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M. Night Shyamalan: genio estrellado en busca de redención

Está a punto de estrenarse su última película, La visita, una pequeña producción de terror que se apunta al estilo ‘found footage’. Esta vez el director indio se ha dejado abrazar por Blumhouse, la nueva casa reina del terror de bajo presupuesto. Una vuelta al redil tras una larga serie de descalabros que convirtieron su prestigio en ridículo. La historia de un auge y caída libre que se enfrenta a su último examen este fin de semana.

El mundo del cine, como el de muchas otras disciplinas artísticas, es un lugar con poca piedad para los que comienzan a destacar. Como en una clase de instituto en la que el listillo es machacado, los grandes éxitos son mirados con recelo. La envidia crea odios difíciles de lavar. Si logras hacer reválida puedes alcanzar el prestigio con escalera. Hay quien las sube con suficientes simpatías como para mirar por encima a aquellos que le quieren arrancar las ropas y despedazarle en la plaza pública. Pero, ay del que se pone la corona y cae cuando todo el mundo está mirando.

El sexto sentido fue una especie de fenómeno del cine de terror de fin de milenio. Un director que no llegaba a la treintena lograba convencer a crítica y público con una historia de fantasmas que añadía clasicismo y elegancia formal al género, muy tocado en la década de los noventa. En su éxito comercial influyeron varios factores como ese final con truco o el punto de vista infantil, que no eran ni mucho menos novedosos pero que cayeron en buen momento sobre un público algo harto de cuchilladas adolescentes. Shyamalan era una nueva voz en el terror y un talento al que tener en cuenta.

Su siguiente éxito fue sorprendente. En lugar de repetir con fantasmas, planteó una película de superhéroes reales. El protegido, lejos aún del boom Marvel y DC,  se adelantó a Batman al entintar sus viñetas con realidad y elementos de thriller adulto. El protegido daba el “efecto Nolan” a un cómic de superhéroes tan underground como los de Mark Millar, sin pretender ser Alan Moore pero entendiéndolo mejor que la mecánica adaptación de Watchmen. Y aunque ahora no nos acordemos de todo eso, en su momento consiguió conectar con el fandom de tal manera que generó millones y una buena base de todavía fieles defensores.

En su siguiente trabajo, Señales, abrazaba un poco más fuerte la etiqueta de pequeño nuevo Spielberg que le habían empezado a colocar. El ecosistema familiar frente a la invasión extraterrestre, tan Amblin, crecía en la casa cerrada de la noche de los muertos vivientes mientras Hitchcock se paseaba por allí. Una fórmula que prescindía de los finales sorpresa quizá para evitar el encasillamiento al que más tarde regresaría con su siguiente película. El Bosque fue la primera vez en la que su marca personal enseñaba sus debilidades. Su dominio de la tensión flojeaba por un encadenamiento de giros, uno de ellos tan predecible que su primera mitad resultaba estéril.

La recepción más bien fría de El bosque pareció cabrear al indio. Uno de los malos de La joven del agua era un crítico. Y el bueno, el bueno buenísimo a la altura de Jesús de Nazareth, era… el propio director. Es indudable que el pobre perdió el norte, o tomó drogas o se guiñó demasiadas veces el ojo enfrente del espejo antes de gastarse la friolera de 75 millones de dólares en ese sinsentido autocomplaciente y risible que es la joven del agua.

Ignoro lo que Shyamalan quiso hacer con El incidente. No estoy seguro de si pretendía recuperar un episodio de La dimensión desconocida con trasfondo apocalíptico o si en realidad le habían entrado celos de los pases de fans de películas como The room o Troll 2. Puedo decir sin pillarme el dedo que la película es única. Tremenda en sus imágenes apocalípticas y gloriosamente ridícula en todas y cada una de las reacciones de sus personajes. Tal esquizofrenia narrativa permite espacio para las risas y el disfrute de momentazos como el de Mark Walberg tratando de razonar con una planta o cualquiera con esa Zooey Deschanel tan alucinada y ausente que uno se pregunta en que momento de la película se descubre que alguien le había extirpado el lóbulo frontal de pequeña.

Sus siguientes trabajos fueron obras algo menos autocomplacientes, trabajos poco personales, de nuevo manejando amplios presupuestos con la confianza de los grandes estudios. La crítica despedazó The Last Airbender, vagamente entretenida, con muestras de pura incompetencia para este tipo de superproducción de aventura. Repitió ciencia ficción en After Earth, un vehículo para el hijo de Will Smith, que encerrado en la predecibilidad de la película consiguió que todo el mundo le terminara cogiendo más manía de la que el chaval ya se había ganado en otras producciones de papá.

No hay duda de que cualquier otro director con semejante trayectoria habría caído en el olvido. En este caso, quizá por la sonoridad de su nombre, quizá por la huella de sus primeros éxitos, el subconsciente cinéfilo se niega a enterrarlo. Sigue teniendo fervientes defensores a los que no les afectan las carencias de sus nuevos filmes. Usó su sello y su nombre para intentar producir una colección de películas de terror bajo el muy modesto nombre The Night Chronicles y este año hemos visto cómo se resampleaba una vez más en la soporífera miniserie Wayward Pines. Puede que con La visita ha conseguido su primera película sólida en años, aunque para ello haya tenido que volver al redil. A la dimensión terrenal. El cine de miedo, guardería de tantos directores que, tras tratar de caminar por alfombras rojas y acabar estrellados, siempre regresan a los brazos de un género que nunca les suele dar la espalda.