Border (2018) review: realismo mágico monstruoso sueco


La primera gran sorpresa del año es una imprescindible y sorprendente
heredera de las grandes películas de monstruos trágicos con ecos de Browning a
Cronenberg dentro de la matriz del folklore nórdico. Narrada de forma insólita,
su mirada a lo diferente consigue ser ambivalente y hermosa, sórdida y
delicada, un emocionante viaje al autodescubrimiento que desafía convenciones y
clasificaciones
.

Nota: 80

Hace diez años, la adaptación de Låt den rätte komma in (2004),
que conocemos como Déjame entrar, revolucionó el festival de Sitges y dio una
sacudida al cine de vampiros poco antes de que las adaptaciones de la saga Twilight
lo prostituyera al convencionalismo teen
más hortera y epistólico. Hoy tenemos una nueva adaptación del autor sueco John Ajvide Lindqvist, pero las circunstancias
no acompañan el estreno de la misma forma que la película de Thomas Alfredson y la resonancia de una
historia de amor con monstruos en forma de drama ya no nos resulta
sorprendente. Sin embargo, Border es
igual de reveladora, e incluso más efectiva que aquella en hacer creíble el
planteamiento puramente fantástico que propone.

Hay un haz de ADN compartido con la cinta de vampiros en su
descripción introspectiva de lo asombroso que las emparenta no solo por el
punto de vista, sino por su coalición de lo bello y lo terrible hasta las
últimas consecuencias. Ambas narran una historia de amor diferente, pero Déjame entrar contrastaba el núcleo de
la historia sobrenatural con una representación del bullying como trasfondo contextual que desplaza a su protagonista
humano de la “normalidad”. Es ese factor lo que le acerca al ser monstruoso, el
vampiro asexuado, como atracción entre lo marginal. En Border no hay más elementos que la deformidad física y el aislamiento
social asociado como tejido conectivo de lo diferente, y plantea, de nuevo, una
historia romántica que va más allá del estudio de lo marginal y utiliza la
catarsis del autodescubrimento como verdadero motor narrativo.


La película de Ali Abbasi tiene un ritmo apagado, que deja
espacio para observar de cerca mientras los protagonistas respiran, pero
siempre está en movimiento, siempre interesa y avanza gracias al conflicto de
Tina, una agente de aduanas, aparentemente distinta a todos, que tiene una
serie de características sorprendentes, que la alejan de todas las personas que
conoce. Entre ellas, un olfato prodigioso que puede captar los estados de ánimo
de las personas, desde el miedo a la vergüenza. También está especialmente
conectada con la naturaleza y determinados animales, y es en esa manera de
relacionarse con su entorno en donde encontrará las pistas para descubrir más
sobre sí misma.

La aparición de un hombre que su olfato no puede decodificar
le llevará a una senda romántica inesperada que le enseñará muchas cosas sobre
su pasado al mismo tiempo que el espectador va aceptando orgánicamente las
sorprendentes revelaciones que se van sucediendo sin pausa. Naturalmente, está sugerido
que hay algo que conecta el extraño físico de Tina con lo fantástico, por lo
que el espectador sospecha muchas más cosas que la propia mujer, pero disfruta
del viaje junto a ella, ya que sus descubrimientos son a su vez liberación, y
ruptura con las convenciones que le han ido oprimiendo durante su vida. Hay una
subtrama de investigación de casos de pedofilia muy turbia que transcurre en
paralelo, pero el corazón del relato es el viaje a la exploración personal, no
tanto la historia de amor que se desarrolla al mismo tiempo, sino lo que
conlleva para ella misma. Quizá lo único que se le puede achacar a Border es que pierde parte de su encanto
cuando trata de unir dos tramas que en principio parecen satélites del núcleo
de la historia y lo hace de forma un tanto forzada.


Sin embargo, en ese tramo el que más interés suscitará entre
los fans del horror, ya que el giro oscuro que va tomando se enriquece de las
leyendas del folklore nórdico más fascinante, con algunos momentos que podría
haber firmado el Cronenberg más atrevido. Si The Shape of Water idealizaba
—y estilizaba— el amor monstruoso y lo llevaba al terreno del cuento de hadas, Border hace exactamente lo contrario,
llevando a los protagonistas de fábula al terreno de la realidad, mediante la
descripción cruda, sucia y hasta escatológica de la relación, pero en ambas casos
con las mismas intenciones; dibujar una preciosa oda a lo diferente que conecta
con los clásicos del género que se ocupaban más de desmenuzar el carácter
trágico del monstruo como ser ambivalente, empatizando con su drama y mostrando
el horror que crean de forma ambigua. De Frankenstein (1931) a Freaks
(1932), el arquetipo original del cine de terror es transferido aquí a las formas
del drama intimista contado de forma insólita, pero en el fondo en la misma categoría.

Pero donde realmente conquista es en su naturalidad para
sacar belleza de lo extraño, en su narración sin prisas permite que los planos
hablen por sí mismo dejando un aura lírica que no se encarga de restregar a la
cara del espectador. En su retrato de lo marginal deja apuntes que hablan de la
actualidad sin exponerlo en la pizarra, desafiando las convenciones de lo
aprendido con detalles de fantástico que llegan a hacernos replantear ideas
incluso contiguas a los axiomas LGTBI de manera que insinúan cintas como Pieles
(2016) pero que no soñarían con hacer de forma tan elegante y natural. Border es todo un viaje, inclasificable,
sobrecogedor, bello, repugnante, extraño, tierno, sorprendente, rico y transgresor.
Una cinta de fantástico heredera del horror clásico que se postula como una
experiencia única, que de haber sido estrenada en Sitges, a final de año o en
Netflix podría haber agitado las redes pero parece que será relegada a los paladares
más curiosos por las rarezas exquisitas, algo que no afecta para ser la primera
candidata seria de 2019 a entrar en el top de lo mejor del año.

Jorge Loser