Se estrena El cuento de los cuentos, el sorprendente nuevo trabajo de Mateo Garrone que recoge varios cuentos de hadas europeos y los presenta de forma cruda, desnuda, terrible y plenamente fantástica. Un contraste que recuerda a las visiones modernas de Angela Carter y que saca las vergüenzas a las actualizaciones en imagen real de Disney. Hoy recordamos el cuentacuentos, la serie de Jim Henson que acercó cuentos tradicionales a sus raíces encandilando y acojonando a toda una generación.
Un hombre de cabello blanco, gran nariz y orejas élficas se sienta frente al fuego en una habitación entre penumbras. Un perro de ojos muy claros y de nombre “perro” le pregunta insistentemente. Las llamas de la chimenea dan un tono anaranjado y ocre a todo lo que ilumina y el perro pone cara de atención. El hombre continúa su historia. Así comenzaban todos los capítulos de El cuentacuentos, un hombre que parecía salido de un poblado hobbit que daba impresión de albergar una gran sabiduría. Su tono de voz y maneras de británico le conferían cierta simpatía pero ningún a ningún niño se nos escapaba que había algo siniestro él.
Cuando el cuentacuentos cerraba su voz y entonaba ceremonialmente las partes más tenebrosas de sus relatos corrías a encender la luz del salón, aunque afuera todavía no fuera de noche. La hora de la merienda de esas pocas semanas de 1989 era un momento fascinante. Los cuentos te sonaban pero no eran los típicos. Todo era oscuro, sucio y realista, y al mismo tiempo fantástico y emocionante. Eran cuentos puros, sin adulterar ni dulcificar. Con el verdadero sustrato macabro del folklore que los moldeó. Quedabas indefenso. Del creador de los Fragel decían. Y luego, claro, esa noche sin dormir.
Jim Henson tuvo una suerte de madurez profesional algo tremebunda. El que fuera creador de los simpáticos teleñecos o barrio sésamo tuvo una epifanía en la que algo le dijo que a los niños se les debe mostrar cosas más grises. Y durante la segunda mitad de los ochenta estuvo tirando de la cuerda para ver hasta dónde podía llegar. Dentro del Laberinto, Cristal oscuro, Dreamchild…fueron trabajos donde sus marionetas y animatronics llegaban a niveles de realismo fenomenales. Pero al mismo tiempo, los temas alcanzaban nuevas cuotas de profundidad y contenido perverso.
Las historias del cuentacuentos tenían como base historias de folklore europeo, versiones sin pulir de cuentos más conocidos o sencillamente las variaciones e interpretaciones que se hacían de ellos en otras partes del continente. Fueron nueve episodios que apenas llegaban a la media hora. Se rodaban en celuloide y no en vídeo, los efectos de maquillaje y de dirección artística eran auténticas obras de arte. Anthony Mingella (el director de El talento de Mr Ripley o El paciente Inglés) escribió todos los capítulos. Para rematar, el cuentacuentos no era otro que el magnífico John Hurt. Cada cuento parecía una minipelícula cuidada hasta el más mínimo detalle.
Los cuentos en sí recogían el poso trágico del material del que provenían. Solían conservar el mensaje de la moraleja educativa con la que se justificaba la propia existencia de un programa tan oscuro. Así, el primer episodio recogía el cuento alemán del niño erizo abandonado a una vida en un castillo olvidado que daría lugar a la bella y la bestia. Por supuesto, los maquillajes eran prostéticos, y el resultado como en el de este niño erizo rozaban lo pesadillesco.
No quedaban lejos la versión de la cenicienta, mucho más dura y horrible (en vez de un chica pobre, cenicienta es una harapienta criatura llena de plumas). La grotesca versión del Gigante sin corazón. La chica retenida, explotada y maltratada por el ogro de ‘La novia verdadera’. La reinterpretación del tradicional Juan sin miedo, el terrible grifo de ‘El niño con suerte’, la cruel bruja y las metamorfosis en ‘Los tres cuervos’… todos tenían además una paleta de colores apagados y un aspecto neblinoso y telúrico que daba un aire terrorífico a los pasajes con monstruos y criaturas.
‘Una historia corta’ fue uno de los cuentos más recordados por los que la vieron en su emisión tardía de televisión española (la serie se pasó en el año 89, habiéndose producido en el 87). Este episodio narraba el origen del propio cuentacuentos, basándose en una antigua leyenda celta. En ella, un mendigo engaña al cocinero del rey para que le permita hacer un caldo de una piedra, engañándole para poner muchos más ingredientes con los que llena su panza. Cuando le pillan hace un trato con el rey para contarle un cuento cada día del año.
Sin embargo el capítulo que todavía crea pesadillas a los que la vimos en su momento es el del soldado y la muerte. Un antiguo cuento ruso en el que un soldado con un saco mágico consigue atrapar a la propia muerte. El episodio tenía una escena en la que el soldado jugaba a las cartas con pequeños demonios rojos en un castillo abandonado que resultaba bastante indeleble. Está considerado por muchos el mejor episodio de la serie, que está comenzando a tener más y más seguidores. El redescubrimiento y seguimiento de culto de Cristal Oscuro y Dentro del laberinto por las generaciones marcadas por la fantasía de Harry Potter y El señor de los anillos ha resucitado el interés por toda la obra de Henson.
Hubo una tardía nueva temporada de sólo cuatro episodios en los que cambió el equipo y el concepto. El perro encontraba un nuevo dueño, un nuevo cuentacuentos, que le relatará algunos de los mitos griegos más populares. Siempre, claro, con el estilo acostumbrado de Henson. El minotauro, Perseo y la medusa, Ícaro, Orfeo… rodados con cuidado y mimo, incidiendo sin miedo en los momentos terribles de los mismos. Una miniserie que dejó huella en el suspiro en el que se emitió. Los que tuvimos suerte de encontrarla en la televisión no la hemos olvidado, y eso es la garantía de calidad más fiable: cuando la imaginería nunca logra abandonarte, cuando queda impresa en la memoria durante casi treinta años.
Artículo publicado originalmente en Gonzoo