Crónica Sitges (2019) Día 1: El regreso de buen Rob Zombie y los prados uniformes de Stephen King


Repasamos día a día
el festival de cine fantástico internacional de Cataluña desde su estreno a la
clausura. En el primer round nos enfrentamos a la vuelta de Vincenzo Natali, la
vuelta de los Firefly o Sean William Scott como asesino,
entre otras.

In The Tall Grass
(2019) – 60

Sentimientos encontrados con la película inaugural del
festival. Por cada elemento interesante que plantea o una solución visual que
expande su concepto minimalista, hay una repetición de situaciones y bucles de
gente corriendo entre la vegetación que acaban por resultar inevitablemente
monótonos. La nueva obra de Vincenzo Natali tiene algo de “Cube (1999) entre la
hierba” como se ha dicho, pero responde más a la obsesión de Stephen King por
los campos de Children of The Corn (1984) o The Stand (1994) y el
aprovechamiento de ese terror claustrofóbico, en realidad, afín al American
Gothic que puebla su obra, que sirve para hacer recuento y proponer un grandes
éxitos de King en pantalla. Desde el padre poseído de The Shining (1980) —que
también persigue a su familia por un laberinto de plantas— a la situación
sobrenatural de Desperation (2006), todo revierte en un purgatorio raro,
estridente y desacompasado, cuyo enigma consigue mantener el interés aunque se
note demasiado el exceso de minutos y que funcionaría mejor como un episodio de
serie de terror clásica americana. Cabe destacar el tono extraño que se
consigue y la aparición de ciertas visiones conseguidas, pero el trabajo de interpretación
y la falta de interés por los personajes la convierten en una adaptación que no
será demasiado recordada en el futuro.

Bloodline (2019) – 55

Una propuesta algo diferente de lo que últimamente viene
produciendo Blumhouse, la productora que ha ido abandonando el terror
sobrenatural que le hizo un nombre para irse acomodando en el slasher, cine de
terror juvenil y productos de autor ocasionales, que suele ser en dónde
encuentra su punto de equilibrio entre los presupuestos ajustados y el producto
atractivo para el público de terror. La mayor sorpresa de esta Bloodline
es ver el cambio de registro del eterno Stifler en American Pie (1999), Sean
Williams Scott, en un asesino a sangre fría con ecos de Jason Bateman y Dexter,
cuyo mayor cualidad es la frialdad imperturbable a la hora de cometer sus —muy
sangrientos— asesinatos motivados por el clásico trauma que es digerido como
una misión. En efecto, la crudeza de las muertes marcará el movimiento, para
bien y para mal, de una obra con similitudes al Maniac (2012) que nos
metió en la cabeza de un asesino —también una estrella del cine juvenil de los
90, Elijah Wood— y no se cortaba con la explicitud de las matanzas. Bloodline
va más allá y se atreve con planos de órganos sexuales explícitos y set pieces
de sangre y senos con ecos de giallo que no son fáciles de ver en el cine de
terror actual. Sin embargo, la propuesta linda con el thriller criminal y el
procedural inverso de películas de un asesino con familia como Mr.
Brooks
(2007), más que con el slasher, sin llegar a salir de una
estructura rutinaria ni aportar más que algunos giros un poco facilones, que no
hacen sino constatar que la obra pertenece a esa nueva tendencia de Blumhouse
hacia el aperturismo en lo realista, basado más en la idea de una propuesta que
en la capacidad de alcanzar un cine de mayor entidad que el producto para
plataforma de vídeo de consumo y olvido. Pasable.

3 From Hell (2019) – 70


No es fácil valorar una obra tan atípica como 3
From Hell
sin dejarse llevar por la decepción de la caída en la
autocomplacencia de su director. Tras Lords of Salem (2012), su gran obra
maestra, Rob Zombie quiso recuperar tarde y mal su vena más Tobe Hooper con la
decepcionante 31 (2016) y las cosas parecían no ir a mejor con la noticia del
cierre de una trilogía que no lo era, con la secuela de The Devil’s Rejects (2005),
una secuela muy bien valorada por sus fans, pero que el paso del tiempo no está
tratando tan bien como a House of 1.000 Corpses (2003). Quizá
por ello, los nostálgicos de esa era de Zombie no acaban de conectar con la
mucho más paródica, excesiva y anárquica tercera parte. Llena de problemas, con
interpretaciones exageradas y muchos minutos (y diálogos mal escritos) de más,
no es sencillo defender esta oda a la exploitation pura en plena época del
terror elegante y de autor. Entrando a contrapelo en un escenario lleno de
filmes sobrenaturales y de sectas, Zombie se convierte casi en el Robert
Rodríguez imitador de los tráilers falsos y Planet Terror (2007) y
añade parodia y estilo videoclipero a su propia fórmula. El resultado no
avanza, no aporta nada a lo ya visto, pero sin embargo ofrece un espectáculo grindhouse con estructura clavada al
anterior film pero con un cariz épico, de incomprendido western psychobilly protagonizado
por una familia Manson, en el que caben la fascinación de los medios por los
asesinos a lo Natural Born Killers (1994), Peckinpah, los WIP films, la road
movie satánica, mucha sangre con tequila, la fantasía de iconografía mexicana y
hasta las visiones teatrales de Eraserhead (1977). Una jukebox
incorrecto de actitud punk y el glamour de la mugre. Un cóctel donde la suma es
más importante que sus partes y en el que se echa de menos la presencia de Sid
Haig, pero que demuestra por qué zombie está muchos escalones por encima de los
que tratan de hacer este tipo de productos.

Demons (2019) –
20


El cine de terror como herramienta para reflejar el
canibalismo dentro del mundo del arte, y los efectos psicológicos sobre los
aspirantes a participar en la primera división, ha dado películas alegóricas
como Black
Swan
(2010) o la reciente Velvet Buzzsaw (2019) pero esta Demons
parece tomar Neon Demon (2015) o Starry Eyes (2015) como punto de partida.
Sin embargo, su trama de actriz tratando de entrar en el mundillo es algo más conceptual
y de andar por casa, es decir, un parsimonioso esfuerzo de videocámara que se
pierde en su surrealismo arbitrario y su caprichosa ruptura de la narración
convencional. Lynch queda muy lejos y cambiar el punto de vista de tu historia,
hacer un río de personajes sin llevar una higiene, hace que sus 83 minutos se
hagan como cuatro horas. Al final, ni logra inquietar en sus amagos de rozar lo
inexplicable ni su reflexión sobre los abusos sistemáticos va más allá del
intento de sátira con metáforas facilonas, filtros de colores y montajes de
luces de filtro azul y rojo. Un bodriete.

 

Jorge Loser