Aunque los casi 80 millones de dólares que recaudó Hereditary (2018) al final de su recorrido no sean comparables con lo que consigue de media una producción baratita de Blumhouse, el fenómeno que supuso el debut de Ari Aster dentro del cine de terror aún colea. Entre todo el ruido de la división radical en la opinión, tanto de público como entre los propios críticos, creó una brecha que sigue dando de qué hablar y genera calurosas discusiones en las redes sobre si es la mejor película de terror de lo que llevamos de década o solo otro bluff indie. Y en estas, el director reaparece en medio de la bronca y propone una nueva aventura de horror con A24, solo un año después de su ópera prima, que seguro encenderá nuevos debates entre escépticos, conversos y fans de la anterior decepcionados con su nueva obra.
En realidad, Midsommar funciona como el reverso luminoso de Hereditary. Pulsa una serie de teclas similares, pese a que el elemento sobrenatural o de misterio está prácticamente ausente. Sus códigos visuales son parecidos pero inversos y aunque su desarrollo transcurra de forma diferente, y no llegue a ser tan redonda, acaba en un punto simétrico con el de su anterior película, como veremos más adelante. El tono es más de terror tradicional de lo que piensa el director, pero también se puede ver como comedia macabra cuando se deja llevar por la ironía del choque cultural. También puede considerarse un viaje psicodélico al corazón de la ansiedad y el duelo, concebido de alguna manera como una especie de fábula ritual enajenada. Sus dos horas y media proponen festín inabarcable de horror bucólico y pastoral, y dentro caben desde la comedia gore salvaje de Tobe Hooper hasta Sergei Parajanov. En los siguientes bloques vamos a diseccionar sus raíces en el cine de terror y otros géneros para profundizar en las intenciones de Ari Aster. Por supuesto, puede contener SPOILERS.

El Midsummer y cultura escandinava
Lo primero que llama la atención de Midsommar es que toma como base una fiesta real, que se mantiene desde cientos de años y se sigue celebrando como un festival de verano en muchas partes del mundo, pero particularmente en Escandinavia, en donde la llegada del verano se celebra con las fiestas del solsticio. Primero fue una fiesta pagana, pero con el tiempo se reconvirtió en la fiesta de San Juan Bautista, que, por ejemplo, es la que celebramos en España con hogueras a modo de celebración de su nacimiento, aunque sigue manteniendo su significado original por las fechas en las que se celebra. El baile en la hoguera es una variación del poste, una tradición sobre fertilidad que podemos ver incluso en la película Frozen (2013) de Disney.

Si bien los festivales de verano son una parte real de la tradición, la historia gira en torno a un culto pagano llamado Hårga, un misterioso grupo de suecos que, pese a tener plena conexión y comunicación con el mundo actual, viven de la tierra y siguen ceremonias y rituales muy extraños, ancestrales. Aster se inspiró en fuentes bastante inusuales para construir las prácticas religiosas de Hårga. Todo su mundo está meticulosamente diseñado; desde los dormitorios empapelados con historias, las prendas blancas a los símbolos. Para ello investigó con el diseñador de producción de Estocolmo Henrik Svensson y crearon una biblia de 100 páginas sobre el universo estético que luego filmarían en Hungría, incluyendo elementos de la cultura tradicional sueca, desde comidas y rezos desde hace cientos de años.
De ahí la recolección de flores y el baile, con detalles siniestros como el propio nombre de Hårga, basado en una historia popular sueca sobre un grupo de jóvenes que bailan en la fiesta hasta que mueren. También, para los elementos de terror, Aster investigó sobre torturas Vikingas, de ahí esa extraña muerte ritual final con los pulmones al aire, basado en el infame Águila de sangre, que puede sonarles a los aficionados a la serie Vikings (2013-).

Sin embargo para su investigación, Aster también examinó el folclore británico y alemán, inspirándose en fuentes literarias como The Golden Bough: A Study in Comparative Religion de James George Frazer, publicado por primera vez en 1890. En el libro, Frazer, un conocido antropólogo escocés, examina los paralelismos entre los ritos de magia y religión dando una fuente inagotable de ideas sobre prácticas precristianas al equipo. Por otra parte, se documentó en la obra del filósofo austríaco Rudolf Steiner, quien fundó la antroposofía, una filosofía que fomenta el desarrollo espiritual.

Fruto de estos estudios, Aster y Svensson desarrollaron el código de símbolos del culto, basado en verdaderas runas antiguas que presagian ciertos giros en la historia. Algunas incluso se usan de manera bastante literal. Sin entrar a decodificar todas ellas, por ejemplo, Dani lleva una especie de Raidho, que podría significar el dolor del duelo y el renacimiento. En otra escena, por ejemplo, Christian (Jack Reynor) recibe una camisa blanca con una runa Tiwaz (que parece una flecha hacia arriba). El símbolo lleva el nombre del dios nórdico Týr, que sacrifica su mano al lobo Fenrir por el bien mayor. Considerando el giro final, con Christian siendo el objeto de sacrificio físico durante la ceremonia final en llamas, la runa tiene mucho sentido.

El cine de terror mochilero
Cualquier debate del género al que pertenece Midsommar, opine lo que opine la crítica, el público o el propio Ari Aster, queda reseteado en cuanto miramos la película desde la perspectiva de su estructura. Si analizamos los últimos veinte años del cine de terror, con cierta aproximación al producto juvenil, o universitario, no es difícil encontrar patrones delineados en la propuesta argumental. Un puñado de estudiantes en viaje al extranjero que se ven envueltos en una situación de peligro. En este caso tenemos a una pareja, Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), cuya relación está a punto de desmoronarse. Tras unos hechos traumáticos, Dani se une a Christian y a sus amigos en un viaje a un festival de verano en una remota aldea sueca. Lo clásico, unas soleadas vacaciones sin preocupaciones dan un giro siniestro cuando los aldeanos insulares les invitan a participar en las extrañas actividades del festival, que van convirtiendo un paraíso idílico en un escenario cada vez más desconcertante y progresivamente inquietante.

No hay que irse muy lejos para encontrar paralelismos en Midsommer (2003), una película de terror danesa sobre un grupo de chicos que se van al bosque a celebrar el solsticio a su manera, en cuanto acaban las clases. La película deriva más a película de bosques encantados, pero recoge el mismo punto de partida. Ah, el protagonista se llama Christian y su hermana se suicida al principio de la película, como la de Dani en la cinta de Aster. Conocería un remake dirigido por Daniel Myrick, experto en terrores mochileros con su Blair Witch Project (1999). Pero en realidad, Midsommar podría haber sido alguna de las películas aparecidas a rebufo de Hostel (2005), como Turistas (2006) o The Ruins (2008)—que también sucedía a pleno sol—, solo que más centrada en la densidad de los problemas de los personajes y un preciosismo estético muy trabajado y minucioso.

Tobe Hooper y el terror a pleno sol
Muy relacionado con la tradición de grupos de jovenzuelos que van al monte a pasarlo bien y salen escaldados está la obra del americano Tobe Hooper, quien, pese a tener muchas más obras de interés que Texas Chainsaw Massacre (1974), es la que más influencia ha tenido en el género a posteriori. Y aquí, no solo Ari Aster lleva a sus personajes a un lugar apartado para luego ser despachados uno a uno, sino que se plantea como una comedia macabra, en la que el elemento que provoca terror no es necesariamente terrorífico o malvado, sino por la cotidianeidad de costumbres bárbaras fuera de su tiempo. Si unos matarifes caníbales llevan su día a día con normalidad, en este poblado son cultivados tradicionalistas paganos, pero el efecto de humor cáustico tiene la misma raíz, coronado además por algunos detalles como la monstruosidad deforme de uno de los familiares —un tropo que también cultivó en The Funhouse (1981)—, la taxidermia humana y el momento de la ejecución con martillo. Uno de los momentos más impactantes de la cinta de Hooper se recrea aquí también con un hombre desnudo, con máscara de piel humana y martillazo, que deja a la víctima con el mismo tembleque cruel.
Otro de los hallazgos de Texas Chainsaw Massacre que comparte Midsommar es su apuesta por el terror a pleno sol. Pese a que parte de aquella tenía partes nocturnas (también la de Aster) las texturas más recordadas e influyentes son las bañadas por la luz de la que no se puede escapar. Evitando cualquier construcción de horrores escondidos en la sombra, eliminando el comodín de la baraja de lo que no podemos ver, Aster sustituye los recodos tenebrosos por la exposición pura de los peligros. Desde la muestra de rituales grotescos y salvajes aceptados por toda una comunidad a la narración paralela en segundo plano, en la que podemos ir siguiendo extraños bailes, música y conexiones entre personajes, se va construyendo una sensación siniestra de peligro constante.
En este aspecto se emparenta con la muy comentada The Wicker Man (1973) y entra dentro de una tradición de extranjeros envueltos en lugares desconocidos a pleno sol que va desde Children of the Corn (1984) y su folk horror de gótico americano, Cannibal Holocaust (1980) y otros pseudo mondos, ¿Quién puede matar a un niño? (1976) o la misma The Hill Have Eyes (1977) de Wes Craven hasta la también idílica Picnic at Hanging Rock (1975) o incluso Apocalypto (2006). Pero quizá la película que más se está olvidando de este lote es la demencial 2000 Maniacs (1964), en la que un pueblo entero de la América profunda celebra sus fiestas con barbaridades gore —aquí lanzan una piedra desde lo alto en vez de lanzarse una persona a la roca— con un sentido del humor, pese a su caricatura, no muy distinto del que usa Midsommar, para perjuicio de un grupo de incautos. Y como postre, es imprescindible mencionar The Lottery (1969), una variación folk horror basada en el relato de Shirley Jackson en el que un pueblo aparentemente normal celebra un sorteo en el que el agraciado muere apedreado por el resto, para volver a sus vidas normales el resto de año.

El reverso luminoso de Hereditary
La luz del día puede parecer una elección estética casual, pero en Midsommar se explica de forma más coherente cuando se sitúa como la cara b de Hereditary, la anterior película del director. A falta de saber por dónde irá su carrera tras su siguiente película —una comedia excéntrica— el terror no aparece en el horizonte cercano de su trabajo, por lo que sus dos primeros films se arropan entre sí como dos caras del género, un reflejo especular de iluminación invertida que tratan temas similares y dejan clara la iconografía de lo macabro que maneja Aster. Puede que el mayor problema de esta película es no poder sobreponerse al efecto sorpresa, especialmente cuando explora muchos de los hallazgos de la anterior, casi a modo de apéndice. Son muchos los puntos en común de sus temas y formas. Una progresiva inmersión en el mundo de un culto con extraños rituales, pese a adorar a distintos ídolos. Ambos con tendencia al desnudo por deporte y buscando a un rey particular. Si en Hereditary el elegido era un huésped masculino para Paimon, aquí es la reina de mayo. Ambos sufren un proceso de trauma por el duelo de la muerte y ambos son coronados hacia el final de la película bajo una música ceremoniosa alejada del horror.

Pero además del paralelismo argumental, hay rasgos del estilo de Aster al contar la historia que se confirman como claves del autor. Como Hereditary, Midsommar está llena de señales, detalles y líneas de guion que van dejando entrever lo que va a pasar. Si en su debut el primer plano era la cabaña en la que iba a acabar todo, aquí se nos muestra un mural con viñetas que explican toda la película, incluida la muerte de los padres de Dani en el prólogo.

Hay muchos usos de las pinturas como elemento de aviso, de irreversibilidad del destino. Por ejemplo, ya vemos un cuadro de un oso con una niña, otro quemándose, que preceden el final que les espera. Tienen un poco la misma función que la caja de muñecas en Hereditary. El fuego era también lo que quema al marido de aquella, pero aquí no es tanto traumático como catárquico, formando parte de ritos que van desde la cremación de cadáveres a la ejecución por uso de fuego. Otras señales que va dejando el director para los revisionados son algunos diálogos como la conversación entre los protagonistas sobre a cuantas suecas van a dejar embarazadas, que al final es exactamente lo que buscan de Christian. También en otro momento se refieren que hay un rito que es despellejar al idiota, y al final el personaje más desagradable (Will Poutier) acaba sirviendo de piel para las caretas de los monigotes del final. Por otra parte, está llena de significados ocultos en las runas, con el significado de viaje en el de Dani o el de experiencia en las mayores.

Como Hereditary, todo el destino de los protagonistas pertenece a un plan mayor. Si en aquella era la abuela la que manejaba todo desde la tumba, en esta tiene mucho de plan de Pelle, incluso se habla de que el suicidio tiene cosas extrañas, como una corona de flores amarillas similares a las que lleva Dani después, en el papel de la pared. Se teoriza con que incluso Pelle puede estar detrás de esas muertes para forzar a Dani al festival. Hay una constante insistencia del personaje de lo importante de que Dani haya ido. Como Peter en Hereditary, hay muchas señales de que ella es la elegida, la que debe estar en el final. Una de las claves es su cumpleaños, que coincide con el inicio del festival. La edad, entre los 20 y 30 pertenece a la segunda estación de la vida según el culto. Que siendo la primera la primavera sería el verano. Por lo demás, Midsommar está llena de recursos estilísticos que dialogan con Hereditary, como el simbolismo de los triángulos, con ese plano del interior de las casetas del sacrificio final. Las efigies de su interior, con gente disecada como la cabeza de la niña encima de la escultura, y, en general, una especial fijación por las cabezas decapitadas y machadas.

Shakespeare, Polanski y el sueño de una semana de verano
En las sucesivas entrevistas que ha ido haciendo el director Ari Aster ha puesto sobre la mesa el nombre de Shakespeare a través de Roman Polanski, pero no hay muchas referencias a la obra del británico que mejor recoge el lado fantástico del evento que se celebra. El propio nombre original del sueño de una noche de verano indica que todo transcurre durante el solsticio y Aster recoge de alguna manera el espíritu de la obra, sobre todo, de su adaptación en blanco y negro. A Midsummer’s Night Dream (1935) es una versión canónica de Shakespeare que revela detalles compartidos con Midsommar, como la visualización de las hadas de blanco, la celebración de la llegada del verano e incluso detalles de la trama, como que dentro de esa festividad hay un juego de parejas y enredos en el que las pócimas de amor tienen un papel fundamental. Otros detalles visuales como el baile alrededor del poste y los círculos forman parte de la tradición que refleja la película. La conexión con el terror pagano de Blood of Satan’s Claw (1971) otro precedente del subgénero al que pertenece el film de Aster, tiene detalles como las coronas de ramas.

Otro referente no muy comentado cuando se habla de Folk Horror es la versión de Macbeth (1971) de Roman Polanski. La obra de Shakespeare se considera uno de los pilares literarios del subgénero por cómo conecta a la historia el misterio de los bosques, lo sobrenatural y la superstición, y cómo los personajes están conectados a ellos. De hecho, el film de Polanski podría pasar por uno de Tigon de la época y tiene más importancia posterior que la a menudo mencionada Witchfinder General (1968). Aster no es ajeno a este precedente y como ya hiciera en Hereditary, pliega su rodilla ante el trabajo del polaco, esta vez tomando solo algunas notas de sus escenas oníricas —ineludible el momento espejos— y el encuentro del rey con las brujas, una estampa goyesca que ya estaba abocetada en la anterior y que aquí se refleja de nuevo en la escena de sexo frente a un montón de mujeres sin ropa. Polanski también sirve de inspiración de su Tess (1979) y su paleta de colores a la luz del día, su tratamiento de los paisajes dorados llenos de flores —la primera escena podría estar dentro de Midsommar— y la forma en la que captura el ambiente pastoral.

Los hombres de mimbre y el Folk horror
Entre las películas que se pueden rastrear en el origen de Midsommar están las llamadas terror de folklore, o terror rural pagano, lo que venimos conociendo desde hace unos años como Folk Horror. Una escurridiza etiqueta con la que se está redefiniendo el terror de sectas, de cultos y brujería pero que en realidad tiene una aplicación muy concreta al territorio británico y europeo. Por ello, si bien The Wicker Man (1973) es el gran referente, propuestas como este viaje al corazón de las tinieblas de Suecia hecho en Estados Unidos chirría un poco en la teoría, aunque por sus características argumentales y estéticas no elude la definición. Danzas, paisajes hermosos y quema final tiene todos los rasgos en paralelo.

Lo sorprendente es que, dentro del lore tradicional de rituales paganos con sacrificios y otras prácticas chocantes, en Midsommar se disipa el choque cultural de cristianismo frente a antiguos cultos por lo que el resultado tiene un eco más cercano a la parodia del propio género, algo que ya hizo el propio Robin Hardy en su secuela, The Wicker Tree (2010) cuyas similitudes conceptuales con la película de Aster son más intensas que la propia original.

Y el mismo caso concreto es el del remake de Neil Labute que, mientras no dejaba claro el nivel de humor voluntario o involuntario que albergaba, Aster parece demasiado cómplice del fenómeno meme de Cage con disfraz de oso —sí, tiene una simbología específica en la cultura nórdica, ok— y lo replica de forma un tanto torpe, emplazando el disfraz de oso en el momento final, que rompe la línea de equilibrio entre el horror y la parodia y acaba en una nota demasiado burlesca como para no justificar una actitud demasiado cortoplacista y autoconsciente del autor.

El Mago de Oz para pervertidos y Alicia en el país de las ayahuascas
En las poco reservadas entrevistas a Ari Aster, acostumbra a definir sus películas de formas estrambóticas y en algunos medios ha afirmado que Midsommar es en parte una película de folk horror, para los amigos de Pelle, y un cuento de hadas para adultos desde la perspectiva de Dani. En sus palabras “mi versión de Alicia en el país de las maravillas o El Mago de Oz para pervertidos”. Y no lo dice sin motivos, ambas películas, en sus versiones más clásicas tienen varias conexiones con la forma en la que Dani —no olvidemos su reticencia al sexo, que la emparentan con las heroínas virginales de la fantasía victoriana— va adentrándose en ese mundo. Si la cinta de animación de Disney ha ido aceptándose con el tiempo como un film psicodélico, la presencia de alucinógenos en el festival tendrá una consecuencia directa. Primero con un “cómeme” de hongos que llevan a Dani hacia el inicio de su viaje, después con el “bébeme” que le lleva a percibir el emplazamiento como un lugar en el que, como en la obra de Disney, tiene momentos sangrientos —sospechosa pintura roja de flores en la versión Disney—, las flores se mueven como si tuvieran boca y la reina no corta cabezas pero sí las machaca.

Con El Mago de Oz son, si cabe, más conscientes los paralelismos. Empezando por su prólogo en Estados Unidos, nevado, oscuro y apagado, en contraste con el soleado, florido y saturado mundo europeo. Una separación de tonalidades consciente que se refleja en el prólogo en blanco y negro de The Wizard of Oz (1939) en Kansas. Dani, como Dorothy, es una huérfana que llega a un mundo fantástico con cuatro acompañantes. Dorothy también tenía visiones extrañas con sus conocidos transformándose en otros personajes al igual que Dani ve a su familia muerta, pero en ambos casos las protagonistas femeninas llegan a una nueva tierra de oportunidades de colores y floreadas. Además de caminos de flores amarillas, hay un pequeño detalle que también parece deliberado. En el apartamento de Pelle hay figuras de espantapájaros y una foto enmarcada de lo que parece el personaje de Ray Bolger en la película de 1939, un detalle que cobra sentido cuando los amigos acaban taxidermizados, con la piel de sus caras con relleno sobre muñecotes, como el hombre de trapo y paja.

La fantasía soviética
Cuenta el crítico y escritor Jesús Palacios, que Quentin Tarantino suele aplicar un truco en sus entrevistas cuando debe explicar cuáles son sus referencias y películas claramente homenajeadas. Expone un par de filmes cuyo parecido es obvio y se deja otros en la manga por si las moscas. En el caso de Ari Aster parece cumplirse bastante a la perfección y con The Wicker Man y otro buen montón que han sido referenciados hace una maniobra de ilusionismo que deja otros filmes clave en el fondo. Aster parece un apasionado por la fantasía soviética y la estética de Midsommar tiene sus raíces bien prendadas en ella. Entre los títulos que ha citado él mismo se encuentran Trudno byt bogom (2013), la nueva versión de Qué difícil es ser un Dios, y el biopic Sayat Nova (1968) sí que ha sido referenciado directamente, y efectivamente, Aster parece fascinado con el estatismo pictórico de esa y otras cintas de Sergei Parajanov. Desde la inusual forma de algunos gorros a los vestuarios, uso de la simetría y el diseño de producción, con especial cuidado en la localización cuando más claustrofóbica, estos relatos de la vida en Georgia tienen un componente de surrealismo preciosista que te sumerge en un mundo que pareciera ciencia ficción.

Como ha comentado en varias entrevistas, para Aster, Midsommar es una especie de cuento de hadas extraño y, además de las obvias similitudes con los cuentos clásicos mencionados, hay un aura surreal, ya por la luz, el codificado chillón de los colores o por el comportamiento de la gente del festival que recuerda a la lógica alienígena de los cuentos filmados soviéticos de los 50 y los 60. Hay decenas de ellos, pero llama poderosamente la atención los parecidos con dos de ellos. El primero Vecher nakanune Ivana Kupala (1968), o La víspera de la noche de San Juan, basado en un relato de Gogol, conecta con los temas de las festividades de llegada de verano con un tono surrealista, visualmente sorprendente y lleno de rituales que podrían ser primos de los de la película de Ari Aster, quien seguro que no ha dejado pasar el aspecto de los interiores, también opresivos y con paredes pintadas.

Sin estar relacionada con la misma noche de San Juan, pero dando vueltas a la leyenda asociada con la primavera, el invierno y la llegada del verano está Snegurochka (1969), o La doncella de nieve, que, como El sueño de una noche de verano, cruzaba seres del bosque y hadas con la personificación casi de deidades griegas de la hija del invierno y la primavera, hecha de nieve basándose en la obra de Aleksandr Ostrovskiy. Lo interesante aquí es cómo se describen las tradiciones del pueblo a donde llega la doncella, las penurias amorosas que suceden hasta su cruel tramo final. Nievecita se derrite con la llegada del verano y el pueblo da la bienvenida al sol de una forma que parece directamente sacada de The Wicker Man o Midsommar. Toda la parafernalia del folk horror se queda en el folklore pagano y no se ve con ojos de horror, pero tiene el mismo ADN de rito atávico que conecta con esos miedos. Además, las ropas, coronas y bailes parecen directamente un borrador de lo que trae Aster en su segunda obra.

Los deberes confesos de Ari Aster: cine clásico y de autor
Además de algunos títulos que podéis encontrar más arriba, Ari Aster ha puesto las cartas al descubierto en cuanto a las películas que quiso intentar rendir homenaje o cuyos ecos han sido asimilados por su psique creativa y reutiliza de forma consciente o inconsciente. Además de los que ya se intuían en Hereditary, como Polanski, Kubrick o Greenaway, el joven director propone los dramas de ruptura como Modern Romance (1981) y se confiesa muy atraído por Dogville (2003) de Lars Von Trier y cómo desarrolla el lado oscuro de una pequeña comunidad frente a una figura femenina entre otras. A nivel narrativo sigue las líneas del danés, los dramas de pareja más amargos de Bergman, el dibujo emocional casi expresionista de Dreyer —imposible no pensar en su Pasión de Juana de Arco al ver el viaje a través del dolor de Dani—, o la frialdad de Mike Leight.

A nivel estético, Aster cita Black Narcissus (1947) y The Red Shoes (1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger, de dónde se puede leer la intensidad de la saturación del color y la fascinación por el preciosismo de sus planos. Además de estas y de Tess, la lograda atmósfera pastoral e idílica tiene relación con Elvira Madigan (1967) de Bo Widerberg. Un conglomerado de influencias y notas a pie de página que enriquecen su visión de lo que no deja de ser una especie de slasher artie con brotes de drama y comedia romántica tarada. Sin ser tan redonda como Hereditary —le pesa ser una idea de encargo que ha modelado hasta convertir en lo que él quiso— es una propuesta sorprendente pese a tocar algunas cuerdas con los mismos acordes de su debut, y para muchos ofrece lo que no les dio la pesadilla satánica anterior. A la espera de cómo deriva su carrera, sus dos primeras obras se postulan para convertirse en el combo de debut más importante del terror de la presente década.










