¿Por qué nos disfrazamos en Halloween?

Vale, ya has decidido tu disfraz para salir en Halloween, lo tienes todo preparado y lo más importante es que el maquillaje esté bien sangriento para dar todo el miedo posible. Genial, pero ¿alguna vez has pensado por qué a todos nos da por disfrazarnos ese día? ¿De donde viene la tradición y por qué nos encanta?

 

Normalmente, cuando elegimos de que ir disfrazados en Halloween pasamos un ratito dándole vueltas, pero muy raramente nos paramos a pensar por qué nos resulta tan natural prepararnos para ese día, o por qué todos decidimos hacerlo en la misma fecha en vez de salir con el traje de Jason Voorhes el día de difuntos. Ahora está de moda decir que es una tontería americana, que nos han vendido para sustituir nuestro tradicional día de difuntos. A menudo oirás que “menuda gilipollez disfrazarse” porque aquí nunca ha existido esta tradición.

Como probablemente también hayas escuchado alguna vez, eso no es cierto. Antes de que llegara el Halloween americano, en algunas zonas de Galicia se celebraba esa misma noche, aquí llamada samaín, en la que ya se disfrazaban, aunque en vez de truco o trato con caramelos se pedía una filloa. En serio. En parte, la tradición del disfraz en la víspera sería un reflejo de la cultura celta, que tan arraigada está en el noroeste de la península, pero también tenían sus variaciones, mezclando con leyendas locales como las marchas vestidos como la Santa Compaña, una procesión de ánimas en pena que vagan por la noche por los caminos en busca de las almas de los que han fallecido.

Lo que queda claro es que los disfraces de esta época no vienen del otro lado del atlántico. La mayoría de historiadores coinciden que  la tradición de los trajes de Halloween se originó hace mucho tiempo, con la tradición Celta del Samhain, cuyos participantes se vestían para confundirse entre los fantasmas y criaturas mágicas, especialmente para que no les reconozcan los espíritus vengativos, o bien para asustarlas. Hablamos de hace unos 2000 años, en Irlanda, norte de Francia y el Reino Unido. Allí el día uno de Noviembre era el nuevo año. La propia palabra Samhain, sería una pronunciación de «summer’s end” o final del verano. La razón de este calendario es porque ese día coincidía con el final de las cosechas y comenzaban los días más oscuros del invierno, que se relacionaban con la muerte.

Para ellos, la noche antes del año nuevo era el momento en el que el visillo entre los vivos y los muertos se hacía más fino, permitiendo a los espíritus cruzar a nuestro mundo. El Samhain del día 31 era un homenaje a esos espíritus (no a sus fallecidos) a los que temían y respetaban. También creían que las hadas, brujas, esqueletos, duendes y demonios salían en esa noche. Para calmarlos, también se le ofrecía comida y bebida como un pacto para que no les atacaran. Los primeros disfraces eran, simplemente ropas blancas y las caras pintadas con las cenizas de las hogueras que se hacían  para camuflarse de aquellas criaturas. Los druidas se vestían como bestias o seres sobrenaturales,  y sacrificaban animales a los dioses celtas.

El imperio romano conquistó la zona e introdujo hasta dos festividades combinadas dentro del último día de Octubre. Posteriormente, cuando llegó el cristianismo, en el siglo VIII, el papa Gregorio tercero designó el uno de noviembre como el día para homenajear a los mártires y Santos de la iglesia. En vez de temer a los muertos, se rezaba por sus almas. El Samhain evolucionó en el día de todos los santos, o día de difuntos. La tradición celta sobrevivió como el “All Hallows Eve”, que pararía a formar una sola palabra que todavía usamos, “Halloween”. La noche en la que los humanos imitaban a los seres de la noche.

Ya durante el medievo, disfrazarse tenía un significado algo más de clase. Normalmente, eran los más pobres los que se disfrazaban cantaban, bailaban, y actuaban puerta por puerta, ofreciendo plegarias por los muertos a cambio de comida. También servía de representación de la ofrenda a los seres sobrenaturales. Si les daban algo se podía esperar buena fortuna, si no, quedarían desprotegidos frente a los demonios. No era extraño que los hombres se disfrazaran de seres temibles llamados gwrachod, mientras que en algunos lugares, los jóvenes solían vestirse del sexo opuesto. En el fondo, era una manera elegante de mendigar, el equivalente a los artistas callejeros que piden limosna. En Europa evolucionó y eran ya los niños pintados los que pedían dinero y manzanas, haciendo travesuras a quienes no les recibían.

Por otra parte, la tradición cristiana hacía que muchas iglesias sacaran sus estatuas y reliquias de santos martirizados para desfilar por las calles. Como en algunas iglesias no lo podían permitir, sustituían las obras de arte con gente vestida como los santos o personajes bíblicos. En algunos lugares, esta tradición sigue existiendo en los días de difuntos. En la Europa continental, especialmente en Francia, creían que en Halloween los muertos de los cementerios se levantaban para celebrar su propio, horripilante, carnaval. Esta fiesta sería conocida como la danza macabra, y hay arte y decoraciones que la representan. Esta danza sería imitada por el pueblo con  concursos de máscaras en los que la gente solía vestirse como cadáveres de distintas clases sociales, lo que también se apunta como origen de las fiestas de disfraces de este día.

Esta tradición no llegaría a Norteamérica hasta el siglo XIX, cuando los inmigrantes irlandeses replicaron sus tradiciones en la víspera. Ya en los años 20, la producción de disfraces se hizo masiva y se convirtió en la fiesta que se conoce hoy. Una vez la industria del disfraz explotó a lo grande, las grandes empresas responsables comenzaron a retomar los temas oscuros que suelen estar asociados con la época. La moda del disfraz macabro tendría origen en la moda de las fiestas en la era victoriana, muy influenciada por la literatura gótica. A su vez, algunas compañías conseguían la licencia de personajes populares de ficción, por lo que el vestirse como un icono de la cultura popular si que tendría que ver con la industria americana. En los 70, también se puso de moda que los disfraces pudieran ser sexys, y de ahí la avalancha de disfraces minimalistas de gato o diablo, especialmente para chicas, sí, aunque su origen verdadero está en las comunidades LGTB, como forma de celebrar su sexualidad libre. Actualmente, en América, la gente se gasta de media unos 80 dólares en su disfraz y este año,