Sin él no existiría el cine independiente como lo conocemos ahora, ni habría millones de seguidores pendientes del estreno de cada temporada de The Walking Dead o la nueva entrega del videojuego Resident Evil. La influencia de este maestro del cine de género es, literalmente, incalculable.
Puede que suene demasiado exagerado atribuir a una sola personalidad cambios tan drásticos para el cine de terror o un subgénero como el de los zombies. Si bien fue un trabajo prácticamente colectivo, La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) surgió de un pequeño relato llamado Anubis, inspirado en la novela Soy Leyenda de Richard Matheson, en el que George Romero proponía un axioma sencillo pero arrollador. Los muertos salían de la morgue y vagaban por la tierra para alimentarse de la carne de los vivos. En su tratamiento cinematográfico establecía las reglas del monstruo que ha definido el género en el siglo XXI.
La reanimación sin explicación alguna, el contagio a través de los mordiscos y la única forma de acabar con ellos: un disparo a la cabeza. El zombie carnívoro de Romero nunca se llamó zombie, representaba cambios en la sociedad e introdujo el subtexto político en una era convulsa para los Estados Unidos. Un actor negro era protagonista, pero no era el negro dócil del tipo Sidney Poitier, sino que se enfrentaba a su némesis, un americano medio, blanco y déspota a quien encañonaba con un rifle sin inmutarse. Sus monstruos eran los muertos del Vietnam, la generación decepcionada por el verano del amor, una nueva sociedad devorando a la antigua o lo que quisiera que fueran en cada momento en los que los volvió a resucitar. El mensaje social de Romero definió toda su filmografía y se convirtió en uno de los analistas más certeros de los problemas de su país utilizando el contexto de sus filmes de terror.
El éxito de su primera película no le consiguió contratos con grandes productoras y estudios. Decidió permanecer al margen de los grandes y pasó la mayor parte de los setenta levantando proyectos de ínfimo presupuesto que se ajustaran a lo que él quería contar. Normalmente a contracorriente, no repitió en el cine de terror sino que trató de diversificarse, sin éxito, mientras su ópera prima encandilaba a Warhol y Cahiers du Cinema y mostraba al mundo una realidad práctica de la que parecían no haberse dado cuenta antes. Un filme de bajo presupuesto puede estrenarse en salas de cine y recaudar aunque haya sido hecho, básicamente, entre una pandilla de amigos. Como la explosión del digital del siglo XXI, a finales de los sesenta La noche de los muertos vivientes supuso la punta de lanza de decenas de cineastas que probaron suerte sin el apoyo de los grandes estudios. Probó nuevas formas distribución, siendo uno de los primeros grandes directores que decidió estrenar directamente en VOD, con un paso por salas testimonial.
El término crowfunding no existía, pero eso fue exactamente lo que lograron y, gracias a ello, el cine de terror independiente dejó de significar monstruos de goma y explotación barata. También podía ser cine de autor y nombres como Cronenberg, Carpenter, Hooper o Craven se percataron y siguieron su ejemplo, citándolo como influencia directa en diferentes ocasiones. Un terror moderno, tan vanguardista como Psicosis (Psycho, 1960) y revolucionario en todas las acepciones del término. Sacudió los cimientos establecidos y separó la concepción gótica y elegante del británico o las adaptaciones de Poe de Roger Corman para ofrecer algo más crudo, rabioso y salvaje. Las entrañas paseaban por la pantalla, pero era admirado en el Moma.
Su saga de muertos vivientes ha ido radiografiando la sociedad en distintos momentos, desde el nacimiento de la cultura consumista en los setenta con Zombie (Dawn of the Dead, 1978), la militarización de la era Reagan en El día de los muertos (Day of the Dead, 1985), la administración Bush y el legado del 11-S en La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, 2005) y la llegada de la comunicación social media en la visionaria El diario de los muertos (Diary of the Dead, 2007), que acertaba de pleno en la descripción tecnológica de la generación Millenial y la vida a través de videos en directo y pantallas de móviles antes siquiera de que existiera Facebook. Además, su saga creó el concepto del apocalipsis zombie que tanta literatura, videojuego y ficción audiovisual ha imitado. Sin ir más lejos, The Walking Dead es la versión en serie de su universo que ninguna televisión quiso producir cuando él mismo lo intentó en los 2000.
Otras de sus obras seminales fueron Martin (1977), sobre un muchacho que creía ser un vampiro y The Crazies (1972), en la que se adelantó a las películas de infectados que variaban el concepto de sus muertos vivientes. Su colaboración con el maestro de la literatura de terror, Stephen King, además de una estrecha amistad, dio como fruto dos películas y un buen puñado de intentos frustrados. Ni Salem’s Lot, ni Cementerio de Animales, ni It (eso), ni La chica que amaba a Tom Gordon fueron posibles y terminó adaptando La mitad oscura (The Dark Half, 1993) y Creepshow (1982) una antología de relatos inéditos de King que hacía un homenaje a los cómics de la EC. También antología fue su colaboración con el maestro de terror italiano Dario Argento, en la que adaptaban a Edgar Allan Poe con la estimable Los ojos del diablo (Two Evil Eyes, 1990).
En su filmografía abundaba el terror pero también tenía muestras de cine dramático como su intento casi perdido There’s Always Vanilla (1971) o la inclasificable Los caballeros de la moto (Knightriders, 1980) en la que daba su primer papel protagonista a Ed Harris. Su última ficción fue en forma de cómic, una miniserie en la que enfrentaba a muertos vivientes y vampiros, con más lecturas políticas y una certera providencia de la Norteamérica de Donald Trump. Una carga social con la que siempre impregnó su cine y que salvo contadas ocasiones, no era común en el género sino de forma tangencial.
Amante del cine clásico, sus últimos momentos han sido junto a su familia, muriendo dormido tras solicitar escuchar la banda sonora de uno de sus filmes favoritos, El hombre tranquilo. Hoy es una jornada negra para el género de horror y el cine independiente que ayudó a transformar. En un tiempo en el que los universos cinematográficos están más de moda que nunca, Romero creó el suyo propio a lo largo de diferentes épocas y eras siendo la saga que más ocupa en el tiempo de principio a final. Su último proyecto, el guion y producción de una nueva entrega de su saga, ‘Road of the Dead’ delegaba la dirección a uno de sus ayudantes, lo que no sonaba a alarmas pero sí resultaba algo extraño. Indomable, independiente, insobornable, tras una corta pero dura batalla contra el cáncer de pulmón, George Andrew Romero ha entrado ya en el panteón de las leyendas del cine.