Esta historia de una mujer de mediana edad que se convierte en asesina en serie ha llamado mucho la atención por mostrar una mujer embarazada en un frenesí de sangre y casquería. Su responsable, Alice Lowe, efectivamente, se encontraba encinta durante el rodaje y es su propio estado el que desencadenó, desde el principio, la idea de todo el filme. A sus 37 años, Lowe pensaba que su condición le pesaría en su carrera profesional y justo en ese momento le ofrecieron realizar su primera película, con lo que pensó «debo hacer esto porque me aterroriza estar sin trabajo», comenta la directora a Indiewire. Como prueba de que su embarazo no era un obstáculo en su carrera, aprovechó la oferta y se puso a escribir frenéticamente un guion que acabó en unas pocas semanas. «Canalicé todas mis frustraciones sobre lo que sentía en ese momento y las metí en la película» asegura Lowe.
Ruth (Alice Lowe) es una viuda embarazada de siete meses que considera que el bebé que lleva en su útero se ha convertido en un guía que le indica cómo ha de actuar. Su siguiente misión es convertirse en una asesina que no dudará en deshacerse del que se interponga en la venganza de su marido muerto. El embarazo como lastre, desmitificando la idea romántica de tener niños, ha empezado a tener relevancia en la sociedad en los últimos años. Lowe plantea una negrísima visión del desajuste que provoca en algunas mujeres el proceso de gestación. Con ello, se une al cada vez más sólido movimiento de amplitud de géneros en la dirección de cine de terror. «Creo que todos los grandes directores tienen cine de horror en sus antecedentes, tal vez el hecho de que haya más mujeres que hacen terror es una señal de que va a haber más nombres femeninos emergiendo como directoras mainstream» explica la actriz.
Precisamente, una de las más exitosas de ese pack, Jennifer Kent, trataba de forma subversiva el tema de la maternidad en su The Babadook (2014), también sobre una mujer que recientemente había perdido a su marido. Como Kent, Alice Lowe encuentra un coadyuvante en cine de terror antiguo, y su personaje queda absorbida por el apabullante prólogo onírico y expresionista del noir Crime Without Passion (1934), que parece determinar su frenesí de sangre. En su delirio, escucha la voz del nonato que le incita a matar, igual que en la película francesa Baby Blood (1990) cuyos sacrificios hacían una más alocada, pero mejor metáfora el trauma del embarazo. Prevenge no carece de interés, pero dudo si habría podido mantenerse en pie sin la absorbente personalidad de Lowe frente a la cámara.
The Love Witch
La directora de la escena indie de Los Ángeles Anna Biller ya tenía cierta consideración de cineasta de culto gracias a sus cortometrajes y debut en el cine: una comedia sexual en la que se burlaba de los «nudie cuties» y el cine pre-pornográfico americano. Pero la corriente festivalera ha ido colocando a su The Love Witch como una favorita entre los amantes del cine alternativo al recuperar la fibra de cine de brujas y satanismo, típica de los circuitos ocultos de las salas de arte y ensayo de los años 60 y 70. Su gran diferencia con otros ejercicios de recuperación del estilo vintage post-grindhouse es que, además de su arquitectura visual, ofrece una gran carga de sátira de género; Biller se considera «feminista y sé que las ideas de la película también lo son. Pero mi propósito al crear esta pieza no es hacer un manifiesto sino crear un perfil psicológico que refleje algunas de mis experiencias como mujer». A este respecto, la ideología de la película no deja dudas y plantea un juego de complicidad con el espectador que da una vuelta al cine de Russ Meyer para intelectualizarlo desde la perspectiva de una corriente concreta y actual, siempre bajo un filtro de colores salido de alguna obra de Hitchcock o Jacques Démy, aunque la imaginería también se aprovecha de la iconografía y texturas de rarezas como The Witchmaker (1969), The Naked Witch (1961)o las suicidas propuestas de Kenneth Anger.
La trama sigue a Elaine (Samantha Robinson), una joven y hermosa bruja empeñada en encontrar el amor a base de conjuros y pócimas que le permitan seducir a cualquier hombre, a los que deja enganchados, hasta un límite de locura, antes de matarles. Cuando por fin encuentra al hombre de sus sueños, su deseo se convierte en desesperación y demencia. Biller se revela como una exploradora del cine de explotación, pero su tono estático y lleno de diálogos recuerda a La estación de la bruja (Hungry Wives, 1972) de George A. Romero, cuyo discurso feminista a través del fantástico, tiene mucho más calado cuarenta años después. Algo que no se le escapa a Biller, cuya mirada a las intersecciones de género, sin embargo, no redimen al conjunto de ser bastante irregular. Con sus dos horas de metraje, The Love Witch se hace extremadamente larga. El exceso de material a tratar diluye su esplendor visual en un guion lleno de problemas estructurales, en donde las escenas se suceden de un lado a otro, sin condensarse como un todo coherente. Con todo, es entendible su validación como obra de culto en determinados sectores del público que se identifiquen con sus ironías heteropatriarcales.