Cómo ‘The Predator’ (2018) conecta con el universo cinematográfico de Shane Black y Fred Dekker

Olvídate de Stranger Things. Si quieres saber cómo era una película de monstruos ochentera sin necesidad de forzar la máquina de sintetizadores u homenajes forzados a Spielberg y Stephen King siéntate un rato delante de The Predator. Dos de los autores de culto de aquella era, Shane Black y Fred Dekker, han aprovechado la oportunidad brindada por Fox y han desarrollado un híbrido de géneros con todas sus señas de identidad, desafiando los valores de la propia franquicia en la que están participando pero sin traicionarlos. Así conecta su nueva película con sus trabajos anteriores.
La historia conjunta de Shane Black y Fred Dekker se remonta a sus años en la escuela de cine, apenas cumplidos los 18 años. Las carreras de ambos han discurrido por momentos bien distintos. Desde que firmaran juntos el guion de Shadow Company, que iba a dirigir nada menos que John Carpenter y acabó en la papelera de proyectos que nunca ven la luz, sus colaboraciones juntos no han tenido demasiada frecuencia, pero cuando han fructificado han dejado ver que comparten un gen común por el cine negro, el pulp y los homenajes a clásicos de género que se toman en serio lo justo. Ambos anteponen la comedia a la gravedad de los acontecimientos y utilizan el género para fabricar tebeos en movimiento, que adoptan la narrativa de viñetas, frases memorables y violencia exagerada como gasolina de su único discurso, la diversión.

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Por ello, aunque uno y otro tengan diferentes filias, y en la actualidad Dekker haya pasado a un segundo plano en el panorama comercial, mientras que Black ha ido ganando peso, una película juntos hace que su mirada a la franquicia Predator quede supeditada a sus marcas de agua, el sello que ha ido generando culto sobre sus títulos a lo largo de los años. Hay una historia bonita de cadena de favores en el camino que ha llevado hasta este trabajo. Por una parte, el nombre de Black como director empezó a bullir con Kiss Kiss, Bang bang (2005), con la que el nombre de Robert Downey Jr. Volvió a brillar gracias a un personaje redondo que ha definido su imagen tanto como Tony Stark como Sherlock Holmes. De hecho, el papel de Iron Man le llegó gracias a su trabajo junto a Black, por lo que el actor, ya una fuerza de peso importante en su propia franquicia, devolvió el favor al director proponiéndolo para Iron Man 3 (2012), de cuyo éxito millonario se le abrieron las puertas que le han llevado a poder hacer The Predator con más o menos libertad creativa. Y pese a los cambios sí que logró una cosa, contratar a su amigo Fred Dekker para realizar el guion mano a mano.

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Una buena razón para ello es que, en esencia, la película tiene muchos puntos en común con Shadow Company y al final, rescatar a Dekker en pleno 2018 también guarda algo de agradecimiento con el colega que le dio su primera oportunidad firmando el libreto a medias de Una pandilla alucinante (Monster Squad, 1987). Y es precisamente esta cinta la que define mucho el tono de la nueva entrega de la franquicia de los depredadores del espacio. Imagina que la pandilla del monstruo hubiera crecido hasta convertirse en un grupo de militares con diferentes taras mentales que les ha convertido en una especie de “media docena del patíbulo” incapaces de comportarse como personas normales, carne de cañón del ejército. Un tono similar, pero más para adultos y con más peso del creador de Arma letal (Lethal Weapon, 1987) o El último boyscout (The Last Boy Scout, 1991), que ahora se sube en la silla del director.

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Black, muy milimétrico en aspectos narrativos, de estructura, de timing de diálogos y trabajo actoral, no está tan interesado en dotar de una consistencia visual tan rica en texturas o profundidad de campo, y en ese aspecto excepto Robocop 3 (1993), Dekker se ha mostrado como un director más preocupado por la fotografía y las posibilidades atmosféricas de la estética nocturna. Por ello, tanto su El terror llama a su puerta (Night of the Creeps, 1987) como Una pandilla alucinante transcurren en su mayor parte de noche, contendiendo los hechos, en su mayor parte, en una jornada nocturna en la que aparecen los peligros y el grupo de héroes debe resolver la situación. Por ello no es extraño que The Predator ocurra, excepto los compases iniciales, en una misma noche. Se comprime toda la acción en un periodo concreto, con lo que la sensación de odisea se incrementa, con la particularidad, casi anecdótica de transcurrir durante la noche de Halloween. Ese es uno de los detalles sacados del guion conjunto de Shadow Company.

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Pero en realidad, ese tipo de arco también se ajusta a los patrones de las películas de monstruos adolescentes de los ochenta con vena cincuentera. El plano inicial de The Predator hace honor al de la original, pero consciente de que aquella ya era un poco discípulo de La Cosa (The Thing, 1982), hace un guiño más autoconsciente a la cinta de Carpenter en la manera en la que entra la nave en el plano. Pero en realidad el tropo de la nave cayendo cerca de un barrio residencial ya había sido utilizado por Dekker en El terror llama a su puerta, que, como en El terror no tiene forma (The Blob, 1988) dejaba un meteorito con un organismo que invade a los cuerpos humanos. La filigrana es que en la película de Dekker, la dinámica en los cielos mostraba a unos alienígenas persiguiendo a otro fugitivo que lleva la cápsula con las criaturas que decide soltar. En el final de director’s cut, la nave extraterrestre llega a la tierra buscando a la especie de parásitos. En la nueva obra de Shane Black, un gran depredador evolucionado va en busca de otro fugitivo, que no parece estar de acuerdo en sus planes.

 

Estos motivos de encanto sci-fi horror cincuentero, son aplicados a la franquicia existente, que precisamente se ganó un nombre en los ochentas por hacer exactamente lo contrario. Plantear una invasión extraterrestre como algo completamente nuevo, físico, violento y creíble. La propia saga ha ido suavizando sus intenciones y se puede decir que, sí, en concepto, no hay tantas diferencias entre Alien Vs Predator: Requiem (2007) y esta nueva entrega, puesto que ambas reciclan el concepto de invasión y película de criatura clásica, en barrio residencial, e incluso su contendiente final es un híbrido. Por lo demás, las similitudes paran ahí, ya que en la cuarta entrega de la saga hay verdaderamente una intencionalidad revisionista y casi paródica de la seriedad con la que los dogmas relativos a la franquicia siguen anquilosados en la irrepetible obra maestra de John McTiernan. Por ello, al convertirla en un tebeo cincuentero de tono ligero hay cierta irreverencia frente al material original que se traduce, simplemente, en la intención de hacer una película que no cuelgue tanto de los carriles impuestos sino que la utilice de excusa para desarrollar, ante todo, una cinta del combo Black & Dekker.

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Pero claro, no podemos olvidarnos de un detalle importante. Shane Black no solo actuó en la primera entrega de la franquicia, como el mercenario Hawkins (hay incluso figuritas con el personaje) sino que, en realidad, fue contratado para hacer ajustes del guion, cambios y reescrituras en el rodaje, por lo que parte de la mitología ha salido de su pluma desde un primer momento. No es de extrañar, por ejemplo, que el personaje de Keegan-Michael Key se dedique a hacer chistes guarros, exactamente como Black en la original. Por lo demás, es difícil no ver la rama de perejil del guionista. El estilo de los diálogos es fluido, rápido y conciso, intercalando bromas y one liners macarras al viejo estilo. La formación literaria de Black está llena de autores de novela negra puramente pulp que a veces ni nos suenan, de ahí que consiga establecer en tres trazos la actitud chulesca y desafiante de sus personajes.

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El soldado “cuerdo” interpretado por Boyd Hoolbrok es una mezcla entre Joe Hallenbeck (Ex militar, con ex mujer, y con un niño pequeño que acaba metido en la aventura) y el “guapo patoso” que es Ryan Gosling en Dos buenos tipos (The Nice Guys, 2016). Las amenazas a los militares que le capturan tienen el mismo fondo sardónico que el “si me tocas, te mato”, aunque este lo utiliza más como coletilla recurrente que como amenaza real. Desde luego, las explosiones de El último gran héroe (Last Action Hero, 1993), y Memoria Letal (The Long Kiss Goodnight, 1996) están algo reducidas, pero a cambio nos ofrece el body count más salvaje de su carrera. Y es que puede que el Predator no aparezca todo lo que pudiera desear el público, pero con esos personajes y diálogos, la estrella parece más el guion que cualquiera de las apariciones del mostrenco evolucionado. También hay que reseñar que Black también tenía algo de mano en el tema de “soldados contra extraterrestres” gracias a su trabajo no acreditado en Invasión a la tierra (Battle los Angeles, 2011) en la que ejerció de script doctor y añadió bastantes detalles de su cosecha.

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Pero, aunque en vez de una Buddy movie de una pareja de compañeros, tengamos un grupo de 6, hay temas comunes en su filmografía que se perciben a simple vista. El momento en el que “los malos capturan a los protagonistas y los atan en una silla es el mismo en El último Boyscout o Kiss Kiss, Bang Bang. El humor negro, la paternidad, la presencia de niños en la trama, el detalle de que hay una festividad, aunque esta vez no sean navidades… incluso en su habitual clímax acrobático tenemos a los personajes colgados como en la mayoría de sus clímax. Todo tiene un regusto a vieja escuela que hace de The Predator una vuelta orgánica al cine de acción de corte noventero, con esa mismo compromiso por el desarrollo de la historia salpicado de acción constante, sin hacer un escalonado de secuencias de espectáculo y CGI seguidas de escenas de diálogo en interiores. Hay un movimiento y un diálogo entre personajes constante, rompiendo los esquemas del blockbuster actual con la sencillez de tratar de contar una historia sin preocuparse si tiene o no grandes secuencias diseñadas.

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Por otra parte, aunque es un producto 100% Black, el brazo de Dekker es firme. Parte del humor más estúpido y absurdo, que no se toma nada en serio, lleva su aroma por todas partes. Tal y como los niños de la pandilla monstruo descubrían que el hombre lobo tiene pelotas, los personajes de The Predator cuestionan por qué se llama así cuando es un cazador y no un depredador, o incluso sacan parecidos que ridiculizan la figura del reptiliano. Los gags físicos más cazurros, como el uso de brazos mutilados por parte de otros personajes, disparos en las partes nobles, o el glorioso gag del ‘truco o trato’ responden a un estilo de puro tebeo de línea vértigo, de puro humor negro que comparte con el resto de su filmografía. También deja su impronta en cierto carácter episódico de algunas escenas, como si sirvieran de viñeta aislada y al mismo tiempo como una transición llena de información, algo que comparte sobre todo con Una pandilla alucinante, en la que los distintos puntos de vista de cada personaje con cada monstruo, componían un collage completo unido en su clímax. La presencia de niños en la trama tampoco le era ajena, no solo por la propia pandilla sino por esa voluntad de utilizar los ojos infantiles como catalizador de la magia en los adultos, que también utilizaba en Robocop 3.

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Escenas de bus, en furgoneta… hay ciertos lugares comunes sutiles en las películas de Dekker que se perpetúan como obra de su autor. La instalación científica de la que se escapa el Predator fugitivo no deja de ser una versión más atendida del reducto secreto de la universidad en dónde guardan un espécimen relacionado con los ovni, en El terror llama a su puerta. En ambos casos escapa del emplazamiento iniciando el caos fuera.

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En aquella todo se comprimía en un campus universitario, pero en Una pandilla alucinante los monstruos atacaban un barrio residencial, como aquí los Predator y sus perros. También, aunque no goce de popularidad, la segunda secuela de Robocop tenía algunas señas de identidad que aquí se repiten. En primer lugar, ya se veía la relación constante a través de los años entre los dos autores, y Black repetía su rol de actor secundario como uno de los policías de la película, que van vestidos de negro, como los equipos especiales de The Predator.

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Por otra, el tono de tebeo, pese a haber tenido la lacra de la calificación para menores, se hace patente como mofa de una manera de demostrar la falta de solemnidad con las reglas de una franquicia, como hace el desafío de The Predator a las normas de su propia saga. Luego hay detalles específicos que repasándolas cerca generan la idea de que Dekker ha querido homenajear la película que le llevó a dejar de dirigir, mucho antes de que Black se pusiera detrás de las cámaras. Las armas los Predator como surikens son como los de los punkies, La científica seria que acaba con las armas en ristre, esas persecuciones en coche con disparos en marcha, y sobre todo, la fascinación con los gadgets y armadura como operación de quita y pon a un muñeco con el que ponerse a jugar. Imposible no pensar en ese Robocop alado en los minutos finales del clímax en ciertas imágenes finales de la propia The Predator.

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A pesar de algunos saltos de montaje por los problemas de producción y reshoots, que nos han dejado sin ver la escena de los tanques y más híbridos Predator, el resultado final es una bomba de racimo en el panorama de cine de acción y fantástico actual. Significativo por atreverse con muertes salvajes, como esa ducha de sangre o la mutilación de ciertos personajes, pero también por su hibridación de géneros y la importancia del diálogo sobre el resto de elementos. Faltona, macarra, infantil en el mejor de los sentidos de la acepción… The Predator es la oveja negra del año condenada al asiento trasero de autobús, una gamberrada de serie B en su acepción más clásica.Jorge Loser