
En el segundo día del
festival pudimos asistir al regreso del fantástico italiano bastante digno, la
impactante y cruda The Lodge, la consagración de Samara Weaving como Scream
Queen de los últimos años, la indescriptible experiencia
lisérgico-infracoeficiente de Verotika o la revelación del festival, la
fenomenal Bliss de Joe Begos.
The Nest (2019) – 65

Este agradable coming
of age gótico, no trata de explorar sus posibilidades de acercarse terror más
allá de su atmósfera opresiva, de distintas galerías de papeles pintados y una
plasmación atemporal de su conflicto principal de niño lisiado encerrado en una
extraña casa. Ecos de maldiciones a lo Poe, o rituales a lo Hereditary
(2018), pero que decide centrarse en el drama mórbido, el relato de
descubrimiento progresivo —del amor, de su propia familia, del mundo a través
de los Pixies— de un chico condicionado desde la infancia. Nunca acaba de
casarse con sus ecos esotéricos y descuida demasiado a menudo sus enigmas,
puestos en segundo plano en favor del desarrollo de dilemas casi corales. Todos
los misterios acaban tomando protagonismo en su sorprendente parte final, que
no deja de ser algo relativamente esperable, similar al de alguna otra película
que es mejor no mencionar. Pese a no ser tan original como ambiciona, su
planteamiento de personajes y elementos de cine de horror que mira a los 60,
suponer un modesto regreso a la forma del fantastique italiano.
The Lodge (2019)
– 75

Si con el planteamiento de la serie Unbreakable Kimmy Schmidt
se planteara una película de terror psicológico se parecería algo a esta
elegante paranoia bajo cero con ecos a los ribetes menos sobrenaturales de The
Shining (1980). El cine de fiebres de cabaña, e incluso ciertos
aspectos de The Innocents (1961) conviven en este thriller cocinado a fuego
lento que no tiene miedo de tomar decisiones en seco y sabe cómo construir una
atmósfera opresiva de forma prácticamente visual. Los directores de Goodnight
Mommy (2014) consiguen una obra mucho más sólida —desde la puesta en
escena a la ambición con sus personajes— sin abandonar su tono cortante y
algunos de sus temas estrella. Emparentada con películas como The
Invitation (2015), no pierde ocasión de cercar sus homenajes a The
Thing (1982) y alguna que otra deuda formal con Hereditary (2018), que añaden
a una mezcla algo lastrada por ciertas asperezas de escritura en el nudo, pero
su argumento pasa a segundo plano frente a su manejo de la tensión, que va
cargando las tintas desde su impactante inicio a su brillante clímax.
Ready or Not (2019)
– 60

Una recién casada encerrada en una mansión, siendo
perseguida por su familia política para matarla, es una gran premisa, pero su
ejecución no está a la altura de una Samara Weaving pletórica, a quien se le
queda pequeña una dirección ramplona, de mínimos visuales bastante descuidados
y más comedia negra —algo repetitiva— que survival horror. El gore se va
sucediendo para iluminar la experiencia, pero no se cumple lo que promete el
tráiler. Por ello, Ready or Not funciona más en sus momentos de retranca y humor
negro que como cinta de terror festivo para una maratón. Hay momentos estancos
y cierta tendencia a la reiteración de situaciones que acaban por deslucir
algunas de las escenas ideadas para sesiones golfas. Una revisión de The
Most Dangerous Game (1932) irregular pero suficientemente divertida
hasta su sorprendente final, en el que la inclusión de ciertas notas pulp fantásticas y su
falta de timidez splatter sube puntos.
Il Segnor Diavolo
(2017) – 60

Un Pupi Avati clásico, dentro de su universo de la Italia
profunda, la superstición y los ritos religiosos rurales de los años 50, cuando
el país de la bota sufría un fuerte sentimiento antirreligioso. En El señor diablo, hay una investigación
alrededor de un niño de 14 años que mató a uno de sus compañeros afirmando que
en realidad es el demonio. El proceso podría resultar perjudicial para el
gobierno demócrata cristiano, ya que el crimen fue alimentado por la
superstición y un sacristán y una monja están involucrados. De este modo, se
sucede una lectura de los hechos por el protagonista en un formato literario de
relato dentro del relato que ayudan a que la narración tenga ese hálito de
cuento de hoguera en el que la realidad y la fantasía caminan por la línea de
lo espeluznante. Pocos medios y un aspecto televisivo para una cita digna—a
pesar de algún uso trasnochado de recursos poco propios de Avati, como la
cámara lenta— que cumple cuando se aferra a su clasicismo puro. Como el mismo
dice, la película es un “gótico pagano” que se pone en la liga de sus trabajos
menores pero interesantes como la serie folk horror Voci notturne (1995) y
que recupera temas de posesión que ya había tratado en la incunable Thomas
e gli indemoniati (1970).
The Shed (2019) –
45

Una idea tan ochentera como una cabaña en el jardín con
“algo” encerrado daba para una vuelta de tuerca al relato de
iniciación oscuro como el niño que alimenta a criaturas en The Pit (1981) o una
expansión inteligente del relato de La caja de Creepshow (1980), pero se
queda en un borrador nostálgico lleno de clichés, frases hechas y situaciones
de ridículo involuntario. La sobredramatización del conflicto del adolescente
protagonista, un chico problemático que a su vez es víctima de bullying, lleva
a un tono que no acaba de decantarse por el relato oscuro o la comedia de
terror. Cuando parece que se mueve hacia un Super Dark Times (2017)
con monstruos, se aparece el fantasma de parodia de Fright
Night (1985) o The Lost Boys (1988), tocando teclas similares a contratempo,
con un guion muy mal escrito, que solo quiere llegar a un final, ya en clave
trash, que funciona algo mejor como fiesta de proyección nocturna
desprejuiciada.
Verotika (2019)-
65

Cuando el exvocalista de Misfits, Glenn Danzig anunció su
debut como director, pocos podrían esperar que su Verotika se convirtiera automáticamente en un film de culto al
instante por las razones inadecuadas. Inepta en cualquier apartado técnico,
viejuna en su concepción de forma y fondo, es difícil penetrar en su categoría
fílmica sin mentar las obras de Ed Wood o The Room (2003), piezas directamente
concebidas por cabezas extraterrestres, subhumanos que prefieren ponerse rodar
antes de aprender a utilizar el botón de on y off. El resultado es un inenarrable
viaje de botox, sangre y silicona con una fascinante fijación gótica y estética
de porno de los 90, con un casting de porteros de discoteca y atrezzo de época
comprado en un Sex shop. La falta de descaro es hilarante, pero su completa
desorientación del lenguaje cinematográfico acaba creando un estilo propio, una
forma de comunicarse propia de un mal viaje de pastillas de laboratorio, en
última instancia arte iconoclasta, un feísmo único, como ver a un chimpancé
tocando el violín.
Paradise Hills – 50

La propuesta de Paradise
Hills es, a priori, apetecible. Una especie de The Handmaid’s Tale con
la estética de Picnic at Hanging Rock (1975) —aunque más afín a la de la
reciente miniserie que a la de Peter Weir— y un emplazamiento aislado de
estética alocada y engranajes de ciencia ficción que la unen con Logan’s
Run (1976) o The Island (2006). Su ángulo
feminista tira de The Stepford Wives (1975) pero no acaba de rascar en la imagen
de mujeres procesadas sin tratar de comprender o involucrarse realmente en el
subtexto de todas esas historias. Su distopía trata de ser perturbadora, pero nunca
es lo suficientemente amenazante, precisamente porque está embebida en su
esteticismo cuqui y sus composiciones de anuncio de perfume, en giros débiles
que vaya acaba jugándoselo todo en giros que van desde lo inocuo a lo absurdo
para ir empantanándose más y más en el dislate, casi como un remake con ínfulas
de The
Woods (2006) que tiene una gran colección de trajes de diseñadores
atrevidos y un diseño de producción sobrecargado, pero que incluso en las
conexiones de planos de montaje se ve que le falta cocción.
Bliss (2019) – 75
La carrera de Joe Begos es, para un sector del público y
crítica de festivales, una bienvenida recuperación del espíritu de videoclub y
el cine de terror underground y con Bliss, por primera vez, puede
apreciarse una voz verdaderamente personal en su afán por recuperar el
celuloide punk de los años ochenta. Su anterior película, The Minds Eye (2015) era
una voluntariosa pero tremendamente irritante variación/copia/homenaje a Scanners
(1981) que no mejoraba sus terribles montajes paralelos de sexo por mucho
cariño por el género con el que estuvieran editados. Sin embargo, en Bliss, Begos se mueve en un terreno
mucho menos cartografiado, con una voluntad indie más natural, en la que los
protagonistas hablan y discuten de sus problemas sin que parezca una recreación
mímica de nada más que sus propios dilemas. Así, entramos en la historia de una
artista con problemas económicos que empieza a sufrir una transformación
vampírica que no sabemos si es producto de su imaginación o el efecto de las
drogas. El resultado son 70 minutos de performance exploitation, llena de
neones, explosiones multicolor y el vampirismo tratado como una conexión de
resacas más afín a la licantropía. Con puntos en común con Antibirth (2016), pero
mucho más fascinante que aquella, Begos camina por una línea entre Color
Me Blood Red (1965) y las películas introspectivas sobre vampiros, de Habit
(1995) a The Hunger (1983) y le inyecta una dosis de heavy rock, neon y
psicodelia que hace que pensemos en Mandy (2018), aunque sus intenciones
están más cerca de las pesadillas urbanas sobre la adicción de Frank
Henenlooter y los exabruptos punk de Street Trash (1987).
Dreadout (2019) – 50
Esta coproducción de Indonesia, Corea del Sur y Singapur
aparece como una propuesta intermedia entre el cada vez más habitual producto
asiático para adolescentes, saturado de jóvenes, móviles y sustos acompañados
de CGI con algo del espíritu más occidentalizado de las propuestas festivas
como Sebelum
Iblis Menjemput (2018). Basada en un videojuego, sigue a un grupo de
estudiantes de secundaria cuyo viaje de campo los lleva a un apartamento en el
que se abre un portal, lo que les llevará a enfrentarse a fantasmas demoníacos
y otros males, mientras la protagonista descubre que posee un poder paranormal
vinculado a un reino de otro mundo y a una mujer extraña vestida de rojo.
Rodada entre el producto a vídeo más barato pero con planos generales y algunos
efectos resultones, Dreadout es un
carrusel de apariciones, monstruos y sustos que no tendría pega si no se
repitieran los momentos de forma molesta, con secuencias que parecen flashbacks
de lo que acabas de ver hace unos minutos. El recurso del flash del móvil como
arma se torna cansino y la película no acaba de lograr del todo contagiar su
espíritu mamarracho hasta el último acto, que parece una consecución de grandes
éxitos de Lucio Fulci pero con encuadres televisivos y descuidados, malos
acabados digitales y la sensación de producto de usar y tirar constante.
Jorge Loser