cómo encarnar esta Francia hoy para que lo fantástico sea reapropiado por su cultura distintiva». No va desencaminado el director en definir su debut como una película muy de su país, pese a la sensación de que no poderse despegar de su etiqueta, de estar hecha solo para brillar dentro del circuito del cine zombie, consigue su propósito de mostrar un relato de supervivencia emocionalmente efectivo con un diario de la desesperación de su personaje, expresando su impotencia gritando, tocando una batería o disparando a los muertos que le acorralan, carece de intencionalidad narrativa convencional y plantea la monotonía como diluyente de lo extraordinario. La atmósfera de aislamiento se hace inmersiva en su tragedia, que lidia no sólo con el peligro que le rodea sino con sus propios demonios, explorando un miedo más profundo, el de perder la perspectiva de uno mismo cuando no existe el lienzo de la sociedad y las interrelaciones; la misma conclusión que dejaba la obra de Matheson hace más de 60 años.