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La noche de Walpurgis (1971): un clásico del fantaterror español

El director León Klimovsky y los guionistas Jacinto Molina y Hans Munkel encontraron una nueva dirección para la serie de Waldemar Daninsky. El licántropo de Paul Naschy se presenta como el enigmático patriarca en una historia gótica en la que el propio Daninsky a menudo se desvanece. La serie varió su fórmula dejando al Hombre Lobo como miembro de un elenco en el que es claramente un antihéroe de cómic.

Al afrontar el cine de Paul Naschy autor, repasando especialmente sus acercamientos al gótico europeo más tradicional, encontramos una habitual aquiescencia internacional para reconocer su trabajo como obras de culto indiscutibles. Alejándonos de miradas condicionadas por la procedencia del producto, es interesante analizar los motivos de la apreciación de películas, que como La noche de Walpurgis, poseen unos valores de producción inferiores a los que otras producciones góticas de la época, ya sean esfuerzos Hammer tardíos o bien muestras de cinematografías ocultas, pertenecientes a otros continentes. Es  casi imprescindible, antes de empezar a hablar del filme, que la impresión de obra psicotrónica, marcada por el presupuesto, los excesos en torno a la sangre y al sexo y el carácter de cóctel de terrores clásicos, es difícilmente evitable, teniendo en cuenta que en el año de producción, un producto así pertenece a un revival muy residual de los monster mash de la Universal.

Mientras en la Hammer seguían explotando su modelo, añadiendo palatinamente más sangre  y senos, pero manteniendo cierta compostura estética y unas reglas más o menos claras, en el cine español se apreciaba un nada disimulado gusto por el monstruo como elemento vertebrador de todo el fantastique contenido en un rollo de celuloide. Con lo que si en Italia habían abandonado el gótico puro por el giallo, en Estados Unidos por el American Gothic y el satanismo, en plenos 70, en los guiones de Naschy resistía un gusto por los personajes clásicos, bien conocidos por el público y con una amplia aceptación en los pases para aficionados al terror más o menos casuales. Por tanto, en sus creaciones podía enfrentar a un hombre lobo, como antihéroe definitivo, a todo tipo de criaturas en aventuras que mantenían la tragedia de mito y la alternaban con peleas finales cuyo elemento de terror acababa en un enfrentamiento mitómano, rodado bajo una mirada cándida, del recuerdo de las citadas ensaladas de criaturas de la Universal.

Pero son estos potajes de vampiros, hombres lobo y zombis los que marcan la diferencia con lo que, en aquellos momentos, nadie ofrecía. Por tanto, si además añadimos las generosas dosis de violencia y sexo gratuito, unos efectos especiales que van de lo precario a lo tradicional (sus transformaciones en stop motion) y un sentido ingenuo de la peripecia, el resultado resulta indudablemente exótico y creativo, tan característico que el esfuerzo, por incompleto o feísta, no deja de ser menos reconocible y representativo de todas las inquietudes de un cineasta apasionado, por lo que, incluso sin estar dirigida por él mismo, en este episodio de la saga Waldemar se aprecia el sello autoral de Naschy que, como un Rod Sterling hispano, presenta sus guiones a través de los ojos de otros directores. En este caso, Leon Klimovsky ilustra la aventura del polaco con un imaginario visual adecuado para el tipo de historia que Molina quería transmitir.

Tanto la exposición argumental, los objetos fantásticos, y una mitología propia del tebeo, se corresponden a un sentido del terror como disfrute muy típico de los cómics de la casa Warren, en el que se incluían historias adultas, plagadas de erotismo, muerte y restos del animalario heredado por la Hammer, con una predilección especial por los vampiros. Por ello, la mejor manera de valorar La Noche de Walpurgis es imaginar que es una de esas historias serializadas a través de varios números de Creepy (1964-1983) o Dossier Negro (1968- 1988), es más, esto se puede extender a unas cuantas de las doce películas del licántropo, condenado a vivir para siempre con la maldición de matar a inocentes. El drama del personaje de Waldemar Daninsky proporcionó a Naschy varias oportunidades de imitar o, en cierta medida, rendir homenaje a su héroe de la infancia, Larry Talbot, y al mismo tiempo crear una suerte de serial moderno y de terror con un tono de tebeo que tuvo cierta influencia de vuelta en el medio impreso.

Efectivamente, las aventuras de Jack Russell, el antihéroe de la colección Hombre Lobo (Werewolf by Night, 1972-1977) de Marvel Cómics, que se enfrentaba a distintas criaturas mientras lidiaba con su maldición, pudo tener como inspiración a Daninsky, que además, tendría asimismo un facsímil televisivo en la serie Werewolf (1987- 1988) de la cadena Fox. Probablemente, La noche de Walpurgis sea el episodio más querido y recordado por los aficionados por razones que van más allá del conseguido acabado técnico. En ella, el papel de héroe se retroalimenta de un fugaz romance y de unos antagonistas a la altura del poder icónico que desprende el hombre lobo de Naschy, lo que proyecta un implicación más profunda con su papel de defensor de damisela en peligro de Waldemar, y que además ha de lidiar con su propia maldición con la inclusión de una mitología propia de la película que renueva los propios mecanismos de la saga.

Fuera de su aspecto más lúdico, el elemento más poderoso de toda la película es la representación de la condesa, con una Patty Shepard imponente que introduce un porte perfecto entre la sensualidad y el mal absoluto, representada en sus apariciones como  un movimiento antinatural, logrado con un sencillo truco de cámara lenta muy efectivo. Las atmosféricas escenas de vampiras en la noche tienen un eco fantasmagórico que Klimovsky aseguraba haber desarrollado con influencias de la obra de Dreyer, de quien se habría encargado de restaurar muchas de sus obras. Su cualidad hipnótica es indiscutible, aunque por mucho que se cite al genio danés, todas la estética de los escarceos de la reina de los vampiros y su discípula  tienen más que ver con la trilogía karstein de la Hammer, especialmente el pequeño prólogo de Las amantes del Vampiro (The Vampire Lovers, 1970), Roy Ward Baker, y en general, tiene parte de esa tendencia de vampiras lesbianas tan en boga en esos años.

El elemento vertebrador de la comunión entre las raíces góticas y su voluntad de programa doble pulp está en el libertinaje propio de cine para adultos que desata su alegría para mostrar desnudos y sangre. En donde Hammer aún era timorata,  Naschy rasgaba la ingenuidad de su mirada pop a los mitos, de fascinación casi infantil, con dosis generosas de gore y pezones al aire. Esa veneración hacia las viejas películas de monstruos en blanco y negro es, de alguna manera, profanada por la necesidad de ofrecer una ruptura con las producciones demasiado mansas y convertir a su hombre lobo en lo que se supone que debe de ser, es decir, una bestia totalmente salvaje. Independientemente de su intención final, el uso de la violencia y el sexo dotan al conjunto de una textura incómoda que es difícil apreciar en la distancia, pero que en aquel momento resultaba subversiva de por sí, más en un país como España. Lejos de colisionar con sus momentos de atmósferas de terror más vintage y densas, con nieblas y luces azuladas y parajes abandonados, su carácter crudo consigue un ejercicio de contraste que la convierte en una muestra única. Esto explica que aun siga siendo un reclamo para todos los aficionados de todo el mundo.