
La tercera temporada de la serie fenómeno de Netflix sabe sobreponerse
a su carácter de artefacto nostálgico para regresar a la forma perdida en su
anterior temporada y ofrecer un blockbuster de terror de nueva carne, monstruos,
scifi y acción que flexiona la rodilla ante Romero, Cronenberg y Carpenter y
logrando conectar en lo emocional con una tierna mirada al paso a la madurez
que, pese a caer en alguno de sus vicios adquiridos, destaca por muchos
momentos especialmente bien escritos.
Nota: 85
Volver a Hawkins, Indiana, es cada vez un viaje más
peliagudo cuando fuera, en el planeta Instagram, los protagonistas de esa
pequeña pandilla que robó a muchos el corazón en 2016 son pequeñas estrellas de
rock que generan un feed abominable de conjetura fan y todo lo que ello
conlleva. Por ello, tras el pequeño (o gran) traspiés que supuso la segunda
temporada de Stranger Things, volver
a entrar en el mundo del revés, Eleven, Demogorgons y Azotamentes puede hasta
llegar a dar pereza. El monstruo es la propia popularidad de la serie y su
condición de temporada única, el estiramiento innecesario que hay que pagar a
la plataforma que logró que existiera en primer lugar. Por ello, no, la tercera
entrega de las aventuras de Mike, Will, Dustin, Steve, Nancy, Max y compañía no
logra rescatar el tono oscuro, sincero y autoconclusivo de su irrupción, pero
consigue sortear muchos de los defectos que hicieron de la continuación un
evento olvidable.
Aquella, hecha con prisas, tocando las teclas que los fans
creían que necesitaban, era una repetición de la imagen que los propios
creadores habían proyectado al ver la respuesta de su obra. Falta de ideas,
líneas de relleno, separación de tramas con partes aburridas y un interminable set up que acababa con un episodio de
pegote casi vergonzoso. Pero, sea como fuera, ese repetir el truco como el “yo
no he sido” de Bart Simpson pasó factura y los Duffer se dieron cuenta. Por ello,
este tercer capítulo les ha tomado prácticamente dos años que han invertido en
corregir bastantes desatinos y establecer el concepto que hizo triunfar la
serie en primer lugar. Ahora suena a cliché, pero concebirla como una sola
historia de 8 horas, como una gran película, sigue siendo la gran fortaleza del
concepto, y parece que se han esforzado en que realmente sea así. Es decir, si
en la anterior había una subtrama que homenajeaba a Gremlins (1984), pronto
se hacía patente que era un metraje prescindible, apenas conectado con el hilo
principal. En la 3 podemos ir siguiendo todas las pistas argumentales hacia un
mismo sitio, eliminando la sensación de elongación superflua y, sobre todo,
dotando de un ritmo que volatiliza los capítulos.

Stranger Things 3 vuela, y da igual que arrastre algunos
malos hábitos de forma inevitable, la historia está construida como un todo y
llega a tomar un impulso frenético en algunos momentos, haciendo que sea casi
imposible dejar de verla hasta acabarla. Sin embargo, no está libre de algunos
problemas derivados de los personajes. Hay decisiones que siguen sin funcionar
y, si en las anteriores teníamos a una Wynona Rider un poco pasada de vueltas,
en esta es David Harbour el que sobreactúa. Hooper se convierte en una especie
de gorila gritón que lleva al extremo sus decisiones y acaba por resultar algo
molesto, cuando era uno de los personajes más centrados de la primera etapa. Ya
se vio esta deriva en la anterior temporada, pero aquí se ha agravado y puede
decirse que es el mayor escollo del evento. Sin embargo, el personaje de Billy,
que sobraba bastante en la anterior, asume el rol de villano perfecto, en una
encarnación de Henry Bowers adulto bastante acertada.
Nancy y Jonathan son tratados con un poco más de cuidado, y
hasta el tratamiento de guion deja patente que su unión en la anterior
temporada fue gratuita, forzada y fuera de lugar. Su conversación en el coche
tras un hecho importante para los dos deja claro que los diálogos y
motivaciones de ambos han sido muy bien definidos. Y es solo una muestra de lo
bien escrita que está, en muchas ocasiones, esta temporada. Todo lo relativo a
la relación de los chicos, ya sean amistades no correspondidas, amores en la
pubertad y definición de tontuna adolescente están logrados con detalles que
todos reconocemos de nuestros doce o trece años. Impagable la exploración astral
de Eleven en el cuarto de los chicos, las verosímiles reacciones de Will ante
el nuevo juego de sus amigos o el descubrimiento de lo que está ocurriendo
gracias a un inocente y típico juego de la botella con aliño paranormal. La
exploración de la relación de amistad de Dustin y Steve es la nota
sobresaliente, con esa subpandilla improvisada que merece un spin off. Todo lo que tiene que ver con
esa misión es encantador, divertido y, de nuevo, sorprendentemente bien
escrito. No parece la misma pluma de la temporada anterior.

Además de buenos diálogos, la estructura del libreto
mantiene la tensión en todas sus vías abiertas y van juntándose y volviéndose a
separar de forma vibrante y siempre en alto. Un ritmo que tiene mucho que ver
con la voluntad de la temporada en convertirse en un blockbuster de verano en
ocho partes. Hay un equilibrio entre el humor, el terror, el drama y la acción
pura y dura que convierten a Stranger
Things 3 en una aventura de vieja escuela infalible. Es puro espectáculo de
palomitas concebido para televisión pero, tanto por escala como por cinética,
aboga por el gran concepto y la tensión de los grandes filmes de
entretenimiento para la gran pantalla de los 80 y 90. Los Duffer parecen haber
tirado el telón de la timidez y han desatado un tono de tebeo juvenil en el que
los malos podrían ser exactamente tal y como los pintaban en aquellos años.
Ríete de los que acusan a Chernobyl (2019) de anticomunista.
Uno de los antagonistas, por cierto, podría ser el hermano malo de Arnold
Schwarzenegger en Red Heat (1988),
aunque también juega a ser Terminator en todo momento, algo que convierte la
temporada en un pastiche desvergonzado divertidísimo.
A partir de aquí, las
referencias pueden llegar a ser Spoilers.
Lejos de la sobria primera temporada, el utillaje de la
nostalgia se convierte ya en un escaparate que no debe nada a nadie ni siente
que deba disculparse, por lo que se establece un juego de asimilación de las
películas que se estrenaron en 1985 y no solo se plantea como una elección
estética sino como una propuesta para los propios protagonistas que van al cine
de su centro comercial a ver películas. Entre ellas Back to the Future (1985), de la que bebe todo el tenso clímax y la
presencia del bully infalible, y Day of the Dead (1985). La presencia
del tercer film de la tetralogía zombie de George Romero se explicita con un
plano zoom al cartel que guiña directamente al creador del muerto viviente
moderno y sigue con la propia proyección, en la que asistimos a la pesadilla de
su escena inicial, curiosamente con una banda sonora muy similar a la de la
serie, tanto que en un momento más adelante se usa (o resamplea) uno de los
cortes de John Harrison en una escena ubicada en un emplazamiento subterráneo
que está lleno de referencias al filme —desde los vehículos para moverse, a la
presencia militar, a las notas musicales de eco tropical de la bso—, por
supuesto, también está la presencia de cuasi zombies en la trama. Realmente, la
temporada parece rendir homenaje al director, puesto que la ubicación en un
centro comercial de buena parte de los episodios tiene una obvia resemblanza en
los montajes de los chicos probándose ropa etc, etc… Bien por los Duffer.

Como siempre, Stranger
Things 3 plaga sus ocho horas de referencias y préstamos del cine de terror
de la década y uno no puede parar de pensar en Cronenberg en todo lo relacionado
con el desarrollo del paulatino crecimiento del mal que nos encontramos en la
temporada. Imposible no ver ecos de Shivers (1975) —aunque puede que más
a través de la revisión que hizo James Gunn en Slither (2006)—, Rabid
(1977) —el paciente cero que aparece tras un accidente de circulación, llevando
el contagio a cotas de ultracuerpos que también recuerdan al remake del clásico
de los 70—, Scanners (1981) y The Fly (1986), cuyo diseño de
criatura parece ser aquí fundamental, además del proceso de decadencia que va
experimentando Billy. En general, todos los temas de body horror del director canadiense están muy presentes.

Otro maestro recientemente fallecido, Larry Cohen, tiene su
guiño a The Stuff (1985) en una marquesina, pero además la criatura que
deshace a la gente y crece sin parar tiene resemblanza con el yogur maldito de
aquella, así como a The Blob (1988), que si bien ya era una presencia constante en
la primera temporada, aquí se materializa en el monstruo que reabsorbe la carne
de los humanos e incluso el emplazamiento del cine o el hospital. Hay referencias
directas e indirectas a The Thing (1982), desde la criatura
multiforme a la capacidad de suplantación, y el aspecto general tiene un sabor
a John Carpenter ineludible. Hay pequeños guiños sueltos a Spielberg, tanto la
saga Indiana Jones, Jaws (1975) —ese alcalde y ese 4 de julio— como Jurassic
Park (1993) y en el diseño del monstruo es imposible no pensar en The
Deadly Spawn (1983) o Deep Rising (1998). En su espíritu
de película de criatura, la encarnación final del mindflyer no es muy diferente
al concepto del cine de mutantes de los años cincuenta y los planos abiertos,
con el ser caminando por la carretera de la misma manera que la Tarantula!
(1955) de Jack Arnold.

Por supuesto, no hay Stranger Things sin Stephen King por
lo que, a la base de IT (1990) y Firestarter (1984) —ya
destapado aquí con un póster— se expande la capacidad de Eleven a otros
superhéroes del de Maine como el Johnny Smith de The Dead Zone (1983) o
Danny Torrance en The Shining (1980) que se lleva también un homenaje directo en
la secuencia del hospital. Hay una frase sacada directamente de Stand
By Me (1986) y el uso de fuegos artificiales para atacar al monstruo en
el día de la independencia estaba siendo utilizado en ese mismo verano por un
chico en silla de ruedas, para acabar con el hombre lobo, en la coetánea Silver
Bullet (1985), aunque también se utilizó un gran cohete luego en The
Gate (1987), a la que se vuelve a hacer referencia en algunos diálogos.

A todo esto le añadimos una buena cantidad de picardía
adolescente de la época como Fast Times at Ridgemont High (1982),
el cine de Richard Donner, Midnight Run (1988) e incluso ficciones
bubblegum de la guerra Fría como Red Dawn (1984) o Ruskies
(1987) y el resultado es una esquizofrénica aventura de fantástico con ecos
scifi, acción a raudales y terror grimoso que quizá no pone toda la carne en el
asador, pero está a años luz de otras series del estilo de este año. Se nota
que hay planes para otra temporada aunque, de nuevo, la coda agridulce es un
acierto como el cierre raro de la primera, en dónde no todo sale bien y hay
espacio para la emoción sincera. Pase lo que pase en la siguiente, el epílogo
de esta Stranger Things 3 tiene un punto de ritual de pasaje para todos los
personajes que clausura de maravilla el arco sobre la madurez que ha ido
desarrollando la pandilla capítulo a capítulo. Da la impresión de que han
quedado cosas en el tintero y que podría haber explotado en un fin de fiesta
mucho más salvaje, pero siendo honestos, pocas películas estrenadas en el cine
en 2019 han recuperado la emoción, espontaneidad y la perspectiva de gran cine
fantástico de terror de antaño como estos ocho episodios.
Jorge Loser