‘Grotespunk: tres pesadillas de horror extremo’ de John Tones (2020) book review: Antología grumosa con sabor a tebeos de otra era


El nuevo libro de terror del escritor John Tones, autor de
la pequeña novela pulp Nigromancia en el Reformatorio Femenino
(2012) y otros muchos volúmenes sobre cine como Cine de terror contemporáneo
(2001) o Empire. El cine de Charles Band, Volumen 1 (2018), es en sí mismo
un compendio de tres novelitas de terror de muy diferentes texturas e
intenciones. Lo que sí se puede decir es que Carne de omnivagante en la nevera,
La
matrona
y Los monstruos no existen y los muertos resucitan tienen en
común es una actitud que bien resume el título de la antología, recogen por una
parte lo grotesco de la literatura (y el cine) de horror de los 70 u 80 y por
otra la actitud punk que el autor practica, desde la música a la aproximación frontal
a la cultura popular para espantar postureos. Pero lejos de ser un cajón
desastre en donde se han impreso tres obras de forma conveniente, Grotespunk
existe como concepto de antología casi cinematográfica, con su pequeña historia
conectiva, a modo de relato que amamanta al resto como en una buena película de
la Amicus, lo que redondea una experiencia retro sin pretenderlo, una que sabe
que los buenos cuentos de terror se presentan embotellados dentro de otros.
Pasemos a desgranar cada uno de ellos.


Carne de omnivagante en la nevera

El primer segmento de la antología es una propuesta tan
directa que te pasa por encima. Como si William Burroughs hubiese escrito tras
una indigestión de portadas de tebeos de terror de la Warren y Toutain, llenas
de imágenes satánicas y ocultismo voluptuoso, con ecos de peligro, cierta
vocación punk, de fanzines y revistas de línea tremenda entendidos con una
semántica de picaresca de tebeo, con cotidianeidad propios de un Pulgarcito. Un
mundo en el que se dialoga con el demonio diciéndole “era un suponer” o “me
cago en Dios, tío” después de hacer un brebaje con hierbas, orín de perro y
sangre menstrual. Esta es la historia elegida por Albert Monteys para dedicarle
la portada y según el autor surgió de imágenes de viejas portadas de fumetti eróticos
de terror italiano dibujadas por Emanuele Taglietti, que mostraban a demonios,
monstruos y seres cohabitando con voluptuosas musas y los cómics como El
vecino de abajo
de Doménec. La portada, que parece que toma la imagen
de Cazafantasmas
(1984) en la que Sigourney Weaver encuentra un portal ancestral en su nevera, desarrolla
una mitología que circula sobre un trozo de carne maldito, extraterrestre y
desconocido. Así, asistimos a un festín demente que rescata pactos con el
demonio, con motivaciones con un punto de La pata de mono y Season
of the Witch
(1973) de George A. Romero y planes y subterfugios de
novela de espías ocultistas. Hay obscenidades sexuales, encantamientos llamados
“empujes” y  con un gran final lleno de
vísceras y caras partidas, ojos en llamas como “choricitos flambeados”.
Demonios y carne cósmica que crea consciencias aumentadas y magos y portales en
una lógica de jugos más allá del entendimiento que provocarían un orgasmo a Don
Coscarelli.

La matrona

Una aproximación muy distinta a la anterior, que parte de una
narrativa mucho más cristalina y la sensación de estar en uno de las espirales
obsesivas de un relato de Clive Barker, al que el título no oculta una admiración
especial. Aquí, la investigación de asesinato de una adolescente que podríamos
ubicar en la España Negra pone como protagonista a una mujer que parece tener
informaciones de primera mano con las que ayuda a la policía. Una médium como
Lorraine Warrren en la última The Conjuring. Su estilo mucho más
directo y contenido recuerda a una novela criminal más clásica y menos caótica,
con descripciones más atmosféricas de casas desvencijadas y abandonadas que
comulgan casi con el gótico más clásico y crea una tensión sencilla y efectiva
cuando la protagonista se adentra en su investigación entrando en lugares
lúgubres. La antigua morada de una médium da lugar a una investigación sobre
una mujer con supuesta sensibilidad paranormal que también ayudaba a la policía
a resolver crímenes en el pasado le lleva una conclusión llena de espantos
cárnicos y palpitantes dignos de la película Amulet (2020). Mezclando
la fascinación por expertos en ocultismo mediáticos españoles de los 70 y 80 como
Jiménez de Oso y otros menos conocidos, el autor también cita las madres de
Argento o The Sentinel (1977) como inspiración, por lo que el ocultismo
sigue siendo una parte importante del pastel, que aquí vuelve a mostrar
imágenes de body horror demenciales que tan solo podrían ser adaptadas por
grandes maestros del látex de los 80.

Los monstruos no existen y los muertos resucitan

La última y más sorprendente novelita, puede ubicarse más
dentro de un concepto más amplio de fantasía, puede que la escrita con más inspiración
lírica, con un aura de relato entre la duermevela y viaje de Randolph Carter a
un escenario con nigromancia, monstruos extraños y también, muertos vivientes.
Una reconstrucción de recuerdos e ideas que van aclarando el propósito de su
narrador, no muy fiable. A veces como una historia de búsqueda de respuestas y
venganza de ultratumba que podría conectar con momentos de Dellamorte Dellamore
(1994), a veces casi cyberpunk y ciencia ficción salida de una portad de CIMOC
o Zona 84 y finalmente una espiral a los recuerdos que se funden con paisajes
de pesadilla, infiernos que descritos con una prosa de un mundo sensorial, un
espacio indeterminado poblado por seres de pesadilla, grandes criaturas de
kaiju extravagante y reglas propias que se encamina a una conclusión
desoladora, también llena de imágenes de nueva carne pero con un poso de
tristeza ausente en las otras novelas que la convierten en la más
inclasificable de las tres.  Los monstruos no existen y los muertos resucitan
es continuada por la conclusión de la simpática historia conectiva, cerrando un
panorama de terrores muy diversos que se alejan de tendencias actuales y con
una voz muy segura que nos muestra a un autor de voz muy clara e insobornable.

Jorge Loser