Quien a Hierro Mata (2019) review: thriller coreano á feira, negro como el pecado


La intrusión de Paco
Plaza en el thriller no es tanto un relato de acción y venganza como un
descenso a los infiernos, un retrato negro del trauma y su posibles
consecuencias a modo de viaje a las tinieblas con aspectos del narcotráfico
gallego de fondo. Un relato opresivo e inevitable que va penetrando bajo la
piel hasta llevarnos al ojo de la espiral. Un valiente, tremendo, incluso
escalofriante, relato moral casi faustiano con el que Paco Plaza se reivindica
como uno de los grandes directores actuales del cine español.

Nota: 80

El éxito de Verónica (2017), una fantástica
adaptación del terror sobrenatural post Insidious (2010) hacia las
mitologías de Cuarto Milenio y el cine de iniciación de Saura, profundamente
español, hacía pensar que Paco Plaza se podría convertir en el gran maestro
moderno del terror en España, pero el anuncio de su siguiente proyecto dejaba
un poso de decepción, puesto que en vez de rematar la jugada con un magnum opus
de horror, el valenciano anunciaba un desvío hacia el thriller. La operación
sonaba al clásico movimiento de los directores de género que tratan de huir del
nicho que les vio nacer y crecer, especialmente en el panorama ibérico, en
donde grandes películas como Tarde para la ira (2016) han
recogido premios de la academia, demostrando el que la fórmula del thriller
autóctono deja espacio para unir al público y el prestigio. Por ello, Quien
a hierro mata
(2019) sonaba a estrategia de reconocimiento, ya que con
ofertas tan tremendas como su anterior film, Plaza sigue algo ignorado en ese
otro aspecto.


Sin embargo, ni Quien
a hierro mata
es tanto un movimiento forzado como parece, ni se aleja tanto
del imaginario de tinieblas de su autor, mostrando, de hecho, una
predisposición a lo macabro que no desentonaría en algunas cintas de terror más
físico, más relacionado con el crimen de crónica negra. La concepción noir de la obra tiene una raíz más
psicológica que criminal y pese a lo que pueda parecer, a priori, por su
relación con el narcotráfico gallego en la trama, que podría moverse por los
parámetros de El niño (2014) o la serie Fariña (2018), tiene poco que ver
con las escenas de lanchas huyendo entre bateas por la ría. Por supuesto que la
ficción de Nacho Carretero hace palanca con la descripción de sus familias de
mafiosos de medio pelo o sus relaciones con los cárteles, pero influye más en
las consecuencias de su actividad, hasta tal punto que el film de Plaza podría
ser un epílogo o anexo a lo que contaba aquella serie.

La historia de Mario, un encantador enfermero en una
residencia de ancianos, tiene mucho que ver con relatos de venganza fría de los
thrillers coreanos de los 2000. No en el sentido de elaborados planos secuencia
y escenas de violencia salvaje, sino en la concreción de la idea de venganza
como un arma de dos filos, por cómo se sumerge en un océano de zonas grises y
lo intrincado de una estructura de guion que deja siempre sorpresas brillantes
bajo la manga. Hay un gran, gran libreto de Jorge Guerricaechevarría y Juan
Galiñanes, que, aunque tiende a forzar algunas decisiones para llegar a donde
desea, redime sus momentos menos orgánicos con una serie de conexiones, a
priori sin demasiada relación, que acaban hilando la historia por distintos
lugares, como si a una pieza de un puzzle le encajaran las diferentes caras en
un movimiento aparentemente casual.


Parte del mérito de que funcione es el trabajo de los
actores. Un Luis Tosar en estado de gracia, plenamente en su salsa en un
pequeño pueblo costero de Galicia, dibuja a un hombre tocado por el trauma
llevándolo desde la cotidianidad del enfermero que hace bromas y trata a sus
pacientes con cariño, humor y complicidad a lugares de colapso mental que van
desde lo triste a lo inquietante. Casi como una versión opuesta del personaje
al que dio vida en Mientras Duermes (2011), en la que un personaje terrorífico
conseguía que entendiéramos su forma de pensar, casi empatizando con él, en Quien a Hierro Mata vamos dudando de él,
separándonos de una persona a la que comprendemos y conectamos con su conflicto
pero al que empezamos a ver de otra forma conforme avanza en su espiral hacia
las tinieblas. El resto del reparto es muy orgánico y pese a que algunos
acentos y actitudes puedan parecer exageradas, en mi opinión, consigue una
adaptación cinematográfica del acento gallego que añade credibilidad a la
historia y los personajes.

Lo más interesante de Quien
a hierro mata
es ver que el punto fuerte de Paco Plaza, su manejo del
costumbrismo, su conocimiento de los pequeños detalles de las conversaciones
que nos resultan tan familiares, se mezcle tan bien con el thriller como con lo
hace con el terror. Su retrato de una residencia de ancianos es tan real,
tragicómica y tierna como solo puede retratarla el valenciano, que lejos de
mirar hacia otro lado en los temas más dramáticos de la realidad, les da una
capa de naturalidad casi luminosa, afectuosa y cómplice. Lo mismo puede decirse
de su visión del embarazo y parto, con una sorprendente exposición gráfica que
ayuda a que su peligroso montaje paralelo —un recurso del que quizá abusa,
junto algún flashback de más— funcione y lleve su metáfora simplona de vida y
muerte a un significado más profundo, especialmente cuando llegamos al tramo
final de la cinta.


Es el tercer acto el más oscuro, el puramente terrible, en
donde los cimientos morales del relato y los protagonistas revientan en pedazos
y la espiral a las tinieblas se va haciendo más claustrofóbica, con la idea de
que el destino de los personajes está sellado de forma inevitable. Es en este
momento en donde el carácter de thriller de Park Chan-wook funciona a nivel de
organización de acontecimientos, pero donde los lados más turbios del carácter
ibérico van apoderándose del relato, reflejando ecos de la Galicia negra que
puedes encontrar en obras como A Esmorga (1959) de Eduardo Blanco
Amor, incluso en la literatura de Cela. La suciedad de la muerte, la inutilidad
de la venganza, el veneno del resentimiento y la imposibilidad de perdonar. Hay
muchos momentos de oro en Quien a hierro
mata
, detalles de que hay mucho más que un simple relato de narcos y
violencia. Luis Tosar hipnotizado mientras ve una ecografía, riendo de forma
exagerada y falsa mientras ve la tele con su mujer, la mirada de esta cuando
entiende lo que ocurre, el momento que sigue y cómo lo capta la cámara, una
muerte bajo las sábanas, y especialmente, sobre todo, su plano final. Un
resumen de todo lo que ha ofrecido la película en una tenebrosa estampa poética
que inyecta un escalofrío afilado que no puedes quitarte en varios días. Sí, su
plano final es de los que valen un Goya.

Jorge Loser