
Quentin Tarantino no
va a pinchar en su novena película por muchos puñales detractores que le
esperen en el foso y con Érase una vez… en Hollywood ofrece su película más
fresca en una década, menos enfangada en capítulos y entregada a un dinamismo visual
casi insólito en su filmografía. Una fábula con el trasfondo de los asesinatos
del séquito de Charles Manson que sirve de compañera espiritual de Death Proof (2007) y muestra a un autor
soberano, borracho de sus obsesiones, disfrutando y en pleno estado de gracia.
Nota: 85
La novena película de Quentin Tarantino tiene algo de anhelo
personal, de mirada atónita a la factoría del cine de hoy y a la manera de
consumirlo. Nunca hasta este momento había sido tan explícito al exponer su
nostalgia por ese otro mundo, el de dentro de las pantallas y exponerlo desde
lo que ocurre fuera de ellas. Como bien explica su título, Érase una vez… en Hollywood es un cuento de hadas en el que se
narra el proceso de decadencia de un actor de serie B frente a los primeros
pasos de una estrella en potencia. En la contraposición de ambos relatos se
puede leer mucho sobre la idea de la transformación de la industria en el final
de los 60, los últimos coletazos antes de la revolución de Easy Rider (1969) y los
nuevos talentos que cambiaron de arriba abajo el escenario y el producto. No
por casualidad algunos de los personajes llaman, de forma despectiva “Dennis
Hooper” a los jipis que van llenando las calles de un Los Ángeles que ha
empezado a perder el brillo de sus días gloriosos.
Tampoco es casualidad que Once Upon a Time In Hollywood
gire alrededor de los asesinatos de la familia Manson, no tanto como crónica,
como trasfondo y fondo de una historia que está narrando y parte de esa ruptura
de la burbuja, el revulsivo de toda una década de flores que terminaba en un
baño de sangre y ácido. El hecho de que el protagonista sea un actor en horas
bajas conecta con el submundo de la familia, que no deja de ser el pequeño
imperio de un artista frustrado que ha establecido su campamento en unos
antiguos estudios, en un rancho a las afueras de la ciudad, escenario de westerns
en los que actuaron los protagonistas. De esta forma se establece un juego de
tres mundos que interactúan entre sí, se pasan la pelota y dibujan un fresco
del momento previo a los asesinatos, que serían el punto de conexión final del
triángulo.

Dicho esto, el penúltimo filme de Quentin Tarantino tiene
mucho de excusa para mostrar diversos juegos de proyección y creación de cine,
por lo que a veces da la impresión que su verdadera intención era hacer una
colección de fake tráilers como los
de Grindhouse
(2007), con la que está íntimamente relacionada. Si aquella trataba de
representar la eclosión del cine independiente más underground, la explotación de los años 70, lo que se cuenta en OUATIH sería el momento inmediatamente
anterior, por lo que de alguna manera podría servir como precuela espiritual de
su Death
Proof (2007). En un momento de barrido de cámara, el ojo del director
sobrevuela un cine al aire libre, en el que vemos los coches pero no lo que se
proyecta, pero podemos escuchar la sintonía de la preview que se sampleaba entre los tráilers falsos de su
colaboración con Robert Rodríguez. Y si en aquella teníamos a Kurt Russell
interpretando a un especialista de cine de acción como villano de la película,
en esta tenemos a otro que podría considerarse antihéroe (Brad Pitt), pero
definitivamente hecho de esa misma pasta de persona al margen, duro, macarra y
que efectivamente podría haber protagonizado su propia Vanishing Point (1971),
que Tarantino vuelve a citar aquí.

No parece que Stuntman Mike tenga una relación directa con
el Randy —el jefe de Brad Pitt y otros muchos especialistas— que interpreta
aquí Kurt Russell, pero no sería de extrañar que fuera su padre. Para redondear
la conexión, aquí Zoë Bell también interpreta a una profesional del negocio
casada con Randy, con lo que la personaje especialista de Death Proof tendría también su parentesco algo imposible, aunque es
probable que tan solo sea un guiño de Tarantino entre ambos filmes y la
profesión real de la actriz. La relación entre ambas obras es más conceptual,
con detalles como el uso de la música, los abundantes planos de coches a toda velocidad,
rodados de forma similar y, en general, el trasfondo y exploración del mundo de
los dobles de acción, su carta de amor a los que se juegan la vida por el cine y
su fascinación por el mundo que les rodea. A este respecto hay un sentido de la
justicia de tebeo que la película acaba abrazando con la misma violencia propia
de la exploitation que no abandona el
director en este nuevo trabajo. Un heroísmo, por cierto, que no es muy
diferente al de Sancho Gracia en 800 balas (2002), que también era un
especialista de antiguas películas del oeste italianas en horas bajas y cuya
historia transcurre entre mágicos decorados de saloons y desiertos. Una
película sobre perdedores y vencidos que comparte mucho de la reivindicación
del oficio que perpetúa el norteamericano.

Sin embargo, en Death Proof el mundo del cine y el
proceso por el que salen adelante las películas —algo que ha estado vinculado a
la filmografía de Tarantino desde Pulp Fiction (1994) y, por ejemplo,
la profesión de Mia Wallace— era tan solo un trasfondo mientras que en OUATIH es
el eje sobre el que giran trama y desarrollo de personajes. Dentro del ejercicio
de nostalgia personal, jugueteo con el metacine y la veneración a los falsos
tráilers se puede seguir un hilo conductor que nos lleva desde el anonimato lleno
de ilusiones de Sharon Tate a las vicisitudes de un actor encasillado y
apartado paulatinamente de los focos, obligado a viajar a Europa para rodar
Spaguetti Westerns, cine de espías y otros subgéneros en los que puede volver a
ser la estrella. Con el contrapunto a esa vida se nos muestra el lado menos
glamouroso, el fiel amigo Cliff, que vive en una caravana alimentándose de
pasta de sobre, mientras que Rick Dalton cena cócteles flotando en su piscina
privada de Cielo Drive. Ah, si la imagen te suena es por una buena razón, la
mejor forma de definir esta película es BoJack Horseman contra Charles Manson.
Porque sí, en esta película aparece Charles Manson. Por cierto, interpretado por el mismo actor que le da vida en Mindhunter (2017-), lo que une de alguna forma los universos de David Fincher y Tarantino. Pero
quien espere un estudio del personaje y de la historia que llevó a los crímenes
debería replantearse revisitar alguno de los biopics existentes, a menos que
quiera salir decepcionado. Sin embargo, hay una mirada al rancho y la familia
bastante certera, con una de las escenas más inquietantes que se han estrenado en
el cine este año. Obviamente, todo lo que rodea al culto del amor y el terror
tendrá una importancia clave en la película, pero cuanto menos se descubra al
respecto, mejor. OUATIH acusa una dispersión de líneas de trabajo que prometen
algo más de lo que acaban dando, no sorprende la intención de remontar la
película de Tarantino para hacer una épica de tres horas, pero sus minutos
vuelan y puede considerarse, con permiso de Kill Bill (2004), la
película más ferozmente dinámica de Tarantino. No hay nada que sobre, tampoco
que falte, aunque podría haber dado para una locura final mucho más delirante,
pero en este caso, más que nunca, lo importante es el camino.

Es imposible no disfrutar con la pasión que demuestra el
director de Reservoir Dogs (1991), que sigue apostando por la verborrea de
cultura pop como apología de lo cool,
y aunque ahora ya no son los 90 y ese discurso antes vanguardista huela un
pelín pollaviejil, lo cierto es que su puesta en escena y su montaje son tan
dinámicos, vigorosos y contagiosos que parece mentira que tantos directores
jóvenes palidezcan ante la inventiva y creatividad de Tarantino a sus 56 años.
Tras la exhibición en The Hateful 8 (2015), el de Knoxville
muestra un dominio total del lenguaje cinematográfico a la altura de los más
grandes. Puede que en conjunto no sea su mejor película, pero a nivel de
narrativa secuencial puede ser su filme más imponente, tanto que puede acabar
una escena con un simple puñetazo y resultar algo totalmente épico. Apoyando el
derroche visual está el apartado musical, que esta vez no solo está trufado de
canciones ignotas recuperadas de su discografía particular, sino una buena
colección de grandes éxitos de aquellos años, algunos originales, otros en
curiosas versiones que acompañan al estilo más psicodélico del momento.
OUATIH será recordada, además, por reunir a los dos lados de
la cubierta de las carpetas adolescentes de los 90. Hacía tiempo que Brad Pitt
no ofrecía una interpretación tan convincente y Leonardo DiCaprio encuentra el
decorado perfecto para que su histrionismo no encuentre el eco estridente
habitual de sus últimos excesos. Margot Robbie está simplemente encantadora. El
desfile de cameos va de lo simpático (Al Pacino) a lo emotivo (Luke Perry), sin
renunciar a la mitomanía desmitificadora, con esa genial aparición de Bruce Lee
o la inclusión de otro mito del oeste como es Bruce Dern. Tarantino ha firmado
la película sobre Los Ángeles que, de alguna manera, su filmografía había ido
perfilando, de esta manera puede filmar su parte de Kung Fu, su parte de
terror, su fetichismo podal, su regreso a la Segunda Guerra Mundial y su Buddy
Movie sin renunciar a rebozarse de nuevo en el Western que viene cultivando en
sus dos últimos trabajos.

En el fondo, la historia de Rick Dalton puede considerarse
el Sunset
Blvd. (1950) del autor, también en cierto modo un Mulholland Drive (2001) con dos personajes en distintos estados de
su carrera que protagonizan un cuento moderno. No solo es una carta de amor al
cine de los sesenta sino la apertura mágica de una segunda oportunidad para sus
personajes, que traduce como el deseo de que las cosas no hubieran cambiado,
que la muerte de los 60 y la entrada de la modernidad en todas sus vertientes
nunca hubiera tenido lugar, para poder seguir teniendo anuncios camp y
autocines, series de género rodadas del tirón en directo y escenas de acción
sin sospecha digital. Una elegía a otro mundo olvidado con el fondo más poético
de toda su obra: el celuloide es el único lugar en el que los sueños más
recónditos, las ilusiones más hondas quizá tengan una opción para hacerse
realidad. Y Tarantino esta vez ha soñado a lo grande.
Jorge Loser