‘La isla del Dr. Moreau’ de Richard Stanley: la película que nunca fue

 

Se estrena en España Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau, documental ganador del festival de Sitges que narra la turbulenta historia tras la creación de uno de los fracasos más sonoros del fantástico de los 90 que acabó con la carrera de un joven y prometedor enfant terrible del fantástico. Brujería, locura, desastres naturales y absurdas exigencias de actores que convirtieron la producción en una pesadilla.

 

Durante el pasado festival de Sitges tuve oportunidad de encontrarme con uno de esos directores cuyo nombre suena pero nadie sabe de qué. Richard Stanley. Le vi dando vueltas por el hall del Meliá, solo. Llevaba su indumentaria característica, un gran sombrero negro y unas botas de cowboy. Todo un personaje. Me pregunté si debía saludarle, admiro mucho su epopeya esotérica Dust Devil, pero desde hace bastante tiempo no soy mucho de hacerme una fotofan con nadie que no sea Tommy Wiseau. En ese momento sentí algo de lástima. Su mirada estaba algo perdida y parecía desorientado, desentrenado en esto de estar entre cineastas, actores y directores.

Stanley se encontraba apoyando la presentación del documental sobre su penosa experiencia en el rodaje de La Isla del Dr. Moreau que se resultaría premiado. Quizá un pequeño impulso para su carrera después de que este proyecto del que fue despedido fuera un revulsivo hacia su abismo creativo. Desde entonces no ha rodado ninguna película. Demasiado vacío para uno de los nombres del fantástico más singulares de los noventa. Una de esas carreras que la inercia lleva a pensar que sigue siendo una joven promesa,  pero que en realidad ya no existe dentro de una industria copada por niños de buena familia, con dinero para la escuela de cine pero muy poco que contar.

La última versión de La isla del Dr. Moreau es horrenda. Tremendamente pesada y llena de detalles risibles que no hacen tanta gracia sabiendo que el proyecto podría haber sido una intensa película de autor. La historia del documental no es distinta a la de otras películas que pudieron ser y no fueron como El Quijote de Gillian o El Dune de Jorodowsky. Hay arte conceptual, ideas alucinantes que no llegaron a ver la luz, storyboards… pero lo interesante de la historia no tiene más que ver sino con el proceso en el que la industria devora por completo a un joven Stanley lleno de ilusión y el viaje a la locura en el que entraron el personaje y toda la producción.

Quizá lo más fascinante del documental sean los paralelismos con Heart of Darkness, el documental del infierno del rodaje de Apocalipsis Now. Los detalles de la espiral de demencia de los implicados en ambas producciones interacciona con la propia historia que cuentan las dos películas. La de Coppola es una adaptación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, novela criticada por H.G. Wells, que sostenía que la trama y el personaje de Kurtz eran un plagio de su Dr. Moreau. Sin embargo, Conrad sostenía que su inspiración para Kurtz fue un aventurero inglés llamado Sir Henry Morton Stanley, que no era otro que ¡el bisabuelo de Richard Stanley!

Poniéndose supersticiosos, no ayuda que parte del desastre fuera gracias al actor que hace de Moreau, un decadente Marlon Brando en el final de su carrera que, curiosamente, también había encarnado a Kurtz  en Apocalipsis Now. Aunque el actor apoyaba a Stanley, cuando el joven director fue despedido se dedicó a trollear la producción pasando de aprenderse el guión (se lo iban chivando por pingajillo) y entreteniéndose con las más geniales excentricidades. Entre ellas destacan su exigencia a llevar maquillaje blanco, un cubo con hielo en la cabeza o, la más absurda de todas, cuando exigió que un pequeño actor sudamericano interpretara a su “mini yo” en todas las escenas en las que apareciera.

Pero la raíz del problema fue la incapacidad  del director novel para lidiar con el divo Val Kilmer, que venía muy subidito tras Batman Forever y se comportaba como un matón de instituto. Tampoco pudo sobreponerse al huracán que destrozó los sets de rodaje, y los jefazos decidieron sustituirle tratando de evitar que los problemas fueran a más. En cuatro días se tiraban a la basura los cuatro años de dedicación de Stanley, que al verse apartado de su proyecto, entró en una fase lunática. El estudio contrató a un experimentado John Frankenheimer, que era lo opuesto al joven inglés. Un déspota que maltrataba a un equipo bastante cansado ya por las leoninas condiciones de rodaje en la jungla.

Stanley fue compensado con todo su sueldo con la condición que no apareciera por el rodaje y cogiera su avión de vuelta. Pero el director decidió no coger ese avión. Destrozó todas sus notas, dibujos y storyboards para que no copiaran su trabajo y se lanzó a la jungla. Nadie sabe exactamente que estuvo haciendo mientras se rodaba la película. Hay indicios de que puso varios amuletos y signos de mal augurio alrededor del set para maldecir la producción. Dice que vivió durante meses el solo, alimentándose de fruta, pescado y lo que conseguía sacar de la naturaleza.

La producción iba en barrena, el equipo empezó a darse a las drogas y el sexo entre los extras era habitual. Desperdigados por la isla, disfrazados de mutantes se empezaron a contratar a hippies y mendigos de la isla. El set de rodaje era dantesco. Entretanto, se rumoreaba que uno de los figurantes con careta era Richard Stanley infiltrado, incluso se le puede ver en varias escenas de la película. Se temía que quisiera sabotear la producción, incluso se dijo que quiso convencer a parte del equipo para prender los decorados. Obviamente, la versión del documental sostiene que una broma del director, pero nunca se aclarará si los miedos de los productores estaban fundados.

Pero el auténtico viaje a las tinieblas para el director fue durante el resto de su carrera. El que era un nombre prometedor para el fantástico no sólo fue borrado de golpe en todos los despachos de Hollywood, sino que no encontraría la fuerza  para ponerse tras una cámara durante los siguientes veinte años. Se aisló en el monte y vive apartado de cámaras, tipos con traje y snobs del mundo de los artistas. El documental es una necesaria reivindicación de su nombre, pero también un análisis muy certero de la realidad del proceso artístico frente a la maquinaria de seiscientos tentáculos del mundo del cine. Ahora entiendo la mirada perdida del director en la trastienda del festival de Sitges. La de un visionario sin suerte, quizá asustado por estar demasiado cerca de un mundo especializado en triturar rebeldes del que ya no quiere formar parte.

 

Artículo publicado originalmente en Gonzoo