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Los crímenes de Petiot (1973)

Las atrocidades cometidas por los nazis en Francia durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) desencadenan una serie de asesinatos treinta años después. ¿Se trata de una venganza, o existen otros motivos? Tanto la población civil como la policía intentan esclarecer el misterio

Naschy escribió esta película mano a mano con el director de la misma, José Luis Madrid.  En teoría, el libreto está basado libremente en el caso del médico y asesino en serie francés Marcel Petiot pero también tiene parte del asesino del zodíaco, un caso de muchísimo calado en su época, cuando andaba sembrando el pánico en el San Francisco de principios de los años 70. Un hecho que seguro que impactó a sus creadores. De primeras, podría entrar en el corpus de trabajo del actor, referente a su fascinación por los asesinos reales y la crónica negra que, puede que por su contacto con Jarabo en la vida real, le llevó a completar su colección de encarnaciones de monstruos clásicos con algunos casos reales más modernos que los de Gilles de Rais o La condesa Bathory, que le habían servido para modelar algunos de sus monstruos fantásticos.

Estos casos más modernos, no tan habituales en su filmografía, le han dado resultados artísticos muy bien valorados por la crítica que suele despreciar otros de sus trabajos. Así, El huerto del Francés (1977), dirigida por él mismo, se acercaba a esa España profunda que acoge el crimen y la miseria bajo el matorral y la aridez de una tierra cercana, pero olvidada, del medio rural. Una visión que se adscribe al Spanish Gothic más puro y que no se repite en la que tratamos, ya que tan solo se utiliza el trasfondo del caso real para colorear la historia del propio asesino, en forma de flashbacks, con más interés histórico que realmente importantes para descubrir las motivaciones del asesino, como si fueran recuerdos de un trauma provenientes de un giallo.

El huerto del Francés

En verdad, cronológicamente, se podría incluir dentro del espectro de giallos que se produjeron en España durante los años setenta, a menudo con Paul Naschy a la cabeza o al menos como parte del soporte del proyecto. Pero, más allá de las tesis de cine de misterio y asesinato, posee un tono menos mediterráneo, nada onírico y manejado en colores ocres, grisáceos. Sin embargo, coincide en el atrezzo del asesino (un abrigo negro, guantes y el sombrero) de una película tan seminal en el subgénero como Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l’assassino, 1964), de Mario Bava, que a su vez tomaba el aspecto de algunos de los villanos de las adaptaciones de Edgar Wallace, muy populares en Alemania, conocidas como krimi, auténticos precursores del movimiento italiano. De hecho, no es difícil identificar Los crímenes de Petiot como una suerte de krimi algo más moderno. Entre otras pistas de su fuente de inspiración, el arma homicida no es un cuchillo y la investigación policial es menos detectivesca, planteada más en clave de novela policíaca.

Situada en un Berlín cubierto de nieve, la obra desarrolla la historia de un sádico asesino en serie que ejecuta con una pistola a jóvenes parejas de enamorados (al estilo del asesino de California). Mientras, una periodista, Vera (Patricia Loran), comienza a interesarse en el caso e inicia su propia investigación. Naschy interpreta a su antiguo novio, Boris, y junto un par de otros amigos siguen las pistas que deja el homicida en las escenas del crimen, con referencias Segunda Guerra Mundial. Una premisa que sugiere una artimaña de guion de personajes metidos con calzador en la trama para generar un misterio de Cluedo, supervisado por la policía, en el que predomina la intriga sobre los aspectos más propios del cine de género de la época. Es decir, los asesinatos están más limitados y constreñidos en cuanto a sangre, por el modus operandi, y al final juega su carta desvelando, al profundizar en los motivos del asesino, semejanzas con el caso real, en última instancia, como plato fuerte. El Petiot real era un médico, un sádico que ofrecía formas para escapar, durante la Segunda Guerra Mundial, a judíos que le pagaban, sólo para encontrase con que en vez de una vía de huida del régimen, eran inyectados con cianuro. Cuando fue descubierto, se encontró que tenía hasta 24 cuerpos en su casa. En la película, se le da un motivo de venganza al asesino un poco traída por los pelos, pero que, de alguna manera, consigue integrar el caso real y las particularidades de la Alemania Nazi a su mitología. Y quizá ahí acaban las virtudes de la empresa pues, como cinta de suspense, no es de las más audaces del cine europeo, enquistada en una simplicidad pasmosa que la hace demasiado predecible y que deja en evidencia sus carencias, más evidentes gracias a su rictus serio, que pierde el posible efecto redentor del elemento de explotación que sí tenía, por ejemplo, Jack, el destripador de Londres (1971), también de José Luis Madrid

Jack, el destripador de Londres

El desarrollo es medianamente entretenido gracias a un guion lleno de giros, que componen una trama de vaivenes en la que la película parece concentrarse más que en los propios personajes. Peones sin demasiada personalidad que los actores, más o menos, consiguen mantener de forma eficaz, aunque sin grandes esfuerzos por salir del molde del estereotipo. Naschy está más comedido de lo habitual, aunque sus esfuerzos parecen encaminados a lograr, deliberadamente, una interpretación demasiado plana, moderando los pequeños gestos sin crear demasiada sombra sobre el resto del reparto, lo que también resulta un tanto sospechoso y extraño, si tenemos en cuenta su estatus y posición de “estrella” en la producción, dando una pista de los derroteros que tomará el clímax algo sospechosa.

Durante este periodo de loquísima producción,  Naschy llegó a realizar hasta siete papeles en el año 1972, mostró una increíble versatilidad interpretando a Drácula, un gurú, un diablo, un jorobado, Alaric de Marnac… en definitiva, se mostró como un estudioso de lo macabro verdaderamente serio, el problema es que la cantidad no va ligada a la calidad y dentro de la filmografía de Naschy, Los crímenes de Petiot es, a lo sumo, un bloque de su personal  surtido de tratamientos de figuras monstruosas. Añade lustre a su esfuerzo por construir su imagen de Lugosi o Karloff europeo, pero no deja de ser una película menor, entre lo más anodino de su filmografía.

Marcel Petiot

Si tenemos en cuenta los trabajos en su tándem con José Luis Madrid,  comparando con otras de sus asociaciones habituales, el balance es poco favorable, especialmente en este caso, en la que trabajando sobre una idea bastante jugosa en el papel, resulta muy pobre en términos de ejecución. La ubicación es poco creíble, con escasos y caninos planos de exteriores en Berlín y el resto estirando perezosamente las localizaciones de Madrid. Hay destellos de ideas aprovechables, como la red de túneles debajo de la ciudad, pero no hay una voluntad o inventiva visual, narrativa, para darle mayor dimensión que la de un buen detalle del guion. Como aspecto positivo, el impactante asesinato inicial podría haber sido precedente de la brutalidad con la que se presentan muertes del mismo calibre en las posteriores pesadillas urbanas Maniac (1980), de William Lustig, Nadie está a salvo de Sam (Summer of Sam, 1999), de Spike Lee, o la propia adaptación de los asesinatos del zodiaco de Zodiac (2007), de David Fincher.