Pet Sematary (2019) review: No profanar el cementerio de Stephen King


Tras el éxito de las
últimas adaptaciones de novelas de Stephen King, como ‘It’ o ‘Gerard Game’ la
tromba de películas basadas en la obra del maestro del terror llega sin filtro
y comienzan a llegar inanes revisiones de sus mayores éxitos literarios, como
esta ‘Pet Sematary’, una rutinaria película de terror que desaprovecha la oportunidad
de corregir las carencias del pequeño clásico de culto de Mary Lambert.

Nota: 55

El ciclo de ciertos eventos cinematográficos de pantalla
grande está empezando a tomar un cariz de caricatura cuando sigue el esquema de
presentación en festivales, reacciones por las nubes y cuando aparece al
alcance del público queda en punto de match
point
. O realmente responde a las expectativas, como sucede de cuando en
cuando, o bien resulta que por alguna razón se ha elevado por razones
extracinematográficas y se ha creado una bola imposible de parar. La nueva Pet
Sematary
no es una mala película. Pero, definitivamente, tampoco es
buena o digna de destacar en un momento en el que el cine de terror está
gozando de una salud excelente. Puede que dentro del género zombie no queden
demasiadas balas en el cartucho y esto haya acabado pesando demasiado a la
creatividad de los directores de la interesante Starry Eyes (2014).

El subgénero sigue resucitando cíclicamente desde principios
de siglo. Los muertos vivientes, otro baluarte en el cine de los 70, se
resistieron a abandonar la pantalla durante los 80, pasando por la vía paródica
de Thriller
(1983), Re-animator (1985) o Return of the living Dead (1985), y
fue precisamente en ese crepúsculo cuando apareció la primera película basada en
Pet
Sematary
. Ahora, en 2019, la historia se repite y reaparece el mismo
relato en el fin de ciclo del zombie postapocalíptico según George Romero, que
ha prevalecido durante casi dos décadas. La noticia de la cancelación de la
secuela de World War Z (2013) de David Fincher es sintomática de que el
monstruo colectivo ha perdido el favor del público. Sin embargo, la ola de adaptaciones
de Stephen King habían dejado un hueco para una mirada más íntima al resucitado.
Explorar los matices del dilema de la resurrección, añadiendo el factor familiar,
es una idea poderosa y jugosa para explotar con una mirada al género basada en
el drama.


Pet Sematay no deja de ser una variación del relato de W. W.
Jacobs The Monkey Paw, que trata sobre una reliquia que concede deseos
que no salen como se espera y que ya en la novela de King se hacía referencia
directa. Ha habido todo tipo de adaptaciones de la misma, durante todas las
épocas del cine, desde una versión olvidada de los 40 a reinterpretaciones
apócrifas como la mexicana Espiritismo (1962), que la conectaba
con los pactos diabólicos y el uso de la Ouija. En The Monkey Paw, a retelling
(1965), la infravalorada serie The Alfred Hitchcock’s Hour ofrecía
una modernización del relato de Jacobs más modélica y sugerente. En la oscura Deathdream
(1974), la visión del hijo resucitado se aplicaba a la América de
Vietnam y sus veteranos, zombies dependientes que regresan peor que como
fueron. Zeder (1983) otra de las joyas del gran Pupi Avati, se acercaba
al texto proponiendo una idea paralela a la novela de King editada en ese mismo
año, girando sobre un terreno que devuelve la vida a los cadáveres con un final,
además, calcado en ambas.

Ahora, con una fecha de estreno que coincide casi
exactamente con el 30 aniversario de la primera adaptación, la nueva Pet
Sematary
se presenta con un punto de partida idéntico al de la
película de 1989. Sin embargo, los que hayan visto el tráiler sabrán que hay un
cambio muy importante que para los autores pasa por un sencillo movimiento para
tratar de alejarse de la anterior y dar un nuevo empuje a su visión. Frente a
las críticas esperables por el fandom, las decisiones, sobre el papel, son
hasta cierto punto comprensibles, dado el limitado rango de movimientos que
ofrece un argumento tan simple. Pero todo eso debe de dar igual cuando se trata
de recrear un clásico. Todo el mundo había visto ya tres versiones previas de A Star is Born (2018) y sigue
perdurando su atracción pese a no tener demasiados añadidos a su estructura. Cuando
una obra no tiene ya valor en su trama —en este caso por conocimiento popular—
para volver a adaptarla más vale apretar cada detalle para que volver a ver lo mismo
sea una experiencia que merezca la pena por sí sola.

Left to right: Jason Clarke as Louis and John Lithgow as Jud in PET SEMATARY, from Paramount Pictures.

Pet Sematary empieza mal desde su campaña de marketing (tráilers,
pósters) que revienta su primer cambio significativo. No habría ningún problema
si el libreto tomara un tempo presto
en llegar a ese punto, pero se toma su buena hora en la que, básicamente, pasa
todo lo que conocemos de la historia con algunas modificaciones del orden. Sin
embargo, en toda la revisión no hay nada que mejore la visión de Lambert de los
mismos acontecimientos y personajes, pese a la inclusión de una pequeña
procesión de niños que trata de ser creepy
a cualquier costa y a la que no se vuelve, quedando como un detalle caprichoso,
bastante absurdo, y muy alejado del tono dramático del conjunto. Una vez
comienza la parte en la que pasan cosas mejora algo, pero es uno de los
clásicos too tittle, too late que
hacen que la sensación general sea de aburrimiento alterno.

Son casos como Pet
Sematary
es en donde más cuesta detectar qué impide en ella ser una de las
grandes películas de terror de la temporada. Hay un presupuesto que se intuye
bastante alto, no parece tener remilgos con la calificación por edades —los
momentos gore, son bastante gore— y las interpretaciones están bastante bien,
incluso hay música de Cristopher Young, que ya había trabajado en la adaptación
de King The Dark Half (1993). Sin embargo, ninguno de esos elementos
brilla especialmente dentro de una matriz de puesta en escena desganada. Aunque
ha cambiado el aspecto 16:9 de la primera versión al panorámico, sus encuadres no
tienen profundidad y están captados una fotografía que a veces—ese slow motion
amateur— hace daño a los ojos, algo que duele especialmente en la inane captación
de atmósferas, en la que los decorados llenos de niebla del cementerio parecen
sets rodados con el peor grano de vídeo digital posible. Incluso los planos
nocturnos parecen una vuelta a la noche americana.


Todo esto no tendría mucha importancia si, por otra parte,
ofreciera algo que equilibrara esa falta de visión gótica, necesaria para
embellecer un poco el relato de una de las mejores novelas de Stephen King—ir más
allá del aspecto de una de sus miniseries televisivas de sábado noche es condición
irrenunciable—, pero ni siquiera en ese aspecto merece la pena resaltar nada.
Sí, hay algunos pasajes del libro mejor retratados que la anterior versión,
como la obsesión de Rachel por su hermana Zelda, pero el guion tampoco sabe muy
bien a dónde llevarlo y queda como un recurso para hacer algunos de los jumpscares más facilones de la película.
Y es que, aunque se presente como una cinta de terror seria, no renuncia a los
llamados “sustos de gato” aquí llevados a su expresión más literal.

Las visiones de Zelda prometen más que dan, y si bien su
aspecto es aterrador de por sí, es imposible no mentar las mucho más efectivas
escenas de la de 1989. La parte en la que todo se vuelve más loco mejora algo
pero no logra evitar llegar al ridículo en su plasmación casi caricaturesca de
los asuntos de resurrecciones varias. Hay algunos detalles de humor negro que
funcionan como una visión perversa de los temas macabros que trata, pero no
llegan a hacerse verdaderamente con el tono y, en ocasiones, rozan el humor
involuntario. No llega a acercarse al desastre, pero como espectáculo grand guignol de sangre y espiral de
lógica trash, merece mucho más la pena la secuela de la propia Mary Lambert, un
filme que, pese a lo que se recuerda de ella, tiene unas inquietudes visuales y
actitud más interesantes que esta nueva versión.

Pet Sematary es una película competente, a ratos simpática, a
ratos aburrida, con algunos guiños a kingverso (carteles de Derry) y a la
versión anterior (esa llamada de Sheena), pero que nunca llega hasta el final
en las novedades que propone. Esa mención al wendigo que se pierde en la bruma,
ese Victor Pascow desdibujado, son señales de que el guion no ha sabido
aprovechar los elementos icónicos de la obra para su beneficio y los ha acabado
colocando casi por obligación, olvidando que el corazón de la obra es el temor constante,
la presencia implacable de la tragedia y el terror saliendo de la dimensión
psicológica de los personajes. Hay un intento de hacer una obra de horror adulta,
distinta a la media que llega desde los grandes estudios, pero no hay demasiado
mimo, todo es demasiado automático, correcto pero sin mordida, como la elocuente
versión del clásico tema de los Ramones de los créditos. Un clásico que
resucita a destiempo, tan frío como las mascotas enterradas en el cementerio
Micmac.

Jorge Loser