Claves y tradición de terror de ‘Midsommar’, más allá de ‘The Wicker Man’ para millenials


Tras el éxito de
Hereditary, la película de terror más esperada del año, con permiso de It:
Chapter 2,  es el nuevo trabajo de Ari
Aster, aunque los admiradores de su opera prima no deben esperar algo parecido.
En Midsommar, el director ha planteado miedos a plena luz del día, todo lo
opuesto a la oscuridad de la anterior y plantea su filme como un exponente
escandinavo del género folk horror. Repasamos la película y la analizamos desde
sus códigos y secretos, referentes culturales e influencias cinematográficas.

Aunque los casi 80 millones de dólares que recaudó Hereditary
(2018) al final de su recorrido no sean comparables con lo que consigue de
media una producción baratita de Blumhouse, el fenómeno que supuso el debut de
Ari Aster dentro del cine de terror aún colea. Entre todo el ruido de la
división radical en la opinión, tanto de público como entre los propios
críticos, creó una brecha que sigue dando de qué hablar y genera calurosas
discusiones en las redes sobre si es la mejor película de terror de lo que
llevamos de década o solo otro bluff
indie. Y en estas, el director reaparece en medio de la bronca y propone una
nueva aventura de horror con A24, solo un año después de su ópera prima, que
seguro encenderá nuevos debates entre escépticos, conversos y fans de la
anterior decepcionados con su nueva obra.

En realidad, Midsommar funciona como el reverso
luminoso de Hereditary. Pulsa una
serie de teclas similares, pese a que el elemento sobrenatural o de misterio
está prácticamente ausente. Sus códigos visuales son parecidos pero inversos y
aunque su desarrollo transcurra de forma diferente, y no llegue a ser tan
redonda, acaba en un punto simétrico con el de su anterior película, como
veremos más adelante. El tono es más de terror tradicional de lo que piensa el
director, pero también se puede ver como comedia macabra cuando se deja llevar
por la ironía del choque cultural. También puede considerarse un viaje
psicodélico al corazón de la ansiedad y el duelo, concebido de alguna manera
como una especie de fábula ritual enajenada. Sus dos horas y media proponen festín
inabarcable de horror bucólico y pastoral, y dentro caben desde la comedia gore
salvaje de Tobe Hooper hasta Sergei Parajanov. En los siguientes bloques vamos
a diseccionar sus raíces en el cine de terror y otros géneros para profundizar
en las intenciones de Ari Aster. Por supuesto, puede contener SPOILERS


El Midsummer y
cultura escandinava

Lo primero que llama la atención de Midsommar es que toma como base una fiesta real, que se mantiene
desde cientos de años y se sigue celebrando como un festival de verano en muchas
partes del mundo, pero particularmente en Escandinavia, en donde la llegada del
verano se celebra con las fiestas del solsticio. Primero fue una fiesta pagana,
pero con el tiempo se reconvirtió en la fiesta de San Juan Bautista, que, por
ejemplo, es la que celebramos en España con hogueras a modo de celebración de
su nacimiento, aunque sigue manteniendo su significado original por las
fechas en las que se celebra. El baile en la hoguera es una variación del poste,
una tradición sobre fertilidad que podemos ver incluso en la película Frozen
(2013) de Disney.


Si bien los festivales de verano son una parte real de la
tradición, la historia gira en torno a un culto pagano llamado Hårga, un
misterioso grupo de suecos que, pese a tener plena conexión y comunicación con
el mundo actual, viven de la tierra y siguen ceremonias y rituales muy extraños,
ancestrales. Aster se inspiró en fuentes bastante inusuales para construir las
prácticas religiosas de Hårga. Todo su mundo está meticulosamente diseñado; desde
los dormitorios empapelados con historias, las prendas blancas a los símbolos.
Para ello investigó con el diseñador de producción de Estocolmo Henrik Svensson
y crearon una biblia de 100 páginas sobre el universo estético que luego
filmarían en Hungría, incluyendo elementos de la cultura tradicional sueca, desde
comidas y rezos desde hace cientos de años. De ahí la recolección de flores y
el baile, con detalles siniestros como el propio nombre de Hårga, basado en una
historia popular sueca sobre un grupo de jóvenes que bailan en la fiesta hasta
que mueren. También, para los elementos de terror, Aster investigó sobre torturas
Vikingas, de ahí esa extraña muerte ritual final con los pulmones al aire,
basado en el infame Águila de sangre, que puede sonarles a los aficionados a la
serie Vikings (2013-)


Sin embargo para su investigación, Aster también examinó el
folclore británico y alemán, inspirándose en fuentes literarias como The
Golden Bough: A Study in Comparative Religion
de James George Frazer,
publicado por primera vez en 1890. En el libro, Frazer, un conocido antropólogo
escocés, examina los paralelismos entre los ritos de magia y religión dando una
fuente inagotable de ideas sobre prácticas precristianas al equipo. Por otra
parte, se documentó en la obra el filósofo austríaco Rudolf Steiner, quien
fundó la antroposofía, una filosofía que fomenta el desarrollo espiritual.


Fruto de estos estudios, Aster y Svensson desarrollaron el
código de símbolos del culto, basado en verdaderas runas antiguas que presagian
ciertos giros en la historia. Algunas incluso se usan de manera bastante literal.
Sin entrar a decodificar todas ellas, por ejemplo, Dani lleva una especie de Raidho,
que podría significar el dolor del duelo y el renacimiento. En otra escena, por
ejemplo, Christian (Jack Reynor) recibe una camisa blanca con una runa Tiwaz (que
parece una flecha hacia arriba). El símbolo lleva el nombre del dios nórdico
Týr, que sacrifica su mano al lobo Fenrir por el bien mayor. Considerando el
giro final, con Christian siendo el objeto de sacrificio físico durante la
ceremonia final en llamas, la runa tiene mucho sentido.


El cine de terror
mochilero

Cualquier debate del género al que pertenece Midsommar, opine lo que opine la
crítica, el público o el propio Ari Aster, queda reseteado en cuanto miramos la
película desde la perspectiva de su estructura. Si analizamos los últimos
veinte años del cine de terror, con cierta aproximación al producto juvenil, o
universitario, no es difícil encontrar patrones delineados en la propuesta
argumental. Un puñado de estudiantes en viaje al extranjero que se ven
envueltos en una situación de peligro. En este caso tenemos a una pareja, Dani
(Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), cuya relación está a punto de
desmoronarse. Tras unos hechos traumáticos, Dani se une a Christian y a sus
amigos en un viaje a un festival de verano en una remota aldea sueca. Lo
clásico, unas soleadas vacaciones sin preocupaciones dan un giro siniestro
cuando los aldeanos insulares les invitan a participar en las extrañas
actividades del festival, que van convirtiendo un paraíso idílico en un
escenario cada vez más desconcertante y progresivamente inquietante.


No hay que irse muy lejos para encontrar paralelismos en Midsommer
(2003), una película de terror danesa sobre un grupo de chicos que se van al
bosque a celebrar el solsticio a su manera, en cuanto acaban las clases. La
película deriva más a película de bosques encantados, pero recoge el mismo
punto de partida. Ah, el protagonista se llama Christian y su hermana se
suicida al principio de la película, como la de Dani en la cinta de Aster. Conocería
un remake dirigido por Daniel Myrick, experto en terrores mochileros con su Blair
Witch Project
(1999). Pero en realidad, Midsommar podría haber sido alguna de las películas aparecidas a
rebufo de Hostel (2005), como Turistas (2006) o The
Ruins
(2008)—que también sucedía a pleno sol—, solo que más centrada en
la densidad de los problemas de los personajes y un preciosismo estético muy
trabajado y minucioso.


Tobe Hooper y el
terror a pleno sol.

Muy relacionado con la tradición de grupos de jovenzuelos
que van al monte a pasarlo bien y salen escaldados está la obra del americano
Tobe Hooper, quien, pese a tener muchas más obras de interés que Texas Chainsaw Massacre (1974), es la
que más influencia ha tenido en el género a posteriori. Y aquí, no solo Ari Aster
lleva a sus personajes a un lugar apartado para luego ser despachados uno a
uno, sino que se plantea como una comedia macabra, en la que el elemento que
provoca terror no es necesariamente terrorífico o malvado, sino por la cotidianeidad
de costumbres bárbaras fuera de su tiempo. Si unos matarifes caníbales llevan
su día a día con normalidad, en este poblado son cultivados tradicionalistas
paganos, pero el efecto de humor cáustico tiene la misma raíz, coronado además
por algunos detalles como la monstruosidad deforme de uno de los familiares— un
tropo que también cultivó en The Funhouse (1981)—, la taxidermia
humana y el momento de la ejecución con martillo. Uno de los momentos más
impactantes de la cinta de Hooper se recrea aquí también con un hombre desnudo,
con máscara de piel humana y martillazo, que deja a la víctima con el mismo
tembleque cruel.


Otro de los hallazgos de Texas
Chainsaw Massacre
que comparte Midsommar
es su apuesta por el terror a pleno sol. Pese a que parte de aquella tenía
partes nocturnas (también la de Aster) las texturas más recordadas e
influyentes son las bañadas por la luz de la que no se puede escapar. Evitando
cualquier construcción de horrores escondidos en la sombra, eliminando el
comodín de la baraja de lo que no podemos ver, Aster sustituye los recodos
tenebrosos por la exposición pura de los peligros. Desde la muestra de rituales
grotescos y salvajes aceptados por toda una comunidad a la narración paralela
en segundo plano, en la que podemos ir siguiendo extraños bailes, música y
conexiones entre personajes, se va construyendo una sensación siniestra de
peligro constante. En este aspecto se emparenta con la muy comentada The
Wicker Man
(1973) y entra dentro de una tradición de extranjeros
envueltos en lugares desconocidos a pleno sol que va desde Children of the Corn (1984) y su folk horror de gótico americano, Cannibal Holocaust (1980)
y otros pseudo mondos, ¿Quién puede matar a un niño? (1976)
o la misma The Hill Have Eyes (1977) de Wes Craven hasta la también
idílica Picnic at Hanging Rock (1975) o incluso Apocalypto (2006). Pero quizá la película que más
se está olvidando de este lote es la demencial 2000 Maniacs (1964), en la que un pueblo entero de la américa
profunda celebra sus fiestas con barbaridades gore— aquí lanzan una piedra
desde lo alto en vez de lanzarse una persona a la roca— con un sentido del
humor, pese a su caricatura, no muy distinto del que usa Midsommar, para
perjuicio de un grupo de incautos. Y como postre, es imprescindible mencionar The
Lottery
(1969), una variación folk horror basada en el relato de
Shirley Jackson en el que un pueblo aparentemente normal celebra un sorteo en
el que el agraciado muere apedreado por el resto, para volver a sus vidas
normales el resto de año.


El reverso luminoso
de Hereditary

La luz del día puede parecer una elección estética casual,
pero en Midsommar se explica de forma
más coherente cuando se sitúa como la cara b de Hereditary, la anterior película del director.  A falta de saber por dónde irá su carrera tras
su siguiente película—una comedia excéntrica— el terror no aparece en el horizonte
cercano de su trabajo, por lo que sus dos primeros films se arropan entre sí
como dos caras del género, un reflejo especular de iluminación invertida que
tratan temas similares y dejan clara la iconografía de lo macabro que maneja
Aster. Puede que el mayor problema de esta película es no poder sobreponerse al
efecto sorpresa, especialmente cuando explora muchos de los hallazgos de la
anterior, casi a modo de apéndice. Son muchos los puntos en común de sus temas
y formas. Una progresiva inmersión en el mundo de un culto con extraños
rituales, pese a adorar a distintos ídolos. Ambos con tendencia al desnudo por
deporte y buscando a un rey particular. Si en Herediary el elegido era
un huésped masculino para Paimon, aquí es la reina de mayo. Ambos sufren un
proceso de trauma por el duelo de la muerte y ambos son coronados hacia el
final de la película bajo una música ceremoniosa alejada del horror.


Pero además del paralelismo argumental, hay rasgos del
estilo de Aster al contar la historia que se confirman como claves del autor. Como
Hereditary, Midsommar está llena de señales, detalles y líneas de guion que van
dejando entrever lo que va a pasar. Si en su debut el primer plano era la
cabaña en la que iba a acabar todo, aquí se nos muestra un mural con viñetas
que explican toda la película, incluida la muerte de los padres de Dani en el
prólogo.


Hay muchos usos de las pinturas como elemento de aviso, de
irreversibilidad del destino. Por ejemplo, ya vemos un cuadro de un oso con una
niña, otro quemándose, que preceden el final que les espera. Tienen un poco la
misma función que la caja de muñecas en Hereditary. El fuego era también lo que
quema al marido de aquella, pero aquí no es tanto traumático como catárquico,
formando parte de ritos que van desde la cremación de cadáveres a la ejecución
por uso de fuego. Otras señales que va dejando el director para los
revisionados son algunos diálogos como la conversación entre los protagonistas
sobre a cuantas suecas van a dejar embarazadas, que al final es exactamente lo
que buscan de Christian. También en otro momento se refieren que hay un rito
que es despellejar al idiota, y al final el personaje más desagradable (Will
Poutier) acaba sirviendo de piel para las caretas de los monigotes del final. Por
otra parte, está llena de significados ocultos en las runas, con el significado
de viaje en el de Dani o el de experiencia en las mayores.


Como Hereditary, todo el destino de los protagonistas
pertenece a un plan mayor. Si en aquella era la abuela la que manejaba todo
desde la tumba, en esta tiene mucho de plan de Pelle, incluso se habla de que
el suicidio tiene cosas extrañas, como una corona de flores amarillas similares
a las que lleva Dani después, en el papel de la pared. Se teoriza con que  incluso Pelle puede estar detrás de esas
muertes para forzar a Dani al festival. Hay una constante insistencia del
personaje de lo importante de que Dani haya ido. Como Peter en Hereditary, hay muchas señales de que
ella es la elegida, la que debe estar en el final. Una de las claves es su
cumpleaños, que coincide con el inicio del festival. La edad, entre los 20 y 30
pertenece a la segunda estación de la vida según el culto. Que siendo la
primera la primavera sería el verano. Por lo demás, Midsommar está llena de recursos estilísticos que dialogan con
Hereditary, como el simbolismo de los triángulos, con ese plano del interior de
las casetas del sacrificio final. Las efigies de su interior, con gente
disecada como la cabeza de la niña encima de la escultura, y, en general, una
especial fijación por las cabezas decapitadas y machadas.


Shakespeare, Polanski
y el sueño de una semana de verano

En las sucesivas entrevistas que ha ido haciendo el director
Ari Aster ha puesto sobre la mesa el nombre de Shakespeare a través de Roman
Polanski, pero no hay muchas referencias a la obra del británico que mejor
recoge el lado fantástico del evento que se celebra. El propio nombre original del
sueño de una noche de verano indica que todo transcurre durante el solsticio y
Aster recoge de alguna manera el espíritu de la obra, sobre todo, de su
adaptación en blanco y negro. A Midsummer’s Night Dream (1935) es
una versión canónica de Shakespeare que revela detalles compartidos con Midsommar, como la visualización de las
hadas de blanco, la celebración de la llegada del verano e incluso detalles de
la trama, como que dentro de esa festividad hay un juego de parejas y enredos
en el que las pócimas de amor tienen un papel fundamental. Otros detalles
visuales como el baile alrededor del poste y los círculos forman parte de la
tradición que refleja la película. La conexión con el terror pagano de Blood
of Satan’s Claw
(1971) otro precedente del subgénero al que pertenece
el film de Aster, tiene detalles como las coronas de ramas.


Otro referente no muy comentado cuando se habla de Folk
Horror es la versión de Macbeth (1971) de Roman Polanski. La
obra de Shakespeare se considera uno de los pilares literarios del subgénero
por cómo conecta a la historia el misterio de los bosques, lo sobrenatural y la
superstición, y cómo los personajes están conectados a ellos. De hecho, el film
de Polanski podría pasar por uno de Tigon de la época y tiene más importancia
posterior que la a menudo mencionada Witchfinder General (1968). Aster no
es ajeno a este precedente y como ya hiciera en Hereditary, pliega su rodilla ante el trabajo del polaco, esta vez
tomando solo algunas notas de sus escenas oníricas —ineludible el momento
espejos—y el encuentro del rey con las brujas, una estampa goyesca que ya
estaba abocetada en la anterior y que aquí se refleja de nuevo en la escena de
sexo frente a un montón de mujeres sin ropa. Polanski también sirve de inspiración
de su Tess (1979) y su paleta de colores a la luz del día, su
tratamiento de los paisajes dorados llenos de flores —la primera escena podría estar
dentro de Midsommar— y la forma en la que captura el ambiente pastoral.


Los hombres de mimbre
y el Folk horror

Entre las películas que se pueden rastrear en el origen de Midsommar están las llamadas terror de
folklore, o terror rural pagano, lo que venimos conociendo desde hace unos años
como Folk Horror. Una escurridiza
etiqueta con la que res está redefiniendo el terror de sectas, de cultos y
brujería pero que en realidad tiene una aplicación muy concreta al territorio
británico y europeo. Por ello, si bien The Wicker Man (1973) es el gran
referente, propuestas como este viaje al corazón de las tinieblas de Suecia
hecho en Estados Unidos chirría un poco en la teoría, aunque por sus
características argumentales y estéticas no elude la definición. Danzas,
paisajes hermosos y quema final tiene todos los rasgos en paralelo.


Lo sorprendente es que, dentro del lore tracional de
rituales paganos con sacrificios y otras prácticas chocantes, en Midsommar se disipa choque cultural de
cristianismo frente a antiguos cultos por lo que el resultado tiene un eco más
cercano a la parodia del propio género, algo que ya hizo el propio Robin Hardy
en su secuela, The Wicker Tree (2010) cuyas similitudes conceptuales con película
de Aster son más intensas que la propia original.


Y el mismo caso concreto es
el del remake de Neil Labute que, mientras no dejaba claro el nivel de humor voluntario
o involuntario que albergaba, Aster parece demasiado cómplice del fenómeno meme
de Cage con disfraz de oso —sí, tiene una simbología específica en la cultura
nórdica, ok— y lo replica de forma un tanto torpe, emplazando el disfraz de oso
en el momento final, que rompe la línea de equilibrio entre el horror y la
parodia y acaba en una nota demasiado burlesca como para no justificar una
actitud demasiado cortoplacista y autoconsciente el autor.


El Mago de Oz para
pervertidos y Alicia en el país de las ayahuascas

En las poco reservadas entrevistas a Ari Aster, acostumbra a
definir sus películas de formas estrambóticas y en algunos medios ha afirmado
que Midsommar es en parte una
película de folk horror, para los amigos de Pelle, y un cuento de hadas para
adultos desde la perspectiva de Dani. En sus palabras “mi versión de Alicia en el país de las maravillas o El Mago de Oz para
pervertidos”
. Y no lo dice sin motivos, ambas películas, en sus versiones más
clásicas tienen varias conexiones con la forma en la que Dani—no olvidemos su
reticencia al sexo, que la emparentan con las heroínas virginales de la
fantasía victoriana— va adentrándose en ese mundo. Si la cinta de animación de Disney
ha ido aceptándose con el tiempo como un film psicodélico, la presencia de
alucinógenos en el festival tendrá una consecuencia directa. Primero con un “cómeme”
de hongos que llevan a Dani hacia el inicio de su viaje, después con el “bébeme”
que le lleva a percibir el emplazamiento como un lugar en el que, como en la
obra de Disney, tiene momentos sangrientos— sospechosa pintura roja de flores
en la versión Disney— las flores se mueven como si tuvieran boca y la reina no
corta cabezas pero sí las machaca.


Con El Mago de Oz
son, si cabe, más conscientes los paralelismos. Empezando por su prólogo en
Estados Unidos, nevado, oscuro y apagado, en contraste con el soleado, florido
y saturado mundo europeo. Una separación de tonalidades consiente que se
refleja en el prólogo en blanco y negro de Kansas de The Wizard of Oz (1939).
Dani, como Dorothy es una huérfana que llega a un mundo fantástico con cuatro
acompañantes. Dorothy también tenía visiones extrañas con sus conocidos
trasnformándose en otros personajes al igual que Dani ve a su familia muerta,
pero en ambos casos las protagonistas femeninas llegan a una nueva tierra de
oportunidades de colores y floreadas. Además de caminos de flores amarillas, hay
un pequeño detalle que también parece deliberado. En el apartamento de Pelle hay
figuras de espantapájaros y una foto enmarcada de lo que parece el personaje de
Ray Bolger en la película de 1939, un detalle que cobra sentido cuando los
amigos acaban taxidermizados, con la piel de sus caras con relleno sobre
muñecotes, como el hombre de trapo y paja.


La fantasía soviética

Cuenta el crítico y escritor Jesús Palacios, que Quentin
Tarantino suele aplicar un truco en sus entrevistas cuando debe explicar cuáles
son sus referencias y películas claramente homenajeadas. Expone un par de
filmes cuyo parecido es obvio y se deja otros en la manga por si las moscas. En
el caso de Ari Aster parece cumplirse bastante a la perfección y con The Wicker Man y otro buen montón que
han sido referenciados hace una maniobra de ilusionismo que deja otros filmes
clave en el fondo. Aster parece un apasionado por la fantasía soviética y la estética
de Midsommar tiene sus raíces bien prendadas en ella. Entre los títulos que ha
citado él mismo se encuentran Trudno byt bogom (2013), la nueva
versión de Qué difícil es ser un Dios,
y el biopic Sayat Nova (1968) sí que ha sido referenciado directamente, y
efectivamente, Aster parece fascinado con el estatismo pictórico de esa y otras
cintas de Sergei Parajanov. Desde la inusual forma de algunos gorros a los
vestuarios, uso de la simetría y el diseño de producción, con especial cuidado
en la localización cuando más claustrofóbica, estos relatos de la vida en
Georgia tienen un componente de surrealismo preciosista que te sumerge en un
mundo que pareciera ciencia ficción.


Como ha comentado en varias entrevistas, para Aster,
Midsommar es una especie de cuento de hadas extraño y, además de las obvias
similitudes con los cuentos clásicos mencionados, hay un aura surreal, ya por
la luz, el codificado chillón de los colores o por el comportamiento de la
gente del festival que recuerda a la lógica alienígena de los cuentos filmados soviéticos
de los 50 y los 60. Hay decenas de ellos, pero llama poderosamente la atención los
parecidos con dos de ellos. El primero Vecher nakanune Ivana Kupala (1968),
o la víspera de la noche de San Juan,
basado en un relato de Gogol, conecta con los temas de las festividades de
llegada de verano con un tono surrealista, visualmente sorprendente y lleno de
rituales que podrían ser primos de los de la película de Ari Aster, quien
seguro que no ha dejado pasar el aspecto de los interiores, también opresivos y
con paredes pintadas.


Sin estar relacionada con la misma noche de San Juan, pero
dando vueltas a la leyenda asociada con la primavera, el invierno y la llegada
del verano está Snegurochka (1969), o la doncella de nieve, que, como El sueño
de una noche de verano, cruzaba seres del bosque y hadas con la personificación
casi de deidades griegas de la hija del invierno y la primavera, hecha de nieve
basándose en la obra de Aleksandr Ostrovskiy. Lo interesante aquí es cómo se
describen las tradiciones del pueblo a donde llega la doncella, las penurias
amorosas que suceden hasta su cruel tramo final. Nievecita se derrite con la
llegada del verano y el pueblo da la bienvenida al sol de una forma que parece
directamente sacada de The Wicker Man
o Midsommar. Toda la parafernalia del
folk horror se queda en el folklore pagano
y no se ve con ojos de horror, pero tiene el mismo ADN de rito atávico que
conecta con esos miedos. Además, las ropas, coronas y bailes parecen directamente
un borrador de lo que trae Aster en su segunda obra.


Los deberes confesos
de Ari Aster: cine clásico y de autor.

Además de algunos títulos que podéis encontrar más arriba,
Ari Aster ha puesto las cartas al descubierto en cuanto a las películas que
quiso intentar rendir homenaje o cuyos ecos han sido asimilados por su psique
creativa y reutiliza de forma consciente o inconsciente. Además de los que ya
se intuían en Hereditary, como Polanski, Kubrick o Greenaway, el joven director
propone los dramas de ruptura como Modern Romance (1981) y se confiesa
muy atraído por Dogville (2003) de Lars Von Trier y cómo desarrolla el lado
oscuro de una pequeña comunidad frente a una figura femenina entre otras. A
nivel narrativo sigue las líneas del danés, los dramas de pareja más amargos de
Bergman, el dibujo emocional casi expresionista de Dreyer —imposible no pensar
en su pasión de Juan de Arco al ver el viaje a través del dolor de Dani—, o la
frialdad de Mike Leight.


A nivel estético, Aster cita Black Narcissus (1947) y The
Red Shoes
(1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger, de dónde se
puede leer la intensidad de la saturación del color y la fascinación por el
preciosismo de sus planos. Además de estas y de Tess, la lograda atmósfera pastoral e idílica tiene relación con Elvira
Madigan
(1967) de Bo Widerberg. Un conglomerado de influencias y notas
a pie de página que enriquecen su visión de lo que no deja de ser una especie
de slasher artie con brotes de drama y comedia romántica tarada. Sin ser tan
redonda como Hereditary —le pesa ser
una idea de encargo que ha modelado hasta convertir en lo que él quiso— es una
propuesta sorprendente pese a tocar algunas cuerdas con los mismos acordes de
su debut, y para muchos ofrece lo que no les dio la pesadilla satánica
anterior. A la espera de cómo deriva su carrera, sus dos primeras obras se postulan
para convertirse en el combo de debut más importante del terror de la presente
década.

Jorge Loser