Channel Zero – The Dream Door (2018) review: un patinazo casi inevitable


La cuarta temporada de la mejor serie de terror de los últimos tiempos ofrece
imaginería bizarra y momentos de violencia imborrables, pero en su camino hacia
la representación de lo íntimo a través de lo grotesco pierde el norte y hace
perder el interés a lo largo de sus episodios progresivamente fuera de tono y
sin dirección. Sin duda el peor arco de la antología.

Nota: 55

Abres tu marca de crema de cacao favorita y de pronto te das
cuenta de que no sabe igual. Lees la etiqueta y aparece en letras grandes “¡Nueva
fórmula!”. Y sabes que será difícil volver a recuperar aquel sabor que la hizo
tu favorita. Esa sensación es la que provoca la cuarta temporada de Channel
Zero
. Es una pena, porque su estatus de serie reina de las
producciones  de terror para televisión
queda un tanto enfangado con una temporada que muestra los puntos débiles más
criticados de las anteriores y los deja desnudos, listos para que los que no
tuvieran mucha devoción por la creación de Nick Antosca puedan, esta vez, justificar
más fácilmente sus reservas con el estilo de la producción.

Puede que la parte más importante del bajón de calidad que
han experimentado los nuevos episodios es la tremenda bomba de horror cósmico,
nueva carne e introspección sobre la enfermedad mental a través del
canibalismo y la leyenda urbana que propuso Channel Zero: Butcher’s Block.
Lo cierto es que aquella servía como prueba tangible de que en la serie puede
ocurrir cualquier cosa. Fue un cambio de tono importante frente a las más
fantasmagóricas primeras dos temporadas y se movió hacia el surrealismo, el
gore y lo lovecraftiano. Pero al mismo tiempo llevó la libertad de la serie
hacia una fina línea en la que lo ridículo y lo enigmático caminaba siempre en
un equilibrio que funcionaba y dejaba la impresión de que había una serie de
decisiones creativas controlando el invento.


En The Dream Door se
intentan nuevas propuestas y se quiere mover por algunas rutas que vimos en la
anterior temporada, pero acaba cruzando la sutil línea de la parodia y lo
grotesco, para olvidar el poder de lo atmosférico, centrándose mucho en la habitual
proyección de problemas a través de la creación de túneles psicológicos que
llevan a la somatización de la rabia y los sentimientos en forma de creaciones
de terror. El gran problema es que aquí esas proyecciones son demasiado obvias,
incluso trilladas, y se destapan las cartas demasiado pronto, de una forma que
pretende ser desmitificadora de sus propia mitología dando una de cal y otra de
arena constantemente. El guion trata de dar la vuelta a la propuesta inicial
hasta convertir los episodios en una caricatura de lo que hicieron que sintiéramos
terror en la serie en un primer momento, sustituyéndolo, prácticamente por
violencia y efectos sangrientos.

El núcleo de la temporada trata los problemas de pareja, a
modo de una exploración de un matrimonio tocado por elementos externos y se
centra en la manera en la que una mujer (Maria Sten) lidia con su frustración
cuando los traumas de su pasado comienzan a materializarse. La premisa, que
podría contarse de la manera en la que empieza el creepypasta (una extraña
puerta aparece en el sótano) toma una deriva que nada tiene que ver con la
historia de Charlotte Bywater ni con los compases iniciales con tropos de casa
encantada. Durante los primeros episodios parece que tenemos una historia de
hombre del saco, de monstruo primo de slenderman que aparece en los dibujos de
los niños a los que se le aparece. Y hay que reconocer que las apariciones del
payaso contorsionista, a pesar de ser derivativo de cierta imaginería vista en Butcher’s Block, funcionan tan bien como
los buenos momentos de representación de pesadillas infantiles en la serie, en
la onda del niño de los dientes de Candle Cove.


El problema es que una vez se descubre el qué y el cómo, las
creaciones de horror no solo no vuelven a dar miedo, sino que
resultan, en ocasiones, excesivas y caricaturescas. La trama toma un giro casi,
es difícil explicarlo, de cine de superhéroes muy oscuro, resultando una suma
de variaciones del cine de David Cronenberg, especialmente Scanners (1918) y The
Brood
(1979). Aunque a priori eso suene bien,  la ejecución de E. L. Katz está lejos de los
estándares de la serie. El director de la sobreinflada en su momento Cheap
Thrills
(2013) recurre a un lenguaje explícito, escalando hasta un
paroxismo que acaba por dinamitar el poco poder evocador que tiene el primer
tramo de la serie.

El guion tampoco consigue cauterizar las fugas y resulta
caprichoso más que sorprendente. No acaba de suturar los conflictos de los
personajes, da vueltas y regresa a los mismos lugares y demuestra, en sus dos
episodios finales, que el punto de inicio de los protagonistas era incluso un poco
tramposo. Se percibe demasiado fácilmente que no se ha pensado el arco entero,y deja la sensación de una suma de momentos que apetecía rodar, con otros que
tienen más que ver con la historia. Un ejemplo es la decepcionante aparición de
Barbara Crampton, demasiado concisa y desaprovechada y que llegando al final deja
preguntas como por qué existe esa línea argumental en primer lugar. Un episodio
final, por cierto, que se mueve en ocasiones en un desafortunado tono de
comedia que no acaba de cuajar.

No es fácil aceptar que The
Dream Door
sea con mucha diferencia la peor temporada de Channel Zero, pero en el fondo no es una
sorpresa. Es casi imposible mantener el nivel que tenía temporada a temporada y
pese a que hay elementos rescatables, muchos puntos concretos interesantes y
una violencia exagerada inusual en el cine de terror, hay que aceptar que una
serie que se la juega con propuestas bizarras y arriesgadas puede no dar en el
clavo. En cierta forma, de eso se trata y, aunque no pueda comulgar esta vez con
el tono imposible y los dislates que ofrece Nick Antosca, sigue siendo
encomiable que amplíe el espectro de lo macabro y explore las posibilidades de
la metáfora de lo introspectivo, incluso filosófico, a través del horror; al
final nos está ofreciendo un producto libre, pero solo las creaciones de un
autor verdadero pueden también flirtear con el desastre.

Jorge Loser