Sí. Es imposible condensar 4500 páginas en 90 minutos. Pero eso ya lo sabíamos todos antes de empezar a verla. Con esta misma frase con la que empiezo podría terminar. No hace falta sacar más conclusiones. De las cien películas diferentes que se podrían haber hecho en esa hora y media con tantas páginas, o incluso con una sola novela, la gran mayoría se habrían estrellado sin remisión. Puede que este intento de simplificación no sea el peor de los intentos de hacer algo filmable con el material de partida. ¿Por qué? Sencillamente porque ha tratado de alejarse de la idea de hacer una adaptación como tal. Una opción cobarde, pero quizá más honesta que (perdonen la expresión) tratar de meter medio bosque del amazonas de papel en un enema anatómicamente implausible.
Y es que si nos planteamos una adaptación, pues esto, sencillamente, es un triste monigote de cuento juvenil, como aquellas versiones ilustradas de los clásicos de la literatura llenos de dibujos que nos compraban de pequeños. Por ello, a única manera de poder disfrutar de su visionado es aceptarla como lo que es, un producto adyacente a la mitología, un complemento prescindible y no esencial, como la propia línea de cómics oficial, que solo trata de ilustrar pasajes inconexos y deslavazados de varios libros sin orden ni concierto. Desde luego, con estos actores, proyectos y millones, podría haber salido algo con algo más de sustancia pero la operación comercial entre estudios tras las bambalinas es tan complicada que bastante es con que la película tenga algo de sentido.
Si nos abstraemos de lo que podría haber sido y no es, siendo justos no queda una película tan terrible como se está vendiendo por ahí. Es un condensado sencillo, adocenado y convencional del espíritu épico y oscuro de los libros, una especie de versión juvenil más propia de una de las típicas miniseries de Stephen King de los noventa, cuando el tono adulto de sus novelas era traducido a una audiencia de horario puntero. Como tal tampoco destaca por unos efectos especiales dignos de mención y la dirección de Arcel es tan plana como aquellas versiones divididas en dos noches. Es verdad que aquellas, al menos duraban cuatro horas y podían explicar las novelas con todo detalle, pero hay que reconocer que en estos escasísimos noventa minutos apenas da tiempo a aburrirse.
Su mayor virtud es que el ritmo es capaz y deja algunas buenas ideas como ese acercamiento del universo de King a la fantasía literaria infantil más oscura de El mago de Oz o La historia interminable. Incluso en ocasiones tiene poso de algunas pesadillas metafóricas como La casa de papel (Paperhouse, 1988). El mayor escollo es su poco lustroso tercer acto, en el que el paseo de canapés por el universo King cede espacio al tópico enfrentamiento de bueno y malo de turno sin ningún empaque técnico reseñable. Como venimos relatando, es solo un traguito inofensivo del denso entramado literario de La torre oscura y se deja ver como un episodio piloto de una serie cualquiera del canal CW que nos hubieran colado en una gran pantalla de cine.