La idea del exorcismo y la posesión es una mera excusa para vender una película que, a todas luces, sufre por ser demasiado parecida a otros títulos notables del cine de terror reciente. Por una parte, encaja en el subgénero de turnos de guardia en la Morgue con problemas, que aunque no lo parezca, tiene un buen puñado de títulos que la han ido cimentando. Por otra, pertenece al género de horror religioso reciente que tiende a colocar el exorcismo como clímax final. Por ello, la idea genial de colocar el ritual al principio de la película no queda mal sobre el papel, pero, una vez entramos en materia, puede ser el mayor error de la cinta. Y es que, una vez sabes que el cuerpo de Hannah Grace lleva un demonio dentro, puedes figurarte mucho de lo que va a pasar.
La estructura sigue el patrón de NightWatch (1994), con un joven en su primera semana en un mortuorio, con muchos detalles similares cuando se explican las reglas del trabajo y una atmósfera de aislamiento parecida. Pero pronto entra el cadáver del título en escena y nos trasladamos rápidamente al misterio con una mujer muerta de The Autopsy of Jane Doe (2015), con un ángulo psicológico de una joven policía en su primer día en un turno de noche paralelo al de la también satánica Last Shift (2014), que tiene planos escandalosamente afines, especialmente en cuanto a la representación de la amenaza sobrenatural por los pasillos del emplazamiento solitario. Aunque tanto la cinta de Anthony DiBlasi, pero sobre todo la de André Øvredal, le deben casi toda su estructura argumental y tono a la fantástica y olvidada Night Life (1989) y la más reciente Unrest (2006), con las que The Possession of Hannah Grace, claro, también se emparenta de forma íntima.
Pero aunque en ese sentido la nueva película Diederik Van Rooijen no aporte nada nuevo, su propuesta tiene el suficiente mimo e intención de crear atmósferas y situaciones de suspense como para no sentirse ante la misma película y la suma de detalles acertados la convierten en una estupenda cinta de terror clásico que da todo lo que una obra de género sin mayor pretensión que entretener y asustar debe tener. Un emplazamiento oscuro, una Morgue situada en un edificio brutalista, cuyo exterior se transmite en una asepsia interior ciertamente claustrofóbica, y un juego con el espectador siguiendo las tramas colocadas en su concisa exposición. Los lazos con el terror se logran con la introducción de un cuerpo lacerado con un grotesco maquillaje, tremendamente tangible y doloroso, que tendrá un papel clave en la evolución de la película.
La idea del juego mental de la protagonista flirtea con ciertos aspectos ambiguos de paranoia polanskiana pero no de forma gratuita, puesto que en la duda de la propia protagonista de sí misma hay claves importantes en el desarrollo del enigma que se va desplegando a lo largo de una noche en la que los personajes satélite consiguen hacernos sacar media sonrisa con apenas pocos minutos en pantalla, logrando que el espacio temporal se expanda más de lo que realmente dura, unos 85 minutos justitos. El cadáver protagonista tiene un protagonismo especial que se puede atisbar en los tráilers e imágenes promocionales. Está interpretado por una contorsionista real, ofreciendo el mejor efecto especial del año pero que no tendría el mismo efecto sin la puesta en escena armónica que propone Van Rooijen, que permite una cantidad de sustos muy efectivos que no se quedan en el golpe de sonido habitual. Aunque hay que añadir que podría haber sido otra criatura cualquiera y la película funcionaría exactamente igual.

The Possession of Hannah Grace es una recomendable cinta de horror de tebeo Warren, un buen episodio de alguna de esas series ochenteras que jugaban a alterar y dar la vuelta a los tropos de género recién asimilados, como por ejemplo, Tales From the Darkside (1983-1988). Es una verdadera lástima que dentro de su idea, no se haya cuidado detalles tan sencillos de arreglar como la protección del enigma principal durante más tiempo y, sobre todo, su precipitada resolución, que pedía a gritos un poco más de juego del gato y el ratón una vez asimilado el status quo del tercer acto. Con todo, la coda final deja un buen sabor de boca y convierte a la película en un regalo de final de año para compensar el chasco del remake de Suspiria (2018) de Luca Guadagnino.








