
Nunca un híbrido de cine bélico y terror había sido tratado a esta
escala y nivel de espectáculo. Se le achaca, con parte de razón, que no haya un
tramo con los elementos fantásticos y de horror más desarrollados pero el
equilibrio logrado entre producción, personajes, acción y body horror es
inédito para el subgénero. Un tebeo de la serie ‘Weird War Tales’ de DC con
ecos de ‘Re-Animator’ y ‘La Cosa’ no apto para puristas del cine de la Segunda
Guerra Mundial.
Nota: 80
El cine de terror bélico no ha tenido demasiada suerte en el
cine. Hay muchos ejemplos pero ninguno ha llegado a tener una resonancia
verdaderamente definitoria y sus mejores ejemplos suelen tener otros elementos
que le alejan de sus raíces de género. Por ejemplo, Aliens (1986) o Predator
(1987) tienen puntos en común, como marines y mercenarios con formación
militar, pero realmente no pueden o deben considerarse exponentes
representativos. Otros ejemplos ilustres, como Dog Soldiers (2002),
tienen el hándicap de desarrollarse en escenarios alejados del campo de
batalla, pese a que sus protagonistas sean soldados entrenados. Normalmente, el
género ha evadido el principal reclamo de un filme bélico. Es decir, escenas de
acción coreografiadas, con una escala creíble y el conflicto sobrenatural
solucionado con metralla y lanzagranadas.

Los filmes de horror que se establecen en conflictos como la
Segunda Guerra Mundial aparcan el frente y establecen sus relatos en trincheras
apartadas, como DeathWatch (2003), un bunker, como The Bunker (2001), casas
de residentes en el país invadido, Huset (2016) y en general, espacios
limitados en donde se pueda desarrollar la trama sin que se note mucho que
escasea el presupuesto. Otra forma clásica de escamotear escenas de acción es
centrar el aspecto terrorífico en diversos efectos psicológicos sobre los
soldados. Alucinaciones, desorientación, castigo infernal por los pecados,
purgatorios entre campaña y campaña que evitan grandes secuencias de
enfrentamiento. Tales son los casos de las estupendas R-Point (2004), El
páramo (2011) o incluso la inclasificable The Keep (1983), que podía
considerarse la cinta bélica con más medios disponibles hasta la llegada de Overlord,
aunque su trama de Nazis contra una extraña deidad, tiene parte de slasher, parte de odisea filosófica que
no acaba de levantar el vuelo más allá de su condición de rareza indispensable.
Y en el otro lado de la valla de alambre de espino, tenemos
las películas de zombies nazis, que siempre han estado en el límite de la serie
B y la habitual estructura de “gente que va a un emplazamiento idílico en el
que aparecen zombies del tercer Reich”. Desde ShockWaves (1977) a Dead
Snow (2010) no es fácil encontrar alguna que se salga de la fórmula.
Quizá los ejemplos que más han llegado a tocar el espectro bélico son The
Outpost (2008), War of the Dead (2011) o Frankenstein
Army (2013), con las que Overlord
tiene bastantes puntos en común. ¿En qué se diferencia? Pues básicamente en
su tratamiento de cine de gran presupuesto, su apuesta por el terror para
adultos sin dejar de lado las buenas escenas de acción, un tratamiento de
personajes que dan más profundidad y un verdadero compromiso por la
versatilidad en ambientación. Hay ciertos ecos del Spielberg de Save
Private Ryan (1998) sí, pero en realidad tiene mucho más que ver con el
más juguetón de 1941 (1979). Es decir, un filme bien ambientado en su conflicto
pero que no pretende ser más que un tebeo.

Por ello, hay un esfuerzo por buscar ese realismo bélico que
haga creíble una misión propia de un tebeo de Hazañas Bélicas pero no hay ningún interés en crear un rigor
histórico académico. Tenemos gente de raza negra no solo como soldados sino en
puestos de mando, y la verosimilitud de muchos detalles está supeditada al
espectáculo, al relato de viñeta y su condición de divertimento ligero. En el
aspecto de la ficción histórica maleable, tiene más que ver con Inglorious
Basterds (2009), en la que se acribillaba a Hitler a balazos, que con Band
of Brothers (2001), aunque respete más el espíritu boy scout de esta.
No se puede obviar que la mayor decepción de Overlord es que no acaba de explotar del todo sus prometedores
elementos fantásticos. La trama de experimentos y soldados reanimados comienza
algo tarde y nunca acaba de explotar como podría, vistos los espeluznantes
resultados de sus ocasionales, pero muy efectivas, apariciones mutantes en una
especie de laboratorio del infierno. Todos los elementos para un gran final de
fuegos artificiales y hordas de zombies nazis siendo calcinados por lanzallamas
y metralletas están allí, y al final no llega del todo. También hay elementos
que necesitaban un cierre menos vago, como el de esa atemorizante anciana tras
la puerta. La cinta pide a gritos un montaje del director con algo más de sus
increíbles momentos de body horror
dignos de The Thing (1982), al estilo de un cuello torcido que desafía
las normas anatómicas convencionales. No es la única conexión, por cierto, con
la película de John Carpenter, que estaba protagonizada por un Kurt Russell
aficionado a la dinamita, como el personaje que aquí interpreta su hijo y que
tenía el lanzallamas como salto y seña contra los monstruos.

Sin embargo, no es difícil ver las intenciones de sus
creadores. La aparición de los experimentos es tardía y nunca deja de ser un
elemento más, un ornamento sobrenatural para apretar las dificultades de una
misión inicial que nunca se sale del carril de su condición de historia de
guerra, cuyo objetivo principal es contar la peripecia de un grupo de soldados
que van a cumplir su objetivo de cualquier forma. En realidad, el trabajo de
Spielberg que verdaderamente sirve de muleta a Julius Avery y J.J. Abrams es el
episodio The Mission (1985), de la serie Amazing Stories, en el
que el elemento fantástico era un incidente, un altercado que da un aire mágico
a la historia bélica. La diferencia es que en esta ocasión, en vez de ser un
evento luminoso, adquiere tintes de un terror muy heredero del género mad doctor con zombis al estilo de Re-Animator
(1985), con su suero resucitador inyectable, o Day of The Dead (1985, que también tenía su científico loco y
experimentos con cadáveres de militares, incluyendo el descubrimiento de la
cabeza viviente de un joven Greg Nicotero (The Walking Dead) que se recrea aquí
de forma idéntica.

Otros episodios de series clásicas de terror como Tales
from The Crypt (Yellow) o The Twilight Zone (The Purple
Testament) aplicaban al género bélico ese matiz de fantástico como pasaje fuera
de lo común más que como fin, y en ese sentido Overlord es plenamente coherente con ese espíritu que
tanto define la obra de Abrams, que siempre ha querido dotar sus producciones
con el hálito del fantástico como algo extraordinario dentro de lo ordinario,
con lo que quizá la cinta de Julius Avery, pertenezca o no a la marca, descubra
que Cloverfield
no era tanto un universo compartido sino la forma en la que el productor
entiende el fantástico. Por tanto, sí, podría haber mucha más locura, pero
tampoco se le puede reprochar que no sea una gran película de terror y acción
por sus propios méritos. Toma su tiempo para crear buenos personajes que al
final completan su viaje, tiene un ritmo trepidante, grandes efectos
especiales, fotografía y efectos de sonido que se desatan cuando la cinta
abraza su condición de cine explosivo. Pocas cintas de género tienen una
introducción in media res tan
apabullante, desde el avión al campo de batalla en un solo plano secuencia, y
tampoco puede desestimarse a la ligera la toma sin cortes con la que acaba la
misión. Su voluntad de hacer las cosas bien no solo la postula como una gran
cinta de guerra, sino que va cimentando la efectividad de sus elementos de cine
de terror pulp genuinamente americano, como ninguna otra ha logrado en el
subgénero.
Jorge Loser