1974. Un puñado de actores desnudos, o con poca ropa, simulan perversiones sexuales, persecuciones y conatos de sexo en los pasillos de un hotel de Montreal. Mientras, en el suelo, un joven de ojos claros, con melena y gafas de intelectual, rueda impasible, casi como un cámara de un documentales de National Geographic. Si no cuentas sus dos primeras obras experimentales, casi un par de trabajos de universidad, esta es su primera película comercial. Una muy buena idea para presentar como proyecto a las entidades de subvenciones de Canadá. ‘Miren, aún no tengo demasiada experiencia, pero tengo una historia de babosas que se meten en la gente por cualquiera de sus orificios para transformarlas en insaciables zombies folladores’ ¡contratado!
Es bastante común escuchar ‘esto es muy Cronemberg’ cuando alguien se está refiriendo a algún tipo de mutación dérmica, transformación biológica o transposición física de tecnología y carne. Su apellido ya suena como una de esas enfermedades raras cuya naturaleza desconocen los mayores eruditos en medicina. Sin embargo, ese horror venéreo lleva tiempo sin aparecer por su filmografía. Si todas las etapas de ‘maduración’ de su obra se pudieran agrupar en décadas, la última de ellas (Desde la bestial Una historia de violencia hasta hoy) sería la más irregular y pesada. Guste o no guste, el primer acto de su carrera acompaña a la viscosa imagen de lo que definible como “Cronembergiano”. Y en Vinieron de dentro de… ya coexistían todos los primordios que conforman sus obsesiones más recurrentes.
Un rodaje de 15 días, hoy por hoy, es considerado minúsculo incluso dentro de los parámetros de un bajo presupuesto. El director lo logró gracias a un rodaje de guerrilla, donde la iluminación y la fotografía se hacían según se podía, resultando en una textura y grano feos, rabiosos y realistas. 100000 dólares y un reparto desconocido. La mayor estrella era Barbara Steele, gran dama del cine de terror gótico italiano pero no muy presente en el mainstream. Otro nombre conocido era Ivan Reitman, en calidad de productor, que sería conocido sobre todo por su trabajo tras las cámaras en la inmortal Cazafantasmas. Su estreno provocó la ira de la élite cultural canadiense, pero mientras, en Europa, su artífice ganaba el premio al mejor director en el festival de Sitges, comenzando un idilio con el viejo continente que rara vez ha sufrido zozobras en su relación.
El joven Cronemberg tomó prestadas algunas ideas (y planos) de dos clásicos del cine de terror precedentes. Por una parte, el componente de ciencia ficción y el clima de desconfianza de La invasión de los ladrones de cuerpos. Como en aquella, los personajes ignoran si su familia o conocidos han sido infectados. Igual de importante es la sombra de La noche de los muertos vivientes de George A. Romero. La variación entre los zombies de una y otra es que los de Romero comen carne y los del canadiense… digamos que también tienen hambre. Pese a ser prácticamente una obra de explotación, afloran muchas de las ideas de la filmografía posterior de su artífice. La vulnerabilidad del cuerpo humano, el poder de la enfermedad y la degeneración. Y sobre todo, el resultado de esa condición como un estado, como un estado evolutivo no necesariamente negativo. La sátira del movimiento swinger en los 70 se hace indistinguible del ataque buñueliano a la clase media alta, pero lo curioso es comprobar cómo se podría hacer una lectura profética del la paranoia y el contagio sexual, unos cuantos años antes de que el virus del sida hiciera acto de presencia.
Si bien toda la carga metafórica que escarba la crítica sesuda es totalmente plausible, no deja de estar sobredimensionada frente la propia simplicidad de la obra. Por mucho que lleve el apellido que lleva no deja de ser una película de terror de explotación con la noble intención de crear impactos baratos. La colección de temas tabú que se van destapando con la premisa de estar bajo el influjo del parásito es variada: Homosexualidad, canibalismo, infanticidio, incesto… Y en eso Cronemberg no ha cambiado. Esa urgencia por destapar lo que molesta en una sociedad constreñida por valores heredados será un tema recurrente en su filmografía. Todo su primer tramo de carrera seguirá lidiando con el sexo, el contagio y el cambio. Como película de terror, Vinieron de dentro de… a su vez ha generado múltiples influencias, desde el ciclo parasitario de Alien a las babosas que crean zombies en Slither, debut del director de Guardianes de la Galaxia, donde se homenajeaba la escena de la bañera con Barbara Steele. Mientras, el canadiense deja caer la idea de un remake en el siglo XXI en la que los parásitos se transmiten de forma digital, puesto que nuestras relaciones son ya a través de una pantalla.