
Continuación de Unbreakable y Split , y al mismo tiempo un capítulo
unitario, Glass es un evento más único e irrepetible que Infinity War, porque
lleva casi dos décadas en el horno y es, probablemente, la secuela más justificada de
género. Una vuelta a la forma inédita en un director tan joven, cuya
filmografía no conocía una obra tan rotunda desde su Signs (2002). (SIn Spoilers)
Nota: 85
El peligro de afrontar una nueva obra
—y las impresiones que estas generan—
al hablar de autores como M. Night
Shyamalan suele ser el estatus de semidiós del cine que alcanzan gracias al
éxito de sus primeras obras. En el caso de Glass, el problemita se agrava con
su condición de secuela, de conclusión de uno de sus mejores films. Con Unbreakable
(2000), Shyamalan se salió del molde de director de terror que había
adquirido tras su tercera y conocidísima película de fantasmas. Se adelantó al mundo
de los superhéroes en el cine que rompería definitivamente con Spider-Man
(2001) llevando los factores que definen el cómic arquetípico al terreno del
drama y del psycho thriller adulto.
Si con Signs (2002) recibió algunas de sus
primeras críticas, el tiempo la ha ido colocando como una de sus mejores obras
y se ha convertido en su tercera gran película. La misma operación se quiso
aplicar a The Village (2004), cuyos valores cinematográficos son tan
incuestionables como forzado e irreal—hasta ridículo— es el giro final que
planteaba. Quizá es en ese momento en el que la carrera del director hindú
empezó a dar síntomas de una decadencia prematura que continuó imparable
durante la década de los 2000. Es aquí donde el carácter religioso de sus creyentes
incondicionales puede alterar la percepción de sus obras. Divisivas y polarizantes,
cada nueva película que estrena con malas críticas exige una reivindicación
como mártir de sus seguidores más acérrimos que parecen seguir viendo
claramente al autor de The Sixth Sense (1999) en plena
forma cuando articula espectáculos tan bochornosos como The Happening (2008),
asegurando que sus únicos volantazos hacia el abismo han sido After
Earth (2013) y The Last Airbender (2010).

De ahí que uno no pueda saber a ciencia cierta a qué
atenerse con el estreno de Glass. Precedida de una pequeña resurrección
creativa con la pasable The Visit (2015) y la más entonada,
pero incompleta Split (2016), el retorno de su personaje más aclamado, David
Dunn (Bruce Willis), es recibido
antes de verla como una victoria por sus fans acérrimos mientras se percibe
como una decepción generalizada por la crítica americana. Como amante del
fantástico pero escéptico de la santidad de Shyamalan puedo asegurar que no
había visto una obra suya tan templada, elegante y bien dirigida desde su
colaboración con Mel Gibson. Superando la escatología y el ocasional
humor burdo de algunos momentos de sus últimas dos obras, esta es la que
debería considerarse el verdadero retorno de la versión más atinada del
director.
Las razones de la tibia recepción de Glass por tanta parte de la crítica solo se pueden explicar por la
nostalgia de Unbreakable no cumplida.
La falta de minutos en pantalla de Willis, el emplazamiento limitado
prácticamente a un solo escenario y la falta de escenas de acción apuntan a ser
las razones principales. Pero claro, si tenemos en cuenta que NO es una secuela
de Unbreakable y es una película en
sí misma, con su propia lógica y engranajes internos, no tiene sentido como
regreso al tono de drama de señor de mediana edad de aquella. Por otra parte, también
continúa Split, y tanto en esta como
en la cinta del 2000 sirve como tercer acto para sus conclusiones diluidas. Por
lo que no solo es, ante todo, una gran historia para dar sentido al título con
el que se presenta, sino que completa las anteriores dos películas de tal
manera que adquieren un nuevo sentido y las hace mejores. Automáticamente, no
se entienden ya ninguna sin la otra.

El otro escollo para la crítica americana, probablemente, es
que no haya un gran estallido de acción ni movimientos de escenarios. Algo que
no hay que olvidar es que Shyamalan sigue, en cierta forma, en modo penitente,
y aunque este sea uno de los regresos más esperados del cine reciente, no hay
que olvidar que Unbreakable gozó de
75 millones de dólares (de los de principios de finales de los 90) y Glass, una supuesta tercera parte que
debería ser más espectacular, cuenta solo con 20 millones. Algo que no
sorprende estando bajo el paraguas de Blumhouse, que tiende a exprimir presupuestos
para sacar el máximo rendimiento en taquilla utilizando marcas como Halloween
(2018), otro esperado regreso a la que dotaron con unos pírricos 10 millones,
que dejan carencias visuales en pantalla que juegan en contra. Sin embargo, el
planteamiento de escasez de la productora se ajusta a las posibilidades de su
protagonista, al fin y al cabo, el villano interpretado por Samuel L. Jackson no tiene demasiada
movilidad, lo que en la historia se traduce como un planteamiento
claustrofóbico en un hospital mental.

James McAvoy está mucho más atinado que en la anterior,
incluso, y es el vehículo del humor—que siempre funciona, esta vez sí— y de
los elementos de horror que la enlazan con la anterior entrega, una cinta de
género por derecho. Además ubica os temas del hombre lobo arquetípico, con su
lectura de la bestia aplacada por el amor que plantean los clásicos
licantrópicos. Aunque esa limitación de presupuesto deje un bache de ritmo en
el segundo acto, Glass supera sus
limitaciones con un guion que plantea bien sus sorpresas, que deja pistas para
su tema general y consigue teatralizar a un nivel conceptual su filosofía sobre
el mundo del cómic con una metanarración que se rige como heredera de las
claves del señor cristal y las efectúa casi como un plan maestro urdido por el
mismo villano. La película se plantea como un juego de espejos con la realidad emitiendo
una calculadísima secuencia de migas de pan en la que todas las piezas tienen
su función y en la que sus revelaciones tienen más justificación que la mayoría
de las cintas-sorpresa de su director. En definitiva, una obra valiente,
alejada de las imposiciones del Zeitgeist del blockbuster actual y del género superheróico que vivisecciona, que
supone un evento único por continuar y cerrar una historia planteada hace casi
20 años que solo ahora adquiere plenamente su verdadero sentido.
Jorge Loser