‘Don’t Breathe’ (2016) review

Don't Breathe

Tras su potente debut tras las cámaras en el remake de ‘Evil Dead’, Fede Álvarez aprueba con nota la reválida con un reciclaje maestro de clásicos vistos mil veces. La receta de tensión constante y giros encadenados mantiene con las uñas clavadas al asiento durante sus noventa minutos.

En Sola en la Oscuridad (Wait Until Dark, 1967), una mujer ciega sufría el ataque de tres criminales que asaltaban su casa. La premisa de No respires es la misma, tan sólo cambiando un pequeño detalle: aquí la víctima no es una delicada y estilosa Audrey Hepburn, sino un soldado retirado, entrenado y con un aspecto que recuerda a los poseídos de El más allá (L’aldilà, 1981) de Lucio Fulci. Y es que si en algo se diferencia la película del director uruguayo de otros thrillers del mismo corte, es su abrazo a los modos y formas del cine de terror más puro, convirtiendo, por ejemplo, el ejercicio en suspense de la interesante Hush (2016), en una pesadilla opresiva, violenta y que no hace prisioneros.

El diseño de producción alberga una cualidad intrínsecamente gótica, con esos planos de un barrio residencial casi abandonado, un paraje fantasmal, un territorio de cine de casas encantadas en el amanecer de un nuevo milenio arrasado por las consecuencias de una crisis que ha transformado los cálidos parajes familiares de la América opulenta en reductos marginales, devorados por las malas hierbas y la soledad. Y es en este territorio de pesadilla en dónde Álvarez esconde su monstruo, un dinosaurio del pasado mostrado con las mismas aristas trágicas que una criatura de Frankenstein despechada y letal. El uso de una fotografía en colores fríos y la tétrica y excelente banda sonora de Roque Baños, consigue una atmósfera de horror validada por las concesiones a la estética de salvajismo heredada por Tobe Hooper y el espíritu torture porn de la década pasada.

Y es que, llegado el momento, el filme se reboza en motivos de serie B, con alguna vuelta de tuerca algo ramplona e increíble que parece más bien salida de algún ejercicio trash de Eli Roth. Y aunque no desmerece el resultado, sí que predispone al espectador a un tipo de juego en el que las reglas son algo más maleables de lo planteado en un primer momento, un trueque con el espectador en el que la inverosimilitud se transforma en diversión. Quizá el punto más flojo del film es su cuestionable decisión de utilizar un prólogo que muestra lo que ha pasado para luego “rebobinar”, el devenir de los acontecimientos sólo demuestra que dicho inicio es gratuito y contraproducente.

 No respires tiene unos cuantos momentos extraídos de otras películas, desde el momento El mundo perdido (The Lost World, 2001) al status quo tipo Cujo (1983) hay un gran espacio para dejar correr al deja vu, pero el pulso narrativo del director y su puesta en escena subvierten el recuerdo en un producto nuevo, que hace un uso muy inteligente de la planificación y la geografía de los espacios en los que transcurre la acción. Da igual si, en el fondo, es casi un remake de El sótano del miedo (The People Under the Stairs, 1991) de Wes Craven, todo funciona con precisión, técnica y la pasión propia de un director con el hambre de quien quiere demostrar que tiene algo que decir en el género. Y lo ha conseguido.