
La adaptación española
de Down a Dark Hall de Lois Duncan es una competente traslación de los mimbres
que hacen de la novela Young adult una tendencia de éxito hasta estos días. Sin
caer en las dinámicas del cine de terror más actual, Rodrigo Cortés hace su versión
el mismo, con un poso anacrónico y respetuoso con las inquietudes universales
del adolescente. Pese a algunos aspectos mejorables, su misterio engancha y
acaba ofreciendo una clonclusión lo suficientemente disparatada como para
atraer a los fans del gótico europeo más febril.
Nota: 65
La nueva película de Rodrigo Cortés no es una entrada
ortodoxa en el cuerpo de su filmografía. Una adaptación de una novela juvenil
de los años setenta es, a priori, desconcertante viniendo de quien ha firmado
thrillers mucho más cerebrales y con un habitual gusto por cierta densidad
temática relacionada con el engañoso contorno de lo aparente. Es en ese punto
en dónde Blackwood (Down a Dark Hall) alberga mayores convergencias con
sus habituales inquietudes. Es evidente desde un primer momento que el director
no ha querido llevar el texto a su terreno, ajustándose a un estilo definido de
cine adolescente de terror sin apenas exabruptos fuera de la historia. Un gesto
de artesano y narrador de corte clasicista, hasta tal punto que el conjunto
parece realizado en otra época, con cierta ingenuidad fresca hacia el género
que nos hace pensar en las primeras muestras de cine de terror más allá de las
interminables copias de Scream (1996) de la segunda mitad de
los 90.
Precisamente Lois Duncan, la autora de la novela, también es
responsable del texto que inspiró Sé lo que hicisteis el último verano
(I Know What you Did Last Summer, 1997) y el de Secuestrando a la señorita Tingle
(Teaching Mrs. Tingle, 1999), aunque esta fuera una adaptación apócrifa de su Killing
Mr. Griffin (1978). Precisamente, el culpable de esa ola de
adaptaciones era el hombre que inició la mecha, Wes Craven, quien curiosamente
ya había adaptado a Duncan el mismo en la rescatable Las dos caras de Julia
(Summer of Fear, 1978). Sin embargo, la visión de Cortés se acerca más a otras
muestras más reposadas y curiosas de la transición hacia un horror más
sobrenatural con toques europeos del mismo planteamiento adolescente, como
fueron Deep in the Woods (Promenons-nous dans les bois, 2000) o El
bosque Maldito (The Woods, 2006) que se basaba mucho en Suspiria
(1977), pero con posibles elementos prestados de la novela de Duncan, como la
tendencia pirómana de la niña protagonista o el momento concreto en el que
llama a su madre, casi calcado en Blackwood.

La pertenencia de esta adaptación a ese subgénero de
señoritas en internados con secretos le da un cariz atemporal que engancha con
aspiraciones góticas más alejadas del susto barato, (aunque haya un par de esos),
y más en el misterio que esconde un edificio semiabandonado lleno de estrictas
profesoras. Tanto es así que la misma novela de Duncan pudo servir de
inspiración para Argento, aunque la principal referencia para todas ellas siga
siendo la extraordinaria La Residencia (1970), con la que,
además de compartir patria, hay detalles en común como el hijo de la directora,
enamorado de la joven protagonista. También de las escuelas de Argento hay
detalles, pero incluso alguno más de Phenomena (1985) y su joven prodigio
que de las madres maléficas. Mirando hacia ellas y menos al terror de tipo Wan,
Blackwood se posiciona como una
aportación sencilla y sin demasiadas pretensiones, quizá carente de cierta
ambición en el desarrollo de un misterio bastante claro desde el inicio, y en
cierta forma algo confuso en su resolución.
Hay algunas asperezas técnicas que denotan que el
presupuesto no es tan holgado como pudieran hacer parecer las imágenes
promocionales, detalles de rácord, las demasiado oscuras escenas nocturnas o
algunos efectos concretos, pero el mayor punto de ruptura es el de la
interpretación de algunos actores, especialmente la que suponemos, tiene más
experiencia en el reparto. Uma Thurman, la antagonista de Kit, compone a un
personaje histriónico, con un acento impostado que es difícil de creer, pero su
imponente presencia y su locura final hace que, en cierta forma, su sobreactuación
acabe en una divertida caricatura tan pasada de vueltas como siniestra. Además,
la cámara de Cortés no es ajena a su mirada intensa y se crea un curioso juego
de espejos con los de AnnaSophia Robb,
que recordamos fue la convenientemente odiosa Veruca Salt de Tim Burton.

Las revelaciones de Kit y sus compañeras, entre las que
destaca una genial Victoria Moroles,
proponen una pequeña reflexión sobre la creación, el proceso de inspiración y
el talento como elemento venenoso. Esto amplía las posibilidades de la aventura
de terror adolescente hasta llegar a extremos sorprendentemente macabros, nada
complacientes dentro de un estilo que tiende al piloto automático. Cortés no nos
priva de las consecuencias del devenir del método que aprenden las muchachas y aunque
nunca se sale del raíl de la calificación PG-13, es el estado mental que se
presenta lo que resulta perturbador. Una vez se descubren los secretos de la
institución, aparece el delirio y los tímidos viajes surrealistas de Kit se
convierten en un tren de la bruja alocado y delirante, trufado de imaginería
gótica que nos hacen pensar en una vertiente más antigua y europea del cine de
terror. Su recta final es una auténtica danza macabra con ecos a La
Horrible Noche Del Baile De Los Muertos (Nella Stretta Morsa Del Ragno,,
1971) y, como si una pieza italiana de la época se tratara, decide abandonar a
lógica o las explicaciones para entregarse a una resolución algo cursi pero honesta.

Es interesante comprobar cómo la fidelidad al texto de
Duncan se traduce en una obra válida para la década de los 2010, tan
alienígena, eso sí, a las tendencias actuales del terror que casi juega en su
contra su contención y falta de pretensiones más allá de contar la historia con
solidez. Pese a ser una anomalía curiosa en el conjunto industrial presente, es
una adición positiva al mundo de una de las pioneras del horror Young Adult literario, y calza
perfectamente en su estilo universal, no tan dirigido a fans fatales del cine
de terror, sino para los interesados ocasionales y noveles. Esta desubicación
de público objetivo puede desconcertar a los que vayan esperando otra rutinaria
muestra de slasher aséptico al estilo
de las últimas trastadas de Blumhouse, pero aunque no llegue a todo lo que
pudiera dar de sí su plantamiento , es casi necesaria para demostrar que pueden
plantearse productos teen con más sustancia que las pobres consecuciones de
muertes sin plasma de naderías como Verdad o reto (Truth or Dare, 2018)
o 7
Deseos (Wish Upon, 2017).
Jorge Loser