El debut de Can Evrenol es una experiencia de horror sin tamizar que maneja a la perfección sus referentes occidentales para ofrecer una historia de folklore turco de texturas infernales y oníricas que justifican su tendencia al gore rozando el torture porn.
El terror turco vive una especie de resurrección de nuevo milenio que está pasando demasiado desapercibida en el contexto del género a nivel mundial. Películas como Siccin (2014), o las sagas surgidas de Dabbe (2006) o Musallat (2007) no son obras redondas, o bien terminadas, pero han creado un caldo de cultivo sobre el que se están construyendo mejores ejemplos de ese cine como Magi (2016) y la que nos ocupa, que no tiene demasiado que ver con el resto. Frente a los temas habituales de posesiones, demonios y Djinns, Baskin propone una experiencia, no desencaminada hacia lo espiritual, pero definitivamente muy por delante del resto de sus compatriotas.
Es normal que un artefacto de horror “duro” como este divida al público, puede que su poco refinada tendencia hacia lo repulsivo seduzca a los aficionados las sesiones de medianoche más gamberras, y por la misma razón, se deteste en los fueros en los que se rechace lo excesivo. En realidad, el equilibrio entre lo atmosférico y el terror físico se acaba inclinando ligeramente hacia este último, peca de excesivamente grotesco y sangriento en determinados momentos de su metraje, pero la diferencia entre esta y un Hostel (2005) al uso es que, en cierta medida, la carnicería tiene un sentido.
En los mejores instantes de este debut, Can Evrenol logra capturar una pesadilla febril que se desliza en lo más profundo de la psique a base de desconcertar a su protagonista principal y al espectador en una secuencia de momentos inexplicables, conexiones oníricas y mensajes crípticos asociados a señales de trascendecia más allá de lo terrenal, como esa lluvia de ranas con significados simbólico de destrucción que se nos escapa a los que no bebemos de la misma cultura, pero que podemos asociar a presagios y tonos atmosféricos que añaden a la densa atmósfera maligna.
Lo más parecido en esta década a esa sensación de condena y presencia del mal en su estado más puro es la imprescindible Lords of Salem (2012), con la que Baskin conecta en su nutrida cesta de referencias. La película turca canaliza el terror italiano de Argento (esas iluminaciones suspiriescas) y el aspecto surrealista del Fulci más interdimensional para mezclarlo con el salvajismo de pesadilla de Clive Barker, llevado a un terreno oriental que resulta tan exótico como original. Un vástago salido de una retorcida y creativa mente perversa, con un sentido estético de lo horrible capaz de conectar con los amantes del terror con la mente más abierta.
Este es uno de los casos, no tanto experimentales o crípticos nivel David Lynch, en los que la historia no es tanto lo que importa como la desorientación momentánea, disuelta en cada fotograma entre ansiedad minuto a minuto. El argumento es sencillo, un escuadrón de policías bastante alfa que cacarean sus encuentros sexuales y charlan de fútbol hasta que reciben una llamada de auxilio de otra unidad. Toda la película, los diálogos y hechos de ese tercio de la película son cuñas del devenir de los hechos al estilo de la tremenda Jigoku (1960). Cuando la patrulla afronta su misión la realidad se exfolia en capas de lógica incoherente, comienza una auténtica bajada a los infiernos cuya naturaleza circular consigue que todas las piezas encajen, y cuando acaba la película, tienes la sensación de que había algo más que espectáculo de tortura y mutilación.
Pudiera achacarse un exceso de estilo en detrimento del cierre de cabos de algunos personajes que nunca llegan a cerrarse del todo, pero que resulta muy eficaz para conseguir una pregnancia de lo que uno acaba de ver. Baskin es toda una experiencia, si estás dispuesto a abandonar la lógica en la puerta y abrazar su locura. Es una de esas muestras raras, fascinantes, que ofrece el género cada mucho tiempo. Extraña, exótica, salvaje y realmente escalofriante. Un sueño infernal que no está destinado a la discusión en circuitos indies como It Follows (2014), pero que muestra un pequeño pedazo de lo pudiera ser el horror absoluto.