
Las personas adoramos ver cosas más grandes que nosotros, la cantidad como elemento modelador de la conciencia hasta llegar a lo sublime. Por ello, quizá no nos planteamos que películas como La monja tratan de apelar a nuestra necesidad más básica. La cantidad, el amontonado de elementos que nos deben gustar para alcanzar la satisfacción. La monja es la montaña del paisaje. Trata de llamar la atención por su obviedad transparente. No engaña. Es una hamburguesa preparada con la carne más sabrosa y llena de grasa, el queso que más se funde y está coronada por pan hecho de donuts. No tiene ningún tipo de medida ni sutilidad, es un plato sin acompañamiento. Su fórmula es fácil. Durante 96 minutos trata de aglutinar la mayor cantidad de set pieces de terror, el mayor número de sustos de sonido también, pero siempre acompañados de dosis de imágenes góticas, decorados llenos de cruces, de apariciones que a cualquier fan del terror le gustarían dibujadas en la portada de una revista de tebeos o arte de terror.
Cadáveres reanimados, alucinaciones, pesadillas, seres monstruosos, poseídos y monjas de todas clases. Con caras huecas, con sacos llenos de sangre en la cabeza, ahorcadas, de ojos blancos, de ojos negros, en forma de espectro… no hay límite. En realidad el título se le queda muy corto por la razón de que Valak, el demonio que toma la forma de la monja es solo el maestro en la sombra de todas las apariciones y sueños que conforman la película, por lo que si algo bueno tiene La monja es que no es un slasher con la susodicha encargándose de la gente del convento, sino que aparece en contadas ocasiones, dejando que sus esbirros malignos acaten sus engaños. Todo es un constante desarrollo de imaginería sacada de cine de terror clásico con un nuevo aspecto gracias a la nitidez de su fotografía azulada y húmeda. Es más importante el dónde que el qué.

Conviene afrontar su visionado sin prejuicios ni esperar que la historia sea un vibrante misterio elaborado a partir de apariciones infernales. La trama, el intento de argumento del guion es tan fino que se pierde en el conglomerado de escenas sin conexión entre ellas. La pantomima del misterio no es más que un mcguffin, el interés real es componer un museo de los horrores por el mero hecho de hacerlo, algo que sin duda decepciona, puesto que había unos buenos mimbres para componer un filme con cierta entidad, pero en su lugar tenemos un desvarío sin límites, personajes que no siguen ninguna lógica, acciones estúpidas y decisiones que no aguantan dos por qués.
La buena noticia es que no le hace falta. El espectáculo que propone Hardy tiene más que ver con un auténtico caserón del terror de parque de atracciones, con una escape room siniestra llena de ataúdes, momias y señores con sotana y maquillaje que tratan de asustarte. Puede ser un signo de decadencia de la franquicia haber descuidado así los guiones, pero el desbarajuste es tan histérico que crea su propia narrativa de sueño febril. En cada nuevo despertar los personajes se percatan de que lo que acaba de ocurrir no es lo que acaba de ocurrir. Un todo vale en el que acaban completamente perdidos, sin saber dónde era el principio, cuándo llega el final o por qué no se han marchado corriendo.
Muchas de las situaciones empiezan a tornarse ridículas, pero cuando uno cree que La monja se toma en serio a sí misma, empieza un despiporre de posesas, aventura de humor infantiloide y algunos gags que no se toman en serio ni las reliquias con las que están trabajando. En uno de los momentos más delirantes, cuando un personaje descubre que tienen un poco de la sangre de cristo, dice “holy shit!” a lo que el padre responde “The Holiest” mirando con delectación el artefacto. Es en ese momento en el que queda más claro que la concepción total tiene mucho más cachondeo del esperado y la operación se mueve hacia el producto decididamente trash, y perfectamente disfrutable, por mucho que un presupuesto holgado y un gran aparato de propaganda detrás debiera suponer un nivel de autoexigencia que fuera más allá. Pero esto es lo que hay, y de cualquier otra manera igual teníamos algo mucho más solemne y académico, pero no mucho mejor, por lo que saber perdonar ciertos clichés puede abrir la puerta a una experiencia plagada de todo lo que nos atrae en el género del terror.



Es difícil eludir un título como “El otro infierno” de Bruno Mattei cuando tiene, de primeras, el mismo planteamiento. Un cura visita un convento en el que ha habido una muerte extraña de una monja y además están sucediendo sucesos inexplicables. Pronto se desvelan los distintos poltergeist religiosos ocultos por aquí y allá: estigmas, monjas posesas, locura, catacumbas con ritos infernales, cadáveres… Algunos de los puntos en contacto directo de este catálogo de perversiones católicas son los sudarios manchados de sangre, o que en vez de cruces colgando del techo hay muñecos colgados, pero también tenemos monjas sin cara, y una resurrección dentro de los ataúdes que no es sino una reformulación de gran presupuesto. Pero si en algo coincide con el espíritu de su director y el guionista Claudio Fragrasso es su espíritu anárquico, sin ningún decoro a la hora de hilvanar las situaciones con más valores de producción y espectáculo monstruoso. Y además, el póster español tenía una monja con una serpiente, dos referentes unidos entre sí en los poderes de Valak.
The Name of the Rose (1986)

Citado como referencia directa del director, hay algo del tono lúgubre de esta historia detectivesca medieval. El emplazamiento frío, pedregoso y con parte de la naturaleza tratando de reconquistar el edificio son similares tanto en exteriores como en interior. Los cadáveres encontrados de forma grotesca también son rodados con delectación escabrosa, y la presencia del demonio, aunque aquí es una superstición, se consigue hacer patente en la atmósfera. No hay que olvidar que la pareja de protagonistas son un fraile detective y su aprendiz, lo que vuelve a hacer acto de presencia en esta en forma de monja novicia que es elegida para investigar gracias a sus talentos de clarividencia.
Madre Juana de los Ángeles (1967)

Basada en el caso real del convento de Loundon, este precedente polaco a The Devils (1971) de Ken Russell también comienza con un sacerdote católico que quiere exorcizar a las monjas del convento de dicha zona, supuestamente poseídas por distintos demonios, y encabezadas por su superiora, conocida como Madre Juana de los ángeles. Con más conexiones con el drama, esta influente película tenía algunas estampas para el recuerdo, como las monjas posesas tiradas en el suelo, imitado tanto en Dark Waters (1993) como en alguna de las imágenes de La Monja.
Black Narcissus (1947)
Otra referencia clave en la mayoría del género de conventos malditos y nunsploitations. Corin Hardy afirma haberse inspirado bastante en ella, y aunque no tienen mucho que ver en lo puramente fantástico, sí que dibuja un convento como un lugar salido de un cuento de hadas. Lleno de brumas, en lo alto de una montaña, se puede respirar su atmósfera opresiva y es escenario de una escena final de “posesión” a recordar. El plano que más se le parece, por supuesto, es el las monjas en lo alto del campanario, replicado tal cual en la escena del suicidio inicial.La Chiesa (1989)

Partiendo de que el propio póster de la película toma prestada la catedral en plano cenital del afiche italiano para dar la sensación ominosa de lugar maldito, La chiesa es un reflejo recurrente en la película de Corin Hardy. Cada vez más referenciada y reconocida, esta especie de secuela libre de Demons (1984) propone una catedral como vórtice del mal y lugar que autoperpetúa rituales profanos y blasfemos en honor de satanás. Con una progresiva enajenación alucinógena, Michele Soavi desparramaba efectos diabólicos por doquier, estableciendo una atmósfera maléfica irrepetible en la que las escenas surrealistas se suceden sin más hilo que la belleza. Sin embargo, el verdadero punto en común con esta es su prólogo, con templarios y una lucha sangrienta encima del sello que permite mantener controladas las puertas del infierno y los demonios, claro. Ese mismo flashback también recuerda a los fragmentos que Ossorio dedicaba a los orígenes de sus muertos sin ojos.
The Crucifixion (2017)
Esta reciente oferta de terror religioso europea del año pasado no fue muy bien recibida a pesar de que en su desarrollo alberga algunas imágenes de impacto bastante intensas. Hay que mentarla puesto que en La monja, el emplazamiento del convento en Rumanía y el hecho de que haya una extraña muerte de una monja no es otro que el caso real de una monja que murió mientras se le realizaba un exorcismo. Además de ese detalle, hay iconografía que coincide, como esa habitación llena de cruces suspendidas, en vez de estar clavadas en la pared. Lucio Fulci

La obra de Fulci no es extraña en el universo Conjuring. Ya en la segunda parte había una escena de espiritismo clavada en atmósfera y timing a Paura nella città dei morti viventi (1980) pero además de basar a Valak en el clérigo malvado de aquella, en su película como protagonista la cinta del director italiano se convierte en inspiración recurrente.

Desde la monja ahorcada, como el cura maléfico de aquella, a la escena del entierro prematuro, con la misma secuencia de intentar llegar al ataúd con pico y pala y la herramienta rozando la cara del encerrado.

Goza del mismo sinsentido de pura conectividad entre escenas de impacto, también nos recuerda a L’aldilà (1981) con sus ciegos y videntes de ojos lavados a los que aquí se recurre en momentos de trance médium.
Tales from the Crypt: Demon Knight (1995)

Uno de los detalles más pulp de La monja es el uso de una reliquia con la sangre de Jesucristo como único arma posible para mandar a Valak de nuevo al infierno. Esta arma fantástica y delirante ya aparecía casi de la misma guisa en la primera de las tres películas que se desarrollaron tras el éxito de Tales from the Crypt en televisión. En aquella, la sangre de cristo servía para sellar puertas e impedir a los demonios que cruzaran por ellas.
Drácula de Hammer y de Coppola

Si algo caracteriza a La monja es su voluntad por tratar de ser lo más clásica posible dentro de las coordenadas que le permite su condición de espectáculo de sustos de volumen y saltos. Su punto de partida es todo un homenaje a las películas de Drácula de Terence Fisher, con su castillo apartado del pueblo, sus aldeanos temerosos, sus advertencias y su viaje en carromato para llegar al castillo.

A niveles puramente estéticos, sin embargo, parece querer acercarse a la versión del mito vampírico realizada por Coppola en 1992. En particular, una de sus escenas más fascinante es el recorrido de la monja hasta un espejo a través de la pared y en forma de sombra, una reformulación directa del homenaje expresionista a Nosferatu de la cinta de los 90.
The Exorcist III (1990)

Toda la saga de El exorcista es una referencia constante en el universo Conjuring, pero en esta es casi un canon. No solo el sacerdote protagonista lleva un sombrero similar sino que tiene un pequeño trauma por el niño que no consiguió salvar, algo que tiene su raíz en la segunda parte de la saga, pero que el guionista parece haber fotocopiado de la serie basada en la película, en la que el protagonista carga en sus espaldas con la culpa de la muerte de un niño al que no pudo ayudar.

Pero si tira de alguna de la saga es de la tercera parte. No solo el uso de crucifijos que se invierten, exorcistas volando por los aires, o iglesias anegadas por vientos misteriosos en el interior, también la estatua sagrada decapitada, con el mismo zoom hacia ella o el susto del pasillo del hospital, recreado aquí sin mucha ambición por darle alguna vuelta de tuerca.
Dark Waters (1993)

Una de las películas de conventos malditos más interesantes y hermosas que se hicieron en Italia en los 90, probablemente una de las últimas grandes de su género gótico. Elementos comunes que hemos visto en otros conventos, un asesinato, la visita externa y los rituales, son aquí un pequeño aperitivo para su trama lovecraftiana. Regada con iconografía católica de todo tipo, sorprende que también una monja decida suicidarse cayéndose para evitar un mal mayor, las catacumbas pedregosas y húmedas, las galerías de roca llenas de iluminación telúrica y otra ración de monjas en el suelo en forma de cruz.

La madre superiora, que recibe a los protagonistas en ambas películas es también una anciana creepy, aunque en el caso de La monja tenga también algo de parecido con los atuendos de las vampiresas de las películas de hombres lobo de Naschy.
Serpent and the Rainbow (1988)

Alucinaciones, droga y enterramientos en vida. El vudú puede ser terrorífico y Wes Craven exprimió todas las posibilidades fantásticas que le brindó la representación gráfica de los viajes del protagonista. Uno de los más recordados es como el cadáver de una prometida escupía una grotesca serpiente para atacar. En la película de Corin Hardy, Valak tiene esa capacidad y la ejemplifica tanto en el propio demonio como en el caso del recuerdo del niño.
Desecration (1999)

En esta pequeña producción independiente, el director Dante Tomaselli trataba de recuperar para el cine de terror aquellas producciones más oníricas, extrañas y descendientes de la escuela italiana. Monjas sobrenaturales y diabólicas con poderes de levitación y presentadas en pequeños clips de videoarte amateur pero de efecto gótico inmediato. Una de las obsesiones de Tomaselli son las pinturas católicas corruptas, y entre ellas, imágenes cambiantes de monjas que recuerdan al cuadro de The Conjuring 2, de dónde sale Valak.
Horror Hotel (1960)

A Nightmare on Elm Street saga
Recordar que la madre de Freddy Krueger era una monja de un hospital mental violada por todos los reclusos no es el punto a valorar en este momento. A pesar de ser una figura benévola, la madre de Freddy se aparece por la saga a modo de espectro que alecciona y contiene a su hijo, y en algunos momentos la iconografía gótica que la acompaña es tan intensa que podría entrar en el catálogo de inspiraciones para decorar el convento, pero lo que llama la atención en la película de Corin Hardy es que la monja diabólica, que apenas ataca personalmente, ha desarrollado un tejido de sueños y pesadillas, alucinaciones de las que no es fácil escapar, y a veces los personajes no consiguen salir hasta no despertar, un modus operandi idéntico al de Freddy, lo que se acompaña por una lógica similar, pero sin la necesidad de ser un slasher.












