‘Suspiria’ (1977): la película de terror más bella del mundo

Hay películas de terror que pueden ser, artísticas, reflexivas y bonitas. Incluso algunas pueden ser apreciadas como obras de arte. Hay muchas, bastantes hoy, que son principalmente recordadas por sus valores estéticos. ¿Qué son los clásicos de la Universal, como La novia de Frankenstein, sino pinturas con movimiento? En medio de la vorágine de este resurgir, conviene no olvidar que la Suspiria de Darío Argento sigue siendo la creación de horror más hermosa jamás perpetrada.
La ópera es un género de música teatral grandilocuente, lleno de pasión y exageración. Su interacción con el espectador se basa en abrumarlo al presentar una obra literaria en su concepción musical más absoluta. Los textos son cantados y acompañados con los tonos agudos máximos a los que el ser humano es capaz de llegar. No es de extrañar que el origen de este género sea italiano. La obsesión por la perfección plástica en las artes de la península es casi una tradición más y algunos de sus directores de cine de género lo llevaban hasta sus últimas consecuencias. Es casi imperdonable no darle todas las medallas al director que manejó la luz y el encuadre de sus obras como si se tratara de una pintura al óleo.

 

Mario Bava, dedicado ferviente al cine de horror durante los sesenta, es definitivamente el cineasta que más obras de arte acumula en su filmografía: La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960) , Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l’assassino, 1964), Operazione Paura (1966) o La Fustra e il Corpo (1963) son cuatro meros ejemplos. Pero en esta ocasión, el discípulo conseguía superar al maestro utilizando todos los trucos bajo la manga y derramando exceso, misterio y creatividad sin aferrarse a ningún límite de la narrativa tradicional, destrozando el concepto del clasicismo. Darío Argento lograba la obra cumbre del horror mediterráneo recogiendo en cada uno de sus fotogramas todos los logros estéticos que el género había alcanzado hasta la fecha en Italia.
 
Durante el rodaje de Rojo oscuro (Profondo Rosso, 1975), Argento conoce a Daria Nicolodi, con la que iniciaría una larga relación en común que dejaría muchas colaboraciones y varios hijos entre los que está Asia Argento. Durante el embarazo de esta, al director se le venía a la cabeza la película de Blancanieves y los 7 enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937) que le daba miedo de pequeño y se le ocurrió que un grupo de niñas indefensas fueran atormentadas por brujas como la dibujada por Disney.

 

Esa semilla fue creciendo junto a su compañera, y aunque en ningún momento lo tuviera planeado de esa forma, Argento comenzó una trilogía tomando vagamente la obra de Thomas De Quincey, en el pasaje Levana y nuestras señoras del dolor de Suspiria de profundis (1945) como base mitológica. En ella se evocaban tres figuras mitológicas, tres “madres” que representan los suspiros, la oscuridad y las lágrimas. Suspiria sería la primera y mejor de las entregas, que no tienen mucha más relación entre sí salvo estas “madres”, casi representaciones puras del mal, una suerte de brujas con cultos y moradas en distintos lugares del mundo.

Hay que resaltar que muchas de las ideas esotéricas y del tono fantástico-onírico provienen del guion de Nicolodi, que a menudo ha sido eclipsada por su exmarido por el paso del tiempo y por omisiones conscientes del director. Cuando la pareja estaba de luna de miel, en un viaje a través de varias ciudades europeas con alguna historia de brujería para inspirarse, algo despertó en la memoria de la actriz. Una vieja historia que había escuchado de pequeña a su abuela, la pianista Yvonne Müller Loeb. Le solía contar que en su juventud tuvo oportunidad de entrar en una academia de música muy prestigiosa pero acabó huyendo cuando se percató que en ella se enseñaba la magia negra. Combinaron ese relato con la idea de las mujeres malvadas de De Quincey y para terminar de cuajarlo incluyó en el libreto sus propias pesadillas, cinceladas con el molde de un cuento de hadas.

 

La concepción se maceró también sobre algunas lecturas como el libro Mine-Haha, or On the Bodily Education of Young Girls (1903), de Frank Wedekind sobre una estricta escuela de gimnasia, baile y música con un régimen rígidamente jerárquico, con las niñas mayores supervisando y enseñando a las más jóvenes, un cuento de hadas que se transforma en una grotesca fábula expresionista psicosexual. También se pueden leer notas de los cultos que aparecen en las historias de H.P. Lovecraft, aunque hay una historia del autor que recuerda a momentos concretos de Suspiria. En Los sueños de la casa de la bruja (The dreams in the Witch House, 1933) un hombre trata de estudiar la morada de una vieja hechicera que escapó de Salem en el año 1692 gracias a su habilidad para traspasar dimensiones mediante el trazado de complicadas líneas y curvas en las paredes. Toda la concepción de la escuela, los diseños, los secretos, los pasillos ocultos, así como las texturas oníricas y las pesadillas se emparentan con este texto.

Aunque Suspiria también cae plenamente en el subgénero de “internados femeninos” del que se ha erigido como su máxima representante. Conviene anotar que Down in a Dark Hall (1975) la novela de Louis Duncan que ha inspirado nueva película de Rodrigo Cortés resume bien los pilares de las películas sobre escuelas femeninas en las que pasan cosas muy extrañas y no todo es lo que parece. No hay que olvidar tampoco que La Residencia (1969) de Chicho Ibáñez Serrador es un misterio gótico que, aunque no tenga elementos fantásticos, es una indiscutible influencia desde aspectos de argumento similares, sino que hay elementos y escenas calcados por el genio italiano.

Aunque el elemento sobrenatural de ocultismo se podía intuir ya en la no tan conocida Escuela satánica para señoritas (Satan School for Girls, 1973), en la que, como su propio nombre destapa, un internado esconde un culto luciferino. El elemento de brujería proviene de una larga tradición del propio subgénero pero el elemento matriarcal y un enigma que esconde un culto en el que las brujas van haciendo desaparecer a los obstáculos de sus planes se pueden rastrear en Las Brujas (The Witches, 1966) de la Hammer. Otras escenas aisladas, como la de la piscina, tienen sus raíces directas en películas concretas, en este caso con La mujer pantera (Cat People, 1940) en la que la piscina genera una sensación de vulnerabilidad gracias a los ángulos de cámara que nos hacen partícipes de la observación externa.Acostumbrado a filmar giallos (películas de misterio y asesino a la italiana), el material sobrenatural del guion parecía un desafío para el italiano.

 

Nadie podría sospechar que, precisamente esa falta de restricciones argumentales, abrirían un arco de posibilidades casi ilimitada para la plasmación del mal en pantalla. El director trabaja con ideas más que con una trama enrevesada, lo cual no significa que la historia sea un sinsentido, pero si que es un factor más secundario en la experiencia audiovisual que propone. Suspiria es un trabajo único en cuanto a atmósfera por su color, su arquitectura y su música. Su paleta de colores histérica, fue trabajada por Argento también según la versión de Blancanieves de Disney, para lo que le pidió a Luciano Tovoli, el director de fotografía, que echara un vistazo al largometraje y este hizo algunas pruebas fotográficas positivando el metraje con el prácticamente extinto sistema Technicolor.

Sus resultados vibrantes fueron ideales para la apariencia distinta que deseaban lograr, llena de colores vivos, también su uso de la oscuridad y las texturas negras aterciopeladas es igualmente importante. La meta era crear un universo propio que nadara entre la irrealidad y el estado mental de los sueños. No puede obviarse en este aspecto, la influencia de Michael Powell y su uso de las texturas vivas de puro color. Desde la reclusión, pulsión sexual reprimida y conflicto femenino dentro de un espacio cerrado de Narciso negro (Black Narcissus, 1947) a las saturadas escenas oníricas y pesadillescas relacionadas con el mundo de la danza de Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948) e incluso Los cuentos de Hoffmann (Tales of Hoffmann, 1951), ambas relacionadas con los cuentos de hadas.


Todo el diseño de producción enlaza la idea de un lugar imposible: Una escuela de danza en Alemania, en medio de la selva negra, con arquitectura demoníaca y colores salvajes. En sus decorados abstractos e pueden rastrear referencias al expresionismo alemán, con las arquitecturas angulosas e irreales de El gabinete del doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920) que se complementan con escaleras y puntos de fuga imposibles, como si fuera un trabajo de Escher, cuyos motivos de peces y pájaros también parecen estar pintados en algunas paredes. Como el trabajo de Robert Wiene, la luz no parece tener una fuente clara.

 

Su estética artificial resultaba de los agresivos juegos de luces, que trataban de crear una impresión dramática en el espectador y, como Suspiria, dar una impresión de diorama fantástico. No tiene sentido lógico. Es lo opuesto a una iluminación naturalista. El contraste de colores rojos, verdes y azules puros corta la oscuridad y despierta lugares ocultos, fondos misteriosos y casi un mundo paralelo dentro de las habitaciones y pasillos de la escuela. Nada parece haber sido puesto o diseñado al azar.


El hecho de que un filme de terror sea tan estilizado conecta con la tradición gótica del género y evita un tipo de horror basado en hacerte saltar con los sustos o impacto gratuito. El verdadero poder de sus imágenes es crear una creciente sensación de incomodidad, no llega a dar miedo puro, pero consigue meterse bajo la piel. Esto no significa que todo sea sugerencia o que el director renuncie a uno de sus puntos fuertes: orquestar las escenas de asesinato como si de una pieza exquisita y macabra se tratara. Los asesinatos lo conectan con el Giallo, pero aquí el misterio es lo sobrenatural, todo es extraño. Incluso ayuda el inusual hecho de que fuera una película de marcados acentos femeninos (todas las protagonistas principales son mujeres) donde el hombre aparece vagamente, y sólo es representado por un ciego, un mudo y un jovencito gay (nuestro maravilloso Miguel Bosé).


La guinda de la tarta la pone la banda sonora. Diseñada por el propio Argento junto al grupo Goblin, sigue un leit motiv casi infantil, una variación monotemática del Tubular Bells de El Exorcista (The Exorcist, 1973). La cascada de sonido está presente en toda la película, pero va creando un muro de sonido que se va repitiendo sobre sí mismo tirando de nuestro cerebro hacia el mundo de las pesadillas donde parecen moverse los protagonistas. El tema principal es un crescendo cacofónico que no es fácil olvidar, y ha sido utilizado, versionado y alterado en infinidad de ocasiones. Un ejemplo, en la banda sonora de Lost River (2014) de Ryan Gosling. que juega al homenaje con la pieza maestra de Argento como los trabajos de Nicolas Winding Refn, en especial The Neon Demon (2016).

 

El legado de la obra de Agento parece estar calando en el imaginario colectivo más de cuatro décadas después de su estreno, ahora que en el cine comercial hay cierto espacio para un cine de terror más intangible, sensorial y surrealista, que se corona con la expectación por una reinterpretación radical del clásico a manos de Luca Guadagnino. Sea más o menos exitosa, la mera existencia de una película compuesta a base de pulsiones, ideas y performance visuales de videoarte protagonizada por grandes estrellas de Hollywood es un triunfo en sí mismo.