Hay un millar de variantes posibles para una adaptación de los relatos contenidos en los tres libros de Scary Stories to Tell in the Dark de Alvin Schwartz. La única totalmente válida, empero, sería el formato de colección de pequeños cortos, lo cual, además de inviable, podría ser algo cansino, un poco como una especie de The ABCs of Death (2012) pero sin muchos cambios de tono y temática, dado que la mayoría de los cuentos son leyendas urbanas de inicio, nudo y desenlace fugaz, con codas clásicas de historia de fantasmas. Por ello, no tiene sentido darle muchas vueltas a la decisión de adaptar tan solo un pequeño puñado de las múltiples historias de miedo que se incluyen en los tres volúmenes. Lo que sí se puede cuestionar, o al menos debatir, es si la decisión de los cinco guionistas, incluido Guillermo del Toro, para retratar los cuentos en pantalla ha sido la adecuada.
Y es que SSTTITD no es una adaptación per sé, sino más bien una especie de homenaje a las historias y, en especial, a sus ilustraciones, a modo de aventurilla juvenil con escenas de terror como platos principales que se han basado en algunas las más recordadas. Un paso intermedio entre la estructura intercalada de la película británica Ghost Stories (2017) y la creación completamente nueva de Goosebumps (2015), con la que comparte el mismo planteamiento inicial: un grupo de chavales que encuentra un libro cuyas historias vuelven a la vida. Tal cual. Esta falta de originalidad no es excesivamente molesta, pero, dado el material de partida, no había estado de más darle una vuelta adicional a la idea, porque une dos conceptos similares. Uno el de la operación nostálgica adaptando una serie de libros míticos y otro el de la creación meta de historias de terror. Pero claro, no podían dejar la oportunidad de conectar un producto de terror dirigido a chavales con la tendencia de pandillas contra monstruos de los recientes éxitos de Stranger Things (2016-) o It (2017).

Dice Andre Øvredal que SSTTITD es su forma de hacer una película de Amblin y no le falta razón. La opción para interpretar unos libros tabú, un grupo de libros prohibidos y temidos por padres y niños miedosos, se han convertido aquí en un movimiento hacia la tendencia mainstream. Una condición quizá inevitable para verlos hechos realidad con el apoyo de un estudio, para ser llevados a la pantalla con un nivel de producción exquisito, por lo que no es tan sencillo lo uno sin lo otro. El problema del ángulo elegido es que si bien IT y Stranger Things están atrayendo a muchos chicos aún menores de edad, su público objetivo es el adulto nostálgico, con lo que su calificación les permite mostrar toda clase de atrocidades, como niños sin brazo en el primer caso o masas de gente derritiéndose para formar un monstruo en el segundo. Lo más flagrante es que el libro que hace tangibles los horrores se basa en los miedos de cada niño condenado, de forma que se convierte en un Final Destination (2000) en el que en vez de la muerte son los monstruos de Schwartz los que hacen las veces del Freddy Krueger o el Pennywise de turno. Todo correcto, pero el problema es que estamos en una calificación PG-13, con lo que los que se supone que no deberían ver esa película ya la habían visto, con toda la sensación de inseguridad que debería provocar la adaptación de los libros para niños más denunciados por profesores o padres de todos los 80 y 90.

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No significa que el terror de SSTTITD no sea intenso, que lo es, pero da la impresión de llevar por debajo una red de seguridad que no se acaba de retirar del todo en ningún momento. Efectivamente, el público objetivo son los chicos de 11 a 13 años, pero los que hayan cumplido los 13 se pueden meter en otra sala a ver 47 Meters Down: Uncaged (2019) con muertos, sangre y ataques de tiburón bastante violentos para su calificación. A su lado, la cinta de Øvredal se queda un poco escasa.
Al menos, el recurso del libro como una guillotina viviente hace que el grupo tenga que competir contra el tiempo para descubrir el misterio detrás de todo, antes de que se escriba una nueva historia en su libro (lo que significa que caen nuevas víctimas). Un argumento tenso que permite al público entrar en la historia de forma orgánica, especialmente por lo bien que introduce a los personajes desde un principio.
Si bien se pueden tener dudas sobre la opción elegida, una vez aceptada, hay que rendirse ante el impecable trabajo con el grupo de niños, haciendo una pandilla gamberra, de perdedores divertidos, fans del terror que podrían acompañar al Sam Petrie de Salem’s Lot (1979) y que comienzan su andadura en una previa a la noche de difuntos con gamberradas propias de los amigos de Kenny & Company (1976) de Don Coscarelli o la pandilla de The Halloween Tree (1993) de Ray Bradbury. La ambientación en los 60 es impecable y los engranajes de ese tipo de película de los ochenta y noventa, tan funcionales como aquellas de su etapa, tanto que en ocasiones pueden recordar a las adaptaciones para televisión de R.L. Stine o a episodios de Are You Afraid of the Dark? (1991-2000), con algunos toques de misterio de Nancy Drew en la mezcla.

La adaptación de las historias
La primera aparición popular es la del espantapájaros Harold, que, sin seguir especialmente las tramas del texto, se basa en el concepto de hombre paja con piel humana y acaba convirtiendo a un chaval en ello. La adecuación a la ilustración de Gammell es total y se le añaden constantes cucarachas entrando y saliendo que le dan un aspecto aterrador, que no desentonaría entre los espantapájaros de la película Scarecrows (1988). Cuando convierte a Tommy es bastante macabro, pese a que hay algún plano de CGI un poco desfasado. EL momento de la película tiene como principal a lo Jeepers Creepers 2 (2002) y la secuencia en los campos de maíz en su construcción y consecuencia, pero también recuerda inevitablemente al episodio de Goosebumps The Scarecrow Walks at Midnight.

El siguiente en aparecer es El dedo gordo del pie en el que un protagonista es perseguido por un muerto que busca su dedo del pie, que acaba de forma inexplicable en el estofado de su cena. En este caso hay un trabajo de imaginación por parte de los creadores, ya que el resucitado nunca se llega a ver en las ilustraciones de Gammell, por lo que se arregla con un maquillaje que le hace parecer más bien el fantasma del relato La casa encantada. Se nota bastante la mano de Øvredal en esta historia particular, puesto que el plano del pie sin dedo es una reformulación de un momento de The Autopsy of Jane Doe (2016). Lo gracioso es que sea Javier Botet quien se meta dentro del mismo, ya que el chaval acaba tragado por la oscuridad en un plano clavado al del final de REC (2007) en la que era Manuel Vellés la que era arrastrada por el mismo actor dentro del traje de niña de Medeiros (tampoco se diferencia mucho de esta). Si que le da un aire más creepy que desaparezca debajo de la cama, al estilo de los terrores infantiles más comunes que también están referenciados en algún fragmento.

Pese a que ha sido presentado en tráilers y pósters, la clásica leyenda urbana de The Red Spot, sobre una chica que tiene un nido de arañas en el interior de un grano, está resuelta de forma bastante gráfica y colorida, lo cual la hace competir con el momento grotesco de Urban Legends: Bloody Mary (2005) que ilustraba el mismo cuento popular con CGI, no mucho peor, pero de forma más gore y letal. Aquí la protagonista acaba en un hospital mental, pero luego se reinicia todo para que resulte menos traumático.

Se puede decir claramente que el mejor momento de la película es el tramo en el hospital mental. Ya solo por el emplazamiento, que da pie a Øvredal para hacer un doble guiño que tiene su gracia, con esos pasillos abandonados con una silla de ruedas desvencijada como el del dibujo de Gammell en la dedicatoria del primer volumen, y además porque supone una recuperación de la fundamental Session 9 (2001), en la que había algunas revelaciones magnetofónicas de una paciente que tienen aquí una réplica acompañada, de hecho, por un movimiento de oscuridad como el que acechaba a uno de los personajes de la película de Brad Anderson. Aunque el momento estrella es la aparición de la mujer pálida del relato The Dream, en un momento que debe mucho a The Shining y sus pasillos asépticos con fantasmas al fondo. Con una encarnación perfecta del ser al que vemos como se traga a un chico a través de su barriga.

A la hora del final se mezclan algunas historias para dar forma a una creación en cierto modo única y propia de la película. El Jangly Man es un cadáver desmontable que junta sus extremidades y anda de forma muy extraña, entre el Pretzel Jack de Channel Zero: The Dream Door (2018)—no por casualidad es el mismo actor—, y la niña del The Exorcist (1974). Sin embargo, la manera en la que aparece es deudora de dos leyendas Me Tie Dough-ty Walker, en la que un perro se queda mirando a una chimenea hasta que cae una cabeza cercenada. Otra es Aarón Kelly’s Bones, cuya ilustración mostraba a un hombre descarnado y en la que un cadáver resucitado se caía hecho pedazos. What Do You Come For? También tenía un ser despedazado cayendo por la chimenea, y en resumen, entre los tres relatos hay un buen storyboard para la forma en la que se desarrolla el momento en la película. El uso que le dan a esta creación es algo así como el “monstruo final”, pese a que a la hora de la verdad no acaba haciendo nada especialmente peligroso, ya que cuando ataca al protagonista no tiene consecuencias.

Este signo de seguridad, que traiciona un poco el espíritu de los relatos en general, tiene su mayor exponente en la adaptación final. Sin haber sido comentada hasta ese momento, en el clímax final aparece la historia The Haunted House, una de las más célebres del libro por la pesadillesca adaptación de Stephen Gammell. Si bien ese dibujo se intuye levemente en la historia The Big Toe, el fantasma del final, el que protagoniza la mayoría de la trama de búsqueda, resulta ser un alma en busca de justicia, como el del relato de Schwartz. El problema, o la diferencia, es que es presentado como uno de los clásicos fantasmas trágicos de Guillermo del Toro, y acaba resultando un poco mermelada. De hecho, la visualización del espectro parece más basada en la ilustración de Helquist para este relato, mientras que los fantasmas de, por ejemplo, Crimson Peak (2015), parecen más basados en la de Gammell irónicamente. La cosa, con una apertura a “revivir” a los amigos perdidos supone una traición absoluta a la actitud horripilante de los libros, en los que no se sabe demasiado bien dónde acaban los protagonistas de sus cuentos.

¿Adaptación de éxito o fracaso?
El resultado final es una ficción juvenil bastante ajustada visualmente a lo que podría evocar la imaginería de Stephen Gammell aunque no se atreve a ir más allá y aplicar su estética de expresionismo surrealista casi viscoso. No abraza en ningún momento su onirismo ni conecta con la capacidad del artista para generar paisajes de pesadilla que permiten interpretaciones, que no dejan claras las formas de algunos de sus protagonistas, que en su elasticidad nada figurativa abraza lo grotesco y lo imposible. Las distintas secuencias de terror de Scary Stories to Tell in the Dark se basan en su estética y en ocasiones tocan esas sensaciones alucinógenas, pero no son una presentación que llegue a entender y respirar el efecto de aquellas. Es algo así como un deseo imposible, pero en ese aspecto no puede decirse que sea un éxito como adaptación.
Otra cosa es que la película, en sí misma, sea un buen ejemplo de terror juvenil casi al máximo de sus posibilidades. La mano del Del Toro, seamos claros, permite que el producto tenga suficiente entidad y consistencia visual como para tener una escala sorprendente, una concepción gótica y creepy canónica y plenamente entregada a su coartada fantástica sin ningún tipo de excusa o volantazo para esquivar sus apariciones. Sí, tiene cierta tendencia a sobreexplicar sus reglas, pero al fin y al cabo, la elección de un formato antológico no fragmentado obliga a este proceso. El tono, que bebe desde The Monster Squad (1988) a The Gate (1987) funciona como buen ejemplo de este tipo de películas, logrando un tono inquietante de tebeo, muy parecido a lo que podíamos encontrarnos en las citadas series Goosebumps (1995-1998) o Are You Afraid of the Dark?.
Sin embargo, contrariamente a lo que se suele creer, cuando una película de terror para adultos tiene algunos valores de producción humildes, o si juega con el fantástico con cierta ingenuidad, se suele decir, con rechazo, que “parece un episodio de pesadillas”, con lo que deja claro que muchos no conocen o se acuerdan demasiado bien de los libros y episodios de creados por Stine. Se suele ignorar, por ejemplo, que tenían finales oscuros, ambiguos y pocas veces acababa bien para sus niños protagonistas, algo que no se puede decir de muchas películas de género actuales, ni tampoco de esa supuesta visión “algo más adulta de Pesadillas” (sic) que propone esta Scary Stories to Tell in the Dark. Por no hablar de la extraordinaria R.L. Stine’s The Haunting Hour (2010-2014) la superior heredera de Goosebumps, cuyas historias originales estaban plagadas de un horror sin sangre pero intenso, plenamente fantástico y sin miedo a finales macabros, con todo el arrojo que la adaptación de Del Toro cambia por drama y magia blanca.
Una adaptación con mensaje
Quizá la diferencia más notable de Scary Stories To Tell in the Dark con las ficciones tipo Pesadillas no es que apriete más que aquellas los elementos de terror sino la inclusión de algunos elementos políticos no demasiado habituales en el género dirigido a adolescentes. Hay un juego con los manuscritos de las historias que van escribiéndose —en sangre de bebés, como el Necronomicón de Sam Raimi— que trata de elaborar un reflejo con el contexto social de los 60 y, de alguna manera, aspira a que el presente se mire también en sus metáforas. Desde el comienzo de la película, las noticias sobre la Guerra de Vietnam y el presidente Nixon, a menudo se van insertando brevemente en muchas de sus escenas. Con una alegoría del destino de las víctimas que escribe el libro y los muertos de la Guerra de Vietnam, cuando Estados Unidos envió a cientos de miles de tropas al campo de batalla sin saber por lo que luchaban. Nixon y sus mentiras son el reflejo del poder de las mentiras, de la arquitectura del miedo, hasta que en la coda se inserta el momento de la victoria del presidente en las elecciones presidenciales de 1968.

Hay también referencias constantes al racismo, con varios personajes multiétnicos que por una parte u otra son acosados por su raza, pese a que el latino protagonista tenga algo que esconder relacionado con el tema principal. Es curioso que la película que van a ver al autocine los protagonistas sea Night of the Living Dead (1968) de George Romero —curiosamente, este mismo verano, los protagonistas de Stranger Things van a ver Day of the Dead (1985)— un homenaje póstumo al maestro del género que funciona por dos vías: una por su carácter de película elemental del género y de visionado en Halloween, y por otra, por su validez documental como biblia de la atmósfera de EE.UU. a finales de los 60, entre los muertos de Vietnam y los conflictos raciales. SSTTITD es casi un homenaje a la capacidad de aquella película para abrir al cine de terror como conducto de sátiras y mensajes sobre la situación en ese momento. Teniendo en cuenta que Guillermo del Toro no es sino un emigrante mexicano, es natural que en plena temporada de tiroteos a hispanos y políticas de odio en la América de Trump, la oportunidad de hacer algunas referencias era demasiado clara.
Una notable película de terror para chavales, una adaptación regular.
Scary Stories to Tell in the Dark es una notable película de terror juvenil, la clásica cinta ideal para ver en Halloween pero a la que le falta un final acorde a la calidad de sus set pieces y algo de ambición y urgencia para llegar a ser el clásico indispensable para ver esa noche que pedía a gritos ser. Como adaptación de los libros, se queda a medio camino. No porque solo haya elegido cinco cuentos, ya que la cantidad no es equivalente a la fidelidad, sino porque, en última instancia decide traicionar el material de origen al no atreverse a marcar el paso con resoluciones sin miedo a crear polémica, porque deja entrever demasiado su maniobra comercial cuando limpia sus pecados en un epílogo que da la oportunidad de recuperar a los chavales desaparecidos, tras prácticamente haberse hecho amiga del fantasma. Un final con ese regusto a cuento de hadas con el que Guillermo del Toro es feliz pero demuestra que a veces no parece entender algunas de las obras —el caso de Don’t Be Afraid of the Dark (2010) es similar— que ama. O las razones por las que las ama. Todo en la película parece estar en su sitio, y será un entretenimiento de terror disfrutable que muchos chicos tendrán como film de culto en el futuro. Pero aunque el resultado esté por encima de la media, debería haber sido una película que creara esa sensación de peligro, de ser esa que los padres no quieren que vean sus hijos, como lo fueron los libros prohibidos de los ochenta.










