
Había muchas ganas de ver cómo se podía actualizar una sitcom de los 90 enraizada en la nostalgia de muchos adolescentes ya talluditos en una serie de televisión de terror juvenil para la generación Z. El resultado ha sido el esperado para Netflix, que ha conseguido que su versión oscura, cargada de mala baba empoderante y guiños para el fan del cine de terror más resabiado, cale en el timeline de las redes y la gente devore la serie capítulo tras capítulo de una sentada. Aunque el cambio de una serie a otra es suficientemente radical—no faltan monstruos, atmósfera oscura y sangre—nunca llega a ser tan perturbadora como el cómic en el que se basa y a veces acusa demasiado una necesidad de contentar al target postadolescente al que se debe, cayendo en dinámicas circulares que crean previsibilidad de fórmula en algunos episodios. Sin embargo, mejora cuando consigue concentrar un microcosmos en un mismo episodio, con el espíritu de “monstruo de la semana” de Buffy, y muestras como Dreams in a Witch House son espectaculares minipelículas de terror.


Aunque el efecto escalofriante no llegue a estar a la altura de las historia en sus mangas, esta adaptación al anime de Junji Ito ha conseguido mantener el estilo del trazo del autor de terror japonés, separándose del dibujo poco personal de una gran cantidad de series de animación del país nipón. Un detalle importante, puesto que es en la concepción visual de su arte reside mucha parte del efecto perturbador de sus historias de body horror surrealista. Aunque la selección de estos doce episodios que recogen historias cortas del autor de Uzumaki ha estado lejos de ser adecuada, un trabajo menor de Ito supone una diferencia de calidad enorme frente al resto de propuestas de terror animado. Sus creaciones mantienen ese halo de creepypasta con lógica de pesadilla en el que el terror nace a partir de obsesiones que acaban somatizándose en enfermedades irreales, criaturas de pesadilla o cuerpos que se retuercen y alargan sin una explicación racional. Ito es el horror por el horror y no necesita explicación y por ello ver sus historias en movimiento y a todo color es una oportunidad que no nos merecemos.


Ridley Scott produjo esta adaptación de la novela del mismo título de Dan Simmons que tiene mucho del tono áspero de sus pesadillas espaciales y ha resultado ser una mezcla perfecta de terror adulto y sofisticado, a fuego lento y sin exabruptos, que solapa el clasicismo de sus referentes literarios con la perspectiva de ejemplos modernos en el hielo como The Thing (1982) o The Last Winter (2006). Lo primero que le viene a uno a la cabeza al ver la serie es que se ha buscado hacer un Master and Commander (2003) con monstruo, pero lo cierto es que hay muchas raíces literarias de las que bebe, desde el diario de bitácora del Demeter, el capítulo de Drácula (1897) de Bram Stoker dedicado a la desaparición de los pasajeros del barco en el que viaja el vampiro, The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket (1838) de Edgar Allan Poe a In the Mountains of Madness (1936) de H.P. Lovecraft.


Nick Antosca lo ha vuelto a hacer. La tercera temporada no baja a guardia y propone algo diferente pero coherente con el espíritu de la serie: oscuro, inquietante y lleno de intriga. Pero esta vez nos invita a un viaje que cambia lo meramente creepy por el terror destilado más puro. El concepto de Channel Zero es muy sólido, pero con Butcher’s Block parece haber llegado a un punto de maduración óptimo. Las dos anteriores se pegaban razonablemente a sus orígenes creepypasta, pero en esta ocasión se desvía significativamente de su inspiración Search and Rescue, de Kerry Hammond para abrazar las texturas y mitología urbana del mundo descrito en el relato de Clive Barker The Forbidden (1987), entre el culto esotérico y el temor real en una comunidad en profunda decadencia y abandono. La lógica pura no existe en esta serie, sigue teniendo suficientes elementos inconexos entre sí que desorientan y crean un estado de sueño febril plagado de imágenes tremendamente espeluznantes y llenas de esa sensación de lo inesperado que te hacen gritar ¿Qué-es-eso-y-por-qué?.
(2018)

Mórbida, turbia, y más oscura que el fondo de una ciénaga. Sharp Objects tiene el envoltorio de drama criminal pero dentro tiene un fantasmagórico Southern Gothic clásico lleno de traumas inquietantes y horror psicológico puro, con ecos de leyendas urbanas—esa hipnótica mirada a la figura de la dama blanca— imaginería macabra en los detalles de los asesinatos y una estructura de vuelta al pueblo que recuerda a IT (1986) de Stephen King— una característica de la madre de uno de los niños de aquella parece el punto de partida de esta—. Su estructura de psycho-thriller rural se va enriqueciendo con la descripción de sus personajes principales, algunos monstruos humanos de película de Robert Aldrich. Sus dos episodios finales se adentran de lleno en el género y da lugar a una resolución que acaba en shock subcutáneo y estomagante. La narración es puramente visual y va dejando pistas a base de un montaje silencioso que va dejando ideas y recuerdos sueltos tal y como nuestras neuronas nos presentan imágenes como golpes. El papel de Amy Adams es sobrio, creíble y conmovedor, pero quien brilla es Patricia Clarkson, que consigue transmitir escalofríos con solo una mirada acompañada de su voz frágil. Los detalles más cotidianos esconden información importante, desde el color de las paredes de la casa a las cicatrices con palabras que esconden mucha información que nunca se nos explica. Si alguien te comenta que no es una serie de terror, tan sólo ponle los últimos 15 minutos.

Nunca debes subestimar las vías por las que puede llegar una de las muestras más transversales, extrañas y memorables que ha dado el género del terror televisivo en años. La nueva miniserie de Adult Swim es una especie de comedia negra, ultracaústica, llena de absurdo y mal rollo que utiliza la imaginería del género de terror para elaborar pequeños manifiestos en forma de videoarte animado con figuras de látex, muy al estilo claymation. Como si dejaras suelto a Bill Pymton dentro de un cuadro de Dalí con la misma caja de herramientas que los momentos más inquietantes de Channel Zero, lo que guarda cada pequeño episodio de 10 minutos de The Shivering Truth es inexplicable, ininteligible y salvaje. Las líneas argumentales fluyen de una a otra con una lógica de pesadilla o de razonamiento infantil con la imaginación turbia a pleno rendimiento. Cuerpos que se metamorfosean, carcasas humanas llenas de insectos, pezones que se convierten en extremidades, cerebros de empleados de trabajo basura que sirven de habitáculo para extrañas criaturas, iglesias formadas a partir de tumores, hombres que mueren y cambian de cabeza cada 5 segundos… es como si alguien hubiera repartido LSD caducado en las oficinas de Robot Chicken. Nihilista, deprimente, espeluznante y divertido como darles de comer chili a los condenados del infierno, los límites creativos del horror llevados a pura obra de arte entre filosófica y de mal gusto. No has visto nada igual.

El primero de los spin offs de la genial What We Do in The Shadows (2014) es una miniserie de menos de diez episodios con casos paranormales investigados por una pareja de policías locales de Wellington. Al estilo de Ghosted (2017) o, sobre todo, Death Valley (2011), se utilizan los casos relativos al terror como cierta parodia, pero sobre todo como un contraste con el costumbrismo del oficio de policía local. El toque Waititi se nota en el humor absurdo de los personajes, sacados de su imaginario de personas corrientes con reacciones tan espontáneas y naturales que resultan entrañables a la vez que hilarantes. Un tipo de humor muy particular y sutil que la convierten en una de las mejores comedias de terror de los últimos tiempos
Constantine: City of Demons (2018)
Aunque ha sido condensada en una película e duración estándar, esta miniserie animada es lo más cerca que ha estado el medio en adaptar como Nergal manda las aventuras de los cómics de Hellblazer. Aunque aún no han captado el tono del todo, para ser una serie de animación DC no se cortan en algunos elementos para adultos y hay escenas, como la orgía de condenados, basada en imágenes del Bosco y la divina comedia, que la convierten en uno de los productos mainstream más subversivos del año.
The Alienist (2018)
Netflix ha estrenado esta adaptación literaria a la que se le había prestado mucha atención debido a estar asociada al nombre de Cary Fukunaga durante su preproducción. Pese a pasar a otras manos, se hizo un silencio generalizado poco explicable dado el nivel de producción que tiene. Un procedural victoriano lleno de atmósfera de cine de asesinos y un diseño de producción barroco y estilizado que juega al póker con los exabruptos gore y violentos Hay que darle tres episodios para que coja calor.
Folklore (2018)
Una pequeña guía de campo de distintas facetas actuales del terror asiático producidas con bastante buena producción por HBO. Seis episodios que recorren la mitología local de Indonesia, Japón, Corea, Malasia, Singapur y Tailandia. Con directores como Joko Anwar repasando historias ancestrales de cada uno de los países, hay, como en la mayoría de antologías, episodios mejores y episodios peores y aunque la balanza se incline por lo segundo los que son buenos, como esa especie de Under the Shadow (2015) indonesia con hombre del saco de A Mother’s Love la hacen digna de la mención.
Diablero (2018)
La serie sobre un cazador de demonios errante que tocaba este año no es tan extraordinaria como The Exorcist (2016-2017) pero hay que reconocer que su inmersión en la cultura de barrio de México y su actitud macarrónica y chueta le dan un regusto a tequila que la convierte en el tebeo de Vértigo que nunca se le ocurrió hacer a nadie, probablemente por falta de contacto con la cultura urbana del país. Es mejorable en sus niveles de producción, pero está llena de acción y mala baba. Una pequeña sorpresa.
Mejor episodio: Dead Line – Inside number 9
Aunque esta serie antológica transcurre por distintos géneros que bordean la comedia negra, cuando le toca el terror logra estar a la altura de las mejores del año. Y ese es el caso del episodio especial de Halloween de 2018. Heredando la naturaleza metafílmica de Ghostwacth (1992), Dead Line se presentó como un episodio en directo que dejó a los espectadores con la boca abierta. Una clase magistral de cómo integrar el formato televisivo a la realidad de su consumo y, además media hora más escalofriante de toda la televisión del año.










