El ciclo de auge y caída del género de muertos vivientes, infectados y otras variaciones del ghoul caníbal en el siglo XXI ha tenido una duración inesperadamente larga. La invasión televisiva de The Walking Dead le dio un empujón al monstruo más representativo de la década pasada y acabó por crear una familiaridad con el concepto que agotaría toda la función provocadora del mito. Pese a que el proceso ha reciclado a un monstruo, usualmente ubicado en los bajos presupuestos, hasta superproducciones recientes en el cine asiático, como I am a Hero o Train to Busan, los síntomas de marchitamiento avanzan junto a las parodias como I Zombie o Santa Clarita Diet, cuya segunda temporada comento en la sección de televisión. Pero quizá la señal más inequívoca es la propia muerte de George A. Romero, con el que se marchó la visión más provechosa de su propio universo.
En Los hambrientos no hay nada que no encontremos en las decenas de películas y ficciones con los mismos temas vistas en los últimos años, pero Robin Aubert dota al drama de cierta credibilidad cotidiana que junto a la visceralidad de la amenaza y su extraño sentido del humor, conforma un tono muy personal que, sin embargo, es bastante fiel al concepto original. «Siempre me encantó La noche de los muertos vivientes, desde cuando era niño. Y siempre he querido rodar una película de zombies, pero desde mi punto de vista. El horror se convierte en una manera catártica de expresarte. De decir lo que piensas sobre la sociedad, porque con los zombies automáticamente ya estás haciendo una película social y política», comenta el director a «Daily Dead». En su caso, utilizar el monstruo le dio la oportunidad de mostrar «mi punto de vista sobre el éxodo de la diversidad en Quebec. La idea de hacerla me vino a la cabeza en mi establo, en el campo, mientras estaba pensando en personas que conozco. Los ideé a todos juntos para ser los supervivientes de mi película, son todos reflejos de conocidos».
Aubert sigue la máxima de escribir sobre lo que uno mejor conoce y decidió rodar con un bajo presupuesto en el medio rural de Quebec, lo cual da un reconocible tono distintivo a sus imágenes. «El verde en el cine es agresivo. Nunca me ha gustado este color, y me di cuenta de que necesitaba verde en esta película para expresar la violencia que se respira en este mundo, mostrar cómo la naturaleza se venga de la humanidad. Los paisajes naturales pueden ser reconfortantes y aterradores al mismo tiempo, hay cierta incertidumbre en la naturaleza y el bosque», asegura el director, que además se aprovecha del emplazamiento para concebir momentos inquietantes con las presencias y desapariciones de los muertos, jugando con la profundidad de campo y la niebla.
EL ÚLTIMO ESTERTOR
En el apocalipsis de Los hambrientos, un virus se ha extendido entre los habitantes del Quebec, convirtiéndolos en zombies sedientos de sangre. Un superviviente, friki de la ciencia ficción, Bonin (Marc-André Grondin) se va cruzando con distintas personas a través del territorio hostil: Tania (Monia Chokri de Heartbeats), una hipster sarcástica, Celine (Brigitte Poupart), una ruda madre que sabe cómo manejar un hacha, Real (Luc Proulx), un granjero traumatizado perdido en el bosque y la pequeña huérfana Zoe (Charlotte St-Martin). Todos terminan en una granja aislada que pertenece a la madre de Bonin (Micheline Lanctot), pero saben que con los monstruos cerca hay poco margen para escapar.
Pese a que las historias de algunos personajes nos interesan más que las de otros, cuando las tramas confluyen el todo acaba siendo mayor que la suma de sus partes. Pero el elemento que marca la diferencia con otras películas de zombies es la capacidad de Aubert para hacerlos aterradores. Los gritos que profieren vienen desde el centro de la desesperación y más que el chillido de una criatura es un lamento irracional, triste y espeluznante al mismo tiempo. El director, recupera además un detalle del muerto Romeriano que se suele obviar. La memoria encerrada en pequeños bucles que les hacen repetir una misma tarea como autómatas. En Los hambrientos apilan juguetes viejos y sillas en grandes pilas sin más explicación que una posible territorialidad, o la expresión más rudimentaria del sentimiento religioso. Los objetos ya no tienen significado para ellos pero los fetichizan, incapaces de actuar como seres humanos, tratan de imitarnos de forma repetitiva y grotesca.
Otros Zombies en Canadá
Los hambrientos sigue una tradición de género que se ha cultivado en Canadá desde hace décadas.
Corpse Eaters (1974)
Rareza ignota de bajo presupuesto e incompetencia torpona, pese a ello, de las primeras imitaciones del modelo Romero.
Crimen en la noche (1974)
Bob Clark participó en esta coproducción dirigiendo un relato deudor de La pata de mono con trasfondo antimilitarista en plena era Vietnam.
Vinieron de dentro de… (1975)
Cronenberg se lleva La noche de los muertos vivientes a su terreno y convierte a los zombies en lúbricos propagadores del ansia sexual.
Fido (2006)
Una infravalorada sátira de EE.UU. sobre zombies amaestrados en un idílico reducto de supervivientes de estética cincuentera e inspiración 100% Romero.