Nos llega con retraso, pero nos llega. Horns es la última aportación al fantástico de este joven director Francés. Adapta una novela de otra nueva voz en el mundo del fantástico, Joe Hill (el hijo de Stephen King). Repasamos la desacompasada carrera de este renovador del género que se pasó por Madrid la semana pasada para recoger el premio Visionary Award del festival fantástico Nocturna.
Una chica de pelo corto, a lo Jean Seberg, se esconde en un armario intentando huir de un asesino sucio y grimoso, un camionero de constitución gigantesca que parece haber acabado de arreglar el motor de su tráiler. Acongojada, observa sin poder emitir un suspiro cómo el psicópata degüella a la madre de su amiga. Ésta es, probablemente la mejor y más tensa escena de Alta Tensión, la película que descubrió al mundo a esta promesa del cine francés. Un hambriento joven que ayudaría a definir lo que en la década del 2000 se vino a llamar el Splatpack. Un equivalente a lo que hoy se ha venido a bautizar como al actual movimiento Mumblegore, una continuación más diluida de la energía renovadora de esa pandilla original.
Cuatro años antes de su bautismo de fuego en todos los cines del mundo, el joven Aja había dirigido una pequeña aportación al subgénero post-apocalíptico. Furia era una historia contenida y de personajes con ecos a Le dernier combat de Luc Besson. Curiosamente, uno de los primeros papeles protagonistas de una joven Marion Cotillard. Fue un debut bastante sólido y curioso, suficientemente extraño como para pasar algo desapercibido en su filmografía durante todos estos años, pero también lo bastante bien rodado como para llamar la atención en la industria del país que le vio crecer.
Alta tensión llegó un poco a contrapelo. Los restos de la influencia de Scream en el género todavía hacían asociarlo con thrillers adolescentes, slashers tan blanditos que enlazaban más con la novela de misterio y policíaca que con el legado de Carpenter, Craven o Hooper. Se había perdido la esencia de esa fisicidad de la violencia. El cine de terror había dejado de ser peligroso. Y entonces llegaron Eli Roth, Rob Zombie, Neil Marshall… y junto a ellos la versión grandguiñolesca de ese retorno al pánico puro. El splatter francés había renacido. Hollywood ya miraba hacia el horror galo.
Los remakes comenzaban a explotar (y aún sigue su estela) y la industria americana quería apellidos europeos para decorar los pósters con un toque extravagante. De entre 20 remakes de películas fantásticas y de terror que se estrenaban, sólo de vez en cuando había uno bueno. Y Aja estaba entre ellos. Las colinas tienen ojos es uno de los contados ejemplos en los que la revisión supera con creces al original. La sucia historia de Wes Craven recibía un demoledor lavado de cara que enlazaba sus elementos de survival con la culpabilidad de la Norteamérica postnuclear. Una mezcla perfecta entre las mejores cualidades enérgicas de su anterior película y la gran escala de un presupuesto “mainstream”
La era Bush quemaba la tierra y el cine de terror devolvía ácido empaquetado en grandes producciones de factura impecable. Pero el significado rabioso del fotograma sangriento fue apagándose conforme la explosión del 11-S y sus consecuencias se transformaba en otro tipo de crisis. Ajá siguió con sus remakes, pero la esencia estaba muerta. No había hambre ya en Reflejos (Mirrors), otra revisión, esta vez de un más bien mediocre film coreano. El resultado es una película muy impersonal, donde tan sólo se ve al Aja salvaje es su descarnado uso del gore. Pero las formas son de thriller con estrella televisiva de turno (Kiefer Sutherland), tirando de tópicos y desarrollo predecible.
Aja regresó de nuevo a los clásicos y se atrevió con un hito de la serie B de los 70: Piraña, una simpática explotation del Tiburón de Spielberg que inició la carrera de Joe Dante. La versión de Aja no es desdeñable. No tiene ni pizca del ingenio y encanto de la original (que ya había recibido otro remake en los 90) pero lo compensa con muchos jóvenes y jóvenas en bañador o sin él siendo masacrados por los peces carnívoros. Es como una secuela imbécil de American Pie pero con litros de sangre y gore bestial. Algo de su sello queda, pero definitivamente no es la progresión que se esperaba de él en sus inicios.
Una de sus aportaciones más atrayentes en los últimos años es el guion y producción de otro Remake. Maniac, una de sus películas de terror favoritas, era un sucio acercamiento a la mente de un psicópata sexual en una Nueva York desarrapada. La nueva traslación es una interesante y subjetiva puesta al día con Elija Word como protagonista. Con Horns, su última película, intenta cambiar de tercio, ampliar su paleta de trabajo y demostrar que es capaz de hacer algo diferente. Su último esfuerzo es una valiente mezcla de género fantástico, comedia, relato generacional… desafortunadamente la dirección vuelve a estar a la deriva, resultando demasiado vaga para darle vidilla y personalidad a una idea que quiere ser muchas cosas y acaba siendo un plomizo galimatías con buenas intenciones.