Una ola de siniestros payasos aterrorizó américa en 2017. Hombres disfrazados se dejaban ver en lugares abandonados, y en muchos casos, habrían intentado llevar a niños dentro de bosques o furgonetas ofreciéndoles dinero o caramelos. Se reportaron casos en hasta 10 estados diferentes, pero ¿por qué eligen un disfraz de payaso? ¿Cuáles son las razones psicológicas reales por las que nos dan miedo?
En uno de los episodios más recordados de Los Simpsons, el pequeño Bart tenía que dormir en una habitación, decorada especialmente para un niño, en la que la cuna es un deficiente tallado con forma de payaso. No era el único, claro. A quién no le han llevado alguna vez sus padres al circo y en el momento en el que salían los polichinelas, bromeando, han sentido un pequeño escalofrío recorriendo su espalda. No todo el mundo tiene miedo a los payasos, pero hay que reconocer que un poco de mal rollo, de por sí, sí dan.
La coulrofobia, definida como una fobia o miedo irracional a los payasos y a los mimos que afecta especialmente a los niños tiene un probable origen en el maquillaje y colorido que no permiten saber quién está detrás de la máscara. Pero no hay una razón racional o lógica aparente para que alguien cuya figura está asociada a provocar la risa y entretenimiento ingenuo y de humor blanco, llegue a causar temores tan profundos.
En los recientes casos de avistamientos, los últimos esta misma semana en Ohio, gente disfrazada de payaso persigue a gente con cuchillos y machetes, grita a la gente desde los coches y hasta se les ha podido ver merodeando por cementerios. Al parecer, este año no ha sido la única vez que se han detectado estas «plagas» de payasos sin buenas intenciones. En Boston, en 1980, se reportó una invasión similar, lo que llevó a Loren Coleman, un estudioso del folclore detrás de monstruos y criaturas míticas como el monstruo del lago Ness, a sugerir que existía una relación entre las apariciones de payasos y la histeria colectiva, muy relacionada, además, con incidentes que solo detectan niños.
Esta teoría del payaso fantasma tiene su correspondencia en los casos que se están viviendo por la rápida expansión del fenómeno, que probablemente tenga algo de réplica de comportamientos, avistamientos falsos, y bromas. Peor, en cualquier caso, los que lo realizan tienen claro que existe una reacción de amor odio con estas figuras. Un estudio de 2008 realizado en Inglaterra comprobó como, en realidad, a muy pocos niños les gustan los payasos. Por lo que la tradición de decorar paredes de hospital, o la consulta del médico con pósters de payasos tienen un efecto contrario al que se pretende. No digamos la mascota de McDonalds.
Pero, algo que no está claro, como no es fácil determinar con arañas, ratas o serpientes, es por qué causan ese miedo irracional, y por qué este es colectivo. Para ello, es necesario mirar atrás y encontrar que la figura del bufón lleva rondando desde hace miles de años: encargados de hacer reír a la gente de la nobleza o los poderosos, el término en inglés clown fue acuñado por Shakespeare para describir a los personajes más tontos de sus obras.
Una de las primeras encarnaciones malvadas del payaso fue la figura de Hop Frog, el bufón protagonista del relato homónimo de Edgar Allan Poe, pero la verdadera encarnación del miedo asociada a esa figura aparece en los 70, cuando se descubre que el violador y asesino de menores John Wayne Gacy se disfrazaba de payaso en fiestas de cumpleaños de todo el barrio. Y al menos, en América, la figura del asesino psicópata y el payaso quedaron asociados en el subconsciente colectivo. Por supuesto, la explotación del concepto en novelas como It de Stephen King y múltiples películas ha ido creando una textura de inquietud hacia estos personajes.
En un reciente estudio con más de un millar de voluntarios, concluyó que las personas encontramos más inquietantes resultan ser de sexo masculino, las características que conforman esa sensación incluyen ser impredecible, patrones de contacto visual y otros comportamientos no verbales nos generan miedo, así como algunas características físicas como ojos saltones, determinadas sonrisas o un tamaño de los dedos más largos de lo normal. Al preguntar a esas mismas personas sobre profesiones les transmiten pavor, la primera, obviamente, eran los payasos.
La teoría concluye que lo que realmente genera esa sensación de miedo es una reacción ante una posible amenaza. La ambigüedad de saber si algo es peligroso o no, es lo que nos provoca escalofríos. Si alguien resulta, de primeras, inofensivo pero nos da mal rollo por alguna razón, no es lógico huir, pero nuestro cerebro tampoco va a dejarnos ignorar a nuestra intuición sin hacer nada frente a lo que, en realidad, es una amenaza. Por ello, se produce un bloqueo, una falta de respuesta clara ante lo que es ambiguo, que se traduce en una indefensión que requiere estar alerta. Los escalofríos aparecen como mecanismo de defensa ante algo que no sabemos si es o no peligroso.
Como vimos antes, la creencia más aceptada sobre la coulrofobia es que el maquillaje, que evita mostrar identidades y sus verdaderos sentimientos, lo que tendría sentido con esta nueva hipótesis sobre la ambigüedad como motor del miedo a los payasos. El mito del payaso triste, cuando en realidad llevan pintada una gran sonrisa, tiene su razón y su reverso oscuro. El payaso psicópata con una risa de oreja a oreja como el Joker de Batman, crean una inseguridad en cuanto a que es fácil percibir que no sabemos cuáles son sus verdaderas intenciones. Todos los enseres de sus disfraces, grandes narices y zapatos, pelucas, pintura, crean esa ambivalencia que, nos pone subconscientemente en guardia.