Ingmar Bergman, después de sufrir un ataque de ansiedad, decidió realizar dos de sus películas más oscuras y personales. A reverenciada Persona (1966) y La hora del lobo (Vargtimmen 1968) que había ideado varios años antes, pero que había abandonado por una neumonía cuando el guion aún se titulaba Los Caníbales. Más tarde regresó a él en 1966 cuando vivía en el refugio de la isla de Faro (Suecia). «Los demonios venían a mí y me despertaban. Se paraban allí y hablaban conmigo«, explicaba el director. Puede resultar extraño ver a Bergman como artífice de una de las mejores películas de terror, pero lo cierto es que en los 60 y 70 las mejores obras de su carrera provenían de las profundidades más oscuras del existencialismo. Fueron sus décadas más experimentales y muchas eran obras plagadas de terror filosófico como Pasión (En pasión, 1969) La Vergüenza (Skammen, 1968) El Silencio (Tystnaden, 1963) o Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972).
Para muchos no es muy ortodoxo hablar en términos de películas de terror, pero los temas de las mencionadas, su estética impresionista, provocan un automático malestar opresivo, de trampas mentales y desorientación directamente relacionadas con el género. En esencia muchas son historias de horror sobre el aislamiento humano, con personajes cotidianos frente a luchas terribles y contra la opinión popular (y de la industria) el horror se presta a una amplia gama de matices y recursos, tantos como miedos somos capaces de percibir. Bergman maniobró dentro de ese gran espacio en blanco mejor que muchos otros cineastas que han visitado ese terror “no tradicional” como también lo hacía, por ejemplo, Fellini. Sus temas más oscuros no hacen difícil ve cómo esas películas podrían tener su etiqueta de terror al lidiar con angustias universales como la soledad, el aislamiento, La autoconsciencia de la locura. Sin embargo, el horror en La hora del lobo es más claro, más directo que el de su película hermana, Persona. En aquella todo el terror es interno. En la obra que nos ocupa esa internalización se externaliza tanto para los personajes como para el espectador.
En la obra más oscura de Bergman, Johan (interpretado por Max Von Sydow) es un famoso pintor que se ha retirado a una pequeña isla para escapar del mundo después de algún tipo de crisis o incidente traumático que nunca se aclara. Con él va Alma (Liv Ullmann), su compañera embarazada. Ella le ama sin barreras, y se queda despierta con él cuando su insomnio lo mantiene despierto durante la hora más oscura de la noche, la hora del lobo, que define como: «El momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…»
Básicamente esa hora siniestra es un catalizador para que todos los fantasmas y miedos de los que huye se materialicen en forma de alucinaciones, de locura o entes físicos. Una dimensión espantosa de la que aparentemente no hay escapatoria, ya todas las amenazas inquietantes vienen de adentro. No es casual que Bergman viviera en la isla, y es hasta cierto punto autobiográfica, su período más introspectivo explora sus propios demonios personales. Como consecuencia puede verse como uno de sus dramas, pero uno extremadamente tenebroso y por esa razón, tuvo críticas tibias excepto de aquellos más sensibles a sus temas existenciales. Con el tiempo, ha sido analizada como una obra menor, pero bajo cualquier óptica es una obra fascinante y desafiante en la postura que adopta con respecto a la realidad. La visión objetiva sobre lo que le sucede a un artista desaparecido sin dejar rastro es presentada de forma cada vez más subjetiva ¿Estamos viendo lo que realmente sucedió, o estamos viendo las fantasías imaginadas de dos individuos profundamente perturbados? Bergman cambia la perspectiva en varios puntos y deja al espectador, como a Johan, en un terreno intermedio.
Un texto al empezar explica que la película está basada en los diarios del artista desaparecido y en los recuerdos de su esposa sobre esos últimos días. Por tanto se presenta casi como si fuera una reconstrucción documental del pasado. En el fondo es la estructura de películas de terror como El proyecto de la bruja de Blair (Blair Witch Project, 1999) u otros found footage, en los que la desaparición en sí es suficientemente intrigante y siniestra como para encapotar el resto de la atmósfera del film con una intriga inquietante. De hecho la obra juega con la metaficción puesto que en los primeros minutos oímos al director y el equipo de rodaje como si efectivamente, se tratara de un mockumentary, un detalle que Bergman incluiría para acercar aún más el conflicto al terreno personal. Además Liv Ullman, la compañera del director en aquel momento, dio a luz a su hija Linn durante el rodaje lo que refuerza el contexto de la estrecha conexión entre el artista y los que le rodean y quieren, hasta tal punto que lo que vemos narrado es la historia de Alma, no la de Johan, algo que la emparenta con la reciente Madre! (Mother!, 2017) hasta el punto que, efectivamente también trata sobre el proceso creativo a través de los que rodean al artista y también Lawrence es la compañera de Aronofsky.
En La hora del lobo, cuando Alma ve las imágenes de Johan, se infecta con ellas. Son las grandes pinturas las que atraen a un grupo de extraños personajes de un castillo a su mundo. El efecto de distanciamiento objetivo se abandona gradualmente a medida que avanza la historia, y pronto el espectador está entre los puntos de vista subjetivos del artista y su esposa. Johan es un personaje opaco y narcisista, por lo que la mirada comprensiva de Alma y sus esfuerzos por empatizar con las experiencias van de la mano con los temas de la historia y crean una espiral descendente continua mientras Alma está irremediablemente atraída por el inframundo de Johan, empatiza con su horror, pero no es capaz de entrar en su cabeza para salvarlo.
La película está llena de simbolismo sin respuestas claras para sus significados. Imágenes intensas y gráficas como la perturbadora secuencia en la que un niño intenta seducir a Johan y luego es golpeado y ahogado son tremendamente impactantes. No se sabe si son recuerdos o materializaciones como demonios, en este caso la homosexualidad reprimida, traumas atrincherados en las pesadillas de la mente de Johan, por lo que se muestran como horror gótico puro y pesadillesco. No parecen reales, pero se muestran de la forma en la que los perciben los personajes para comprender lo creíbles que pueden ser los demonios. Sus experiencias son compartidas por Alma, el elemento externo que hace imaginar que las escenas realmente suceden, pero Ullman revela en repetidas ocasiones que ama tanto a su esposo que comparte sus alucinaciones.
Los miedos regresivos de Johan se remontan a la experiencia de su infancia en un armario oscuro. El camino hacia su autocomprensión, buscado a través de su arte y su pasión por su anterior amante se va haciendo más y más ininteligible hasta que su personalidad narcisista, se enfrenta a lo que más teme, su fin, lo que le obsesiona como puede obsesionar a cualquiera que, de pronto, en la noche tiene una lucidez autoconsciente y se percata de que va a morir en algún momento. El terror más absoluto.
Bergman quiere compartir esa sensación de vacío sobrecogedor y durante la segunda mitad de la obra crea una auténtica maratón extenuante de oscuros secretos y pesadillas. La sobria escena, en su estilo de simpleza con dos personajes, en la que Johan comienza a contarle a Alma el perturbador recuerdo de su infancia, cuando le encerraron como castigo, es simplemente aterradora. Johan relata su experiencia en un armario donde, según le dijeron, vivía un pequeño duende que roía los dedos de los niños traviesos. La forma en que está filmada, iluminada e interpretada hace que hiele la sangre.
Sin embargo, otros sueños, recuerdos o miedos se de forma gráfica como una pesadilla: un hombre que camina por una pared hasta el techo, una anciana que se arranca la cara cuando se quita el sombrero, un hombre pájaro, personajes conocidos que se vuelven siniestros en cuanto te acercas a ellos y una galería de freaks que contemplan sin moverse. Proyecciones de un sueño febril, alucinaciones inducidas por vampiros o clichés de terror remitentes a Val Lewton, que se subvierten y distorsionan en algo extraño e infinitamente grotesco, cambia la posición del público para sentirse observado en lugar de mirar, de la misma forma que Kubrick juega sutilmente con las percepciones espaciales en El resplandor (The Shining, 1980) para provocar inquietud, cambiando la física del hotel Overlook con puertas que se abren a ubicaciones o ventanas imposibles, pero que nos afecta aunque no tengan lógica. Hay muchos temas comunes con la obra de Kubrick-King, con el descenso a la locura de un artista acosado por sus visiones, incluso en la manera que se nos presentan.
Todo el tercer acto es un descenso a una fantasía paranoica que roza el teatro del absurdo, con extraños rituales sexuales que recuerdan a los momentos más surrealistas de Polanski, concretamente a El quimérico inquilino (The Tenant, 1976). La manera de presentar las escenas con todos los personajes recuerdan también a Lynch por todos los costados, con una escena de un miniteatrillo de marionetas que reutilizará el americano en su Cabeza Borradora (Erasedhead, 1977) o Mudhollad Drive (2001) y un uso del sonido y el espacio muy similar. Bergman a menudo hace que sus personajes miren, reaccionen o digan algo brevemente mientras el viento silba o el sonido de los rompeolas golpeando las rocas ruge en el fondo. También se apoya en la fotografía de Sven Nykvist, una paradoja en blanco y negro, capaz de ser a la vez hermosas e increíblemente fantasmal, única e irreal. El resultado temático y estético confluye en una obra inquietante e incómoda, poco convencional para ser aceptada como una película de terror, pero abrazando su condición de principio a fin, deconstruyendo el género hasta su núcleo absoluto, llegando a la confusión entre lo que es real y lo que es un diablo de la mente explorando la naturaleza de la locura hasta hacernos partícipes.