Esta tardía secuela del remake, y de su continuación de Nakata, actualiza el mito torpemente, limitando sus nuevos elementos al formato viral de la maldición y ahogándose en su condición de remake del propio remake, puliendo sus aristas y complejidades para un público adolescente.
Nota:45
La idea de partida de Rings, la transmisión de una maldición arcana mediante las nuevas tecnologías, prometía una actualización de la vieja irreversibilidad de Samara (o Sadako) en la era de las redes sociales, la mensajería instantánea y el vídeo como nueva forma de comunicación. Un abanico de posibilidades que Javier Gutiérrez y sus guionistas parecen no entender u obviar, y limitan su presencia a un cambio de formato inevitable para desgranar una historia similar a la de la versión de Verbinski, lavada para un público juvenil, presumiblemente millenial y acercándose a la miríada de versiones americanas de éxitos orientales que asomaron durante los 2000, logrando ofrecer un producto menos entretenido que cualquiera de aquellos.
Decepcionante pues, la oportunidad perdida de aprovechar el sustancioso material alegórico del poder viral y ajustarlo a las historias de terror para optar por una ruta de mimetización de la trama de investigación planteada hace tres lustros. Resulta paradójico que una película de la primera hornada del renacimiento del J-Horror comoDecepcionante pues, la oportunidad perdida de aprovechar el sustancioso material alegórico del poder viral y ajustarlo a las historias de terror para optar por una ruta de mimetización de la trama de investigación planteada hace tres lustros. Resulta paradójico que una película de la primera hornada del renacimiento del J-Horror como Kairo (2001) funcionara mejor, de forma visionaria, como reflejo de las consecuencias de la actual dependencia a la tecnología, adaptado a las generaciones más afectadas, y cómo una puesta de largo Millenial americana,heredera tanto de Kurosawa como de Nakata, como (2001) funcionara mejor, de forma visionaria, como reflejo de las consecuencias de la actual dependencia a la tecnología, adaptado a las generaciones más afectadas, y cómo una puesta de largo Millenial americana,heredera tanto de Kurosawa como de Nakata, como It Follows (2014) lograra reflejar mejor que esta nueva Rings cualquiera de las implicaciones sociológicas que el mismo punto de partida digitalizado propone.
El hecho de rebajar la edad de los títeres de Samara no es un problema en sí mismo, puesto que el cine adolescente no tiene necesariamente que ser peor, pero en este caso la operación comercial de lavado queda demasiado en evidencia cuando el desarrollo de la trama toma una vuelta preocupante al imitar paso por paso el argumento de la original. Una pena, puesto que la primera parte sugiere un misterio muy prometedor, con esa especie de culto universitario creado por un profesor como forma de deshacerse de la maldición. Un sugerente y perturbador argumento secundario con el que Rings no tiene idea de qué hacer muy bien que y que acaba abandonado por una réplica de los pasos de Naomi Watts, cuando investigaba los orígenes de Samara como forma de romper la maldición. También hay nuevo vídeo con imágenes surrealistas que, como el primero, recuerda a la obra de Maya Deren y logra los únicos momentos de inquietud de toda la cinta.
El gran problema es que el poder de evocación de lo inexplicable del VHS de la original El gran problema es que el poder de evocación de lo inexplicable del VHS de la original Ringu (1998) se acaba envasando al vacío y se presenta directamente como un acertijo, una pista de gymkana sin poder de misterio. Sustituya aquí el personaje de Brian Cox por Vincent D’Onofrio y el resto de giros y turnos con facsímiles adormilados. El resultado es un tercer acto previsible, difuminado y pobre, cuyo interés va progresivamente en picado y, sin ser un absoluto ridículo, logra algo difícil: añorar la bastardización completa de Samara como monstruo. Si vamos a banalizar el mito, hagámoslo de forma trash, como lo hizo (1998) se acaba envasando al vacío y se presenta directamente como un acertijo, una pista de gymkana sin poder de misterio. Sustituya aquí el personaje de Brian Cox por Vincent D’Onofrio y el resto de giros y turnos con facsímiles adormilados. El resultado es un tercer acto previsible, difuminado y pobre, cuyo interés va progresivamente en picado y, sin ser un absoluto ridículo, logra algo difícil: añorar la bastardización completa de Samara como monstruo. Si vamos a banalizar el mito, hagámoslo de forma trash, como lo hizo Sadako Vs Kayako (2016). Mucho más gamberra y autoparódica. El problema es que se queda a medias. Ni es una buena secuela de Ringu, ni un artefacto adolescente ni un horror mystery bien llevado. Una oportunidad perdida, y una hora y media en la que apenas se logra disipar el aburrimiento. Rings hace pensar en las nuevas teen movies de terror que aprovechan con más astucia el potencial del nuevo paradigma digital y las mitologías de nuevo cuño, inherente a las redes sociales y su poder como arma arrojadiza, así, películas a priori menos consistentes como hace pensar en las nuevas teen movies de terror que aprovechan con más astucia el potencial del nuevo paradigma digital y las mitologías de nuevo cuño, inherente a las redes sociales y su poder como arma arrojadiza, así, películas a priori menos consistentes como Unfriended (2015) o (2015) o Friend Request (2016) logran adaptarse a los nuevos temores de la generación snapchat de forma más certera.